lunes, 20 de octubre de 2014

MILORD

En el camino a Tafalla, octubre de 1813


-¿Quién decís?

-Un noble inglés recomendado por el general Wellington. Está de viaje por España y se muestra interesado por ver de cerca una batalla. Al parecer es también poeta.

-¿Poeta? ¡Vago, querréis decir! ¡La guerra contra el francés no es ningún entretenimiento!

-Os comprendo, don Francisco, pero entended vos también que nos conviene no contrariar a Wellington. Nuestra esperanza de derrotar a Napoleón pasa enteramente por la ayuda británica. Así que si un pisaverde recién licenciado en Cambridge tiene el capricho de conocer al indómito y exótico guerrillero Espoz y Mina, me temo que, en interés de nuestra causa, no tendréis más remedio que atenderlo.

-Está bien, pero ahora mismo no puedo recibirlo, bien sabéis que estamos preparando una emboscada para la columna francesa del general Soulier...

-¿Y dónde será? Quizás al inglés le baste con contemplar esa acción...

-Los aguardaremos en los altos de Arrazubi, al pie de la peña Unzué. Caeremos sobre los gabachos que avancen hacia Tafalla por el camino real. Nuestros espías en Pamplona nos han confirmado que pasado mañana saldrán de allá dos regimientos. Mientras tanto procurad entretener a ese petimetre mostrándole los palacios de Tafalla y Olite, Si es poeta le gustarán. Todos los zánganos aman las ruinas. Aunque en cuanto yo pueda lo serán más todavía, porque tengo entre ceja y ceja incendiarlos para que no puedan refugiarse en ellos nuestros enemigos.

-Pero si los franceses ni siquiera lo han intentado...

-¿Y eso qué más da?  Lo que verdaderamente me importa es que el alcaide de ambas fortalezas es mi odiado vizconde de Ezpeleta, ese que se cree mejor que yo sólo porque nació en buena cuna y no tuvo nunca que inclinarse a segar los campos como tuve que hacer yo desde muy pequeño. Ahora tiene dos castillos, pronto no tendrá más que hogueras humeantes. Lo juro.

 -Recapacitad: esos dos edificios, además de no ser suyos, son lo único que queda del pasado esplendor del reino de Navarra.

-¡El esplendor no se come! Estamos en guerra, y por Dios que la aprovecharé para no volver a empuñar nunca más una hoz. Y si para ello tengo que acuchillar personalmente a toda la Grande Armée, dar fuego a todos los palacios e iglesias de Navarra o besar el culo a Wellington, lo haré sin dudarlo.
Y basta ya. Sed mañana el guía de ese inglés, y aprovechad para contemplar todavía en pie esas dos fábricas, si es que tan sagradas os parecen, porque os aseguro que muy pronto ya no podréis hacerlo. Nos veremos dentro de dos días en Arrazubi...




-¿Y bien, milord, qué os parecieron Olite y Tafalla?

-Os digo que en Inglaterra no tenemos nada parecido. El rencor de los Tudor acabó con todos los palacios antiguos que habían levantado durante siglos los Plantagenet, los Lancaster o los York. Tenéis mucha suerte de poder contar todavía con estas maravillas en vuestro reino.

-No por mucho tiempo, milord. Vuestro admirado Espoz y Mina tiene la terrible idea de incendiarlos próximamente. Dice que los franceses podrían refugiarse en ellos.

-Los franceses son demasiado imbéciles para que se les ocurra semejante idea. Es una lástima que vuestro comandante parezca compartir esa misma estupidez. Detesto a los estúpidos. Precisamente abandoné mi país porque los idiotas lo han invadido todo: el parlamento, la cámara de los lores, incluso la Corona. Y vos me decís que Espoz y Mina también es idiota. Mi búsqueda deberá pues continuar. Quizás encuentre todavía ecos de la sabiduría de los antiguos en Italia o en Grecia...

-Lo que es aquí, puedo garantizaros que no los hallaréis. Francia hubiera debido exportar las ideas revolucionarias de otra forma más sutil que a través de la megalomanía de un enano nacido en Córcega. Ahora otros enanos aquí se han visto picados en su cerril orgullo y se le han opuesto ferozmente, igual que hubieran hecho contra cualquier otro que quisiese imponerles su voluntad.

-¿En esa estima tenéis a vuestro famoso Espoz y Mina?

-Milord: no es más que un bruto. Y de los brutos no puede esperarse nada bueno, porque sólo saben destruir. Cuando llega el momento de la reconstrucción no saben qué hacer y procuran por todos los medios seguir destruyendo lo poco que quedó en pie.

-Pues yo tengo un método infalible para acabar con esos brutos que decís.

-¿Cuál?

-Esta bala que llevo siempre conmigo por si veo necesario acabar con mi vida. Puedo haceros el favor personal de retrasar ese dulce y ansiado momento metiéndosela en la cabeza a Espoz. Jefes guerrilleros hay muchos, palacios como el de Olite o el de Tafalla ninguno...

-¿Queréis decir que aprovecharíais el desconcierto de la emboscada hacia la que nos dirigimos para matar a Espoz y Mina?

-¿Me equivoco si os digo que creo que no lo lamentaríais demasiado?

-¿Y qué sabe un poeta como vos de balas y pistolas?

-¡Puedo apagar una vela a veinte pasos, señor mío!

-¡Shhhhh, ya hemos llegado y ese de ahí delante es precisamente Espoz!

-¿Vos sois el dichoso poeta inglés? ¡Pero si sólo sois un muchacho! Y a caballo aún parecíais algo, pero os digo que con vuestra ridícula cojera no pintáis nada en un campo de batalla...

-Tampoco un labrador se convierte en general por muchos galones y charreteras que lleve en su casaca, señor. En cambio yo soy George Gordon Byron, sexto barón de Byron. Mis antepasados mandaban ejércitos cuando los vuestros tan sólo destripaban terrones.

-¿Cómo os atrevéis? ¿Sabéis por donde me paso yo a los nobles? Si no fuera porque necesitamos la ayuda de Wellington os mandaba fusilar ahora mismo. Quedaos en la retaguardia para que podáis decirle como tratamos aquí a los gabachos. ¡Y no os acerquéis a menos de veinte pasos de mí, si es que sabéis lo que os conviene!

-No necesito más, stupid farmer!

-Felicidades, milord: os habéis ganado un enemigo mortal con sólo dos frases. Al menos veo que no sois supersticioso: si no no estaríais sentado en esa tumba.


-¿Tumba? A mí sin embargo me parece el más apetecible de los lechos. Sí: no estaría mal pasar la eternidad bajo esta losa. Este es un lugar tan bueno como cualquier otro para morir, más hermoso incluso que muchos de los que he conocido en mis viajes. Pero tranquilizaos: una gitana me dijo que encontraría a la muerte en Oriente.

-¿Y qué puede importarle lo que diga una gitana a alguien que lleva siempre consigo una bala con su nombre grabado?

-Amigo mío: luchar contra el destino es lo único que importa. Luchar aunque sepamos que no puede cambiarse, como quien nada contra la corriente de un caudaloso río. Y si al final hay que rendirse, no hacerlo sin haber combatido antes con loco empeño contra la fatalidad.

-¡Han disparado al comandante! ¡Espoz está herido! ¡Evacuémoslo hacia Solchaga!

-¿Qué dicen?

-Que han herido a Espoz y Mina, milord Byron...

-¿Veis? No estaba en mi destino acabar con vuestro bruto. Puede que al fin y al cabo vuestros dos maravillosos palacios se hayan salvado por el efecto de una bala fundida junto a otro millón de balas más en Burdeos, Lyon o Toulouse. Y si no muere de esta herida y cumple su amenaza tampoco importa porque:

"...llegó el alba y pasó, y llegó de nuevo, sin traer el día, 
y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror de esta desolación. 
Y todos los corazones se congelaron en una plegaria egoista pidiendo luz.

Y vivieron junto a hogueras.
Y los tronos, los palacios de los reyes coronados,
las chozas y todas las viviendas habitadas fueron quemadas. 
Las ciudades se consumieron y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas, 
para verse de nuevo las caras los unos a los otros...

Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo de los volcanes, pues su antorcha montañosa
era la única y temerosa esperanza que el mundo aún tenía.
Se incendiaron los bosques, pero uno tras otro fueron apagándose, y los crujientes troncos
se extinguieron con estrépito, hasta que todo quedó en la más negra oscuridad..."*


*Fragmento del poema "Darkness", de Lord Byron.



© Mikel Zuza Viniegra, 2014