jueves, 13 de enero de 2011

SE HA PERDIDO UNA ESTATUA

Artículo publicado en el Diario de Noticias el viernes 7 de enero de 2011




Dedicada al rey Teobaldo I y obra en tamaño natural del escultor Victoriano Juaristi, fue colocada en torno a los años 30 y, según las crónicas, se calcula que desapareció en 1936, después de ser objeto de vandalismo. Es una historia desconocida.

En 1934, el Consejo de Cultura de Navarra acordó levantar un monumento en la Taconera de Pamplona en memoria del rey Teobaldo I el Trovador, de cuya llegada al trono se cumplía ese mismo año el setecientos aniversario.

A una galería de arcos góticos del desaparecido convento cisterciense de Marcilla, reconstruida por el archivero José María Huarte y el profesor de arqueología del Seminario, Onofre Larumbe, se le añadió una figura en piedra y a tamaño natural del monarca, esculpida por el doctor Victoriano Juaristi, quien, además de desempeñar su labor profesional en la Clínica San Miguel, era miembro activísimo de dicho Consejo.

Aparecía el rey sentado en el medio de la arquería, con su mano derecha sosteniendo un pergamino, la izquierda apoyada en el asiento y sus pies descansando sobre un mullido cojín. Precisamente esa concepción tan moderna de la estatua, sin pedestal y al alcance de cualquiera que pasease por aquel solitario rincón, fue la desencadenante de su ruina y desaparición, pues prácticamente desde el mismo momento de su colocación, y en palabras del propio Juaristi en un texto escrito a los pocos meses de la inauguración del monumento, "el buen pueblo al que don Teobaldo tanto amó, le ha chafado las narices a pedradas, como a cualquier muñeco del pim-pam-pum de la feria".

El exiguo número de esculturas que ornaban la ciudad en la década de los 30 del pasado siglo resulta muy sencillo de especificar. En la Taconera, el monumento a Sarasate (hoy dedicado a Hilarión Eslava, pero que sorprendentemente todavía sigue luciendo en su columna las notas de una composición del inmortal violinista); la estela de Juan Huarte de San Juan (ahora sita en la avenida de la Baja Navarra); la Mari Blanca, trasladada en 1927 desde la plaza de San Francisco; y el monolito a Navarro Villoslada en la calle Navas de Tolosa. En el paseo de Sarasate, el Monumento a los Fueros y las seis estatuas de reyes provenientes del palacio real de Madrid. Y en el corazón de la ciudad, tan solo la figura de San Francisco presidiendo su plaza y el Neptuno niño que corona la fuente realizada por Luis Paret en la del Consejo. En total 13 monumentos a los que vino a unirse, por breve tiempo, el dedicado a Teobaldo de Champaña en Vista Bella.

Mi padre, que en esa época era uno de los mocetes que por allí disfrutaban de sus correrías futbolísticas, fue quien primero me habló de tan desconocida escultura, y la verdad es que al principio no le creí, porque ni siquiera aparece recogida en el exhaustivo Pamplona: calles y barrios de J.J. Arazuri y tampoco queda testimonio gráfico de ella en el Archivo Municipal. Al final la búsqueda concluyó gracias a un artículo que en la revista bilbaína El Norte dedicó a su obra el propio Victoriano Juaristi, y que terminaba con el ya citado lamento por el maltrato que la estatua recibía por parte de los pamploneses. De hecho todo indica que para 1936, la figura, bastante deteriorada, fue retirada.

Sin embargo años después, en abril de 1948, y en las páginas de El Pensamiento Navarro, el recuerdo de la estatua del rey poeta resurgió en una jocosa polémica periodística entre Catón el censor (Vicente Galbete, a la sazón archivero municipal) y el propio Teobaldo I de Champaña (encarnado por el doctor Juaristi). Comenzó la disputa el primero recordando que "siempre había que explicar a los aldeanos de visita en Pamplona que aquella estatua no era una mujer, sino un Rey de Navarra".

El autor de la efigie, tocado sin duda en su amor propio de artista, salió en su defensa al día siguiente haciendo que la propia escultura expusiese su alegato: "¡Qué amargura! Durante mi breve estancia en aquel florido lugar, fui víctima constante del más atroz gamberrismo de mente y de acción […] Se mofaron de mí y me agraviaron villanamente machos y hembras, descamisados y personas de camisa planchada. Hasta que un día me fui a pedir asilo a casa del autor de mi traza, en cuyo huertecillo retirado estoy, cabe una higuera, siendo el más ilustre de los espanta-pájaros".

Y se cerró finalmente tan artística contienda con una columna titulada No te excites, Teobaldo, en la que el mentado Catón, quizás con demasiado sarcasmo, expone: "No estaba en nuestro ánimo el faltar a nadie, pero la culpa la tiene Vuestra Alteza por dejarse esculpir en batín. Si se hubiera puesto la armadura de los domingos, otra cosa hubiera sido […] Nos hacemos cargo de que a Vuestra Alteza -que se batió el cuero como los buenos en el monte Tauro, y que probó cumplidamente su condición de ome a través de tres matrimonios y nueve retoños- ha de hacerle poca gracia el que le tomen por lo que en Tafalla llaman un marimueta, pero, ¡qué se le va a hacer! El hábito no hará al monje, pero despista a la gente. […] ¿Que tuvo Vuestra Alteza que abandonar su banco en los jardines, debido al gamberrismo? No nos extraña. Estamos seguros además de que además, mucho lo habría sentido. Vuestra Alteza misma escribió aquellos inspirados versos: "Chacun pleure sa terre et son pays quand il se part de ses joyeux amis…". Pero, en aquella ocasión, más que joyeux, sus amigos -o al menos sus visitantes- resultaron ser pisseurs y… algo más. […] Bueno, don Teo, no le demos más importancia a la cosa, porque ya sabemos que hace tiempo que Vuestra Alteza ha perdido la cabeza. Confiamos en que esté todo aclarado".

Así pues, parece claro que además de varios ataques de carácter escatológico, aquel pobre Teobaldo de piedra sufrió no sólo que se pusiera en duda su hombría, sino que acabó siendo decapitado -un final que desde luego no pudo ser más regio-, hasta que sus restos hallaron refugio y descanso de su ajetreada existencia en el huerto de su escultor, donde se perdió definitivamente su pista.

Curiosamente, las otras dos obras escultóricas emprendidas por don Victoriano Juaristi sufrieron la misma mala fortuna, pues tanto el sarcófago de César Borgia en Viana (del que al menos quedan sendas réplicas en San Sebastián y en Játiva), como el Monumento a Roldán en Ibañeta, fueron destruidas, la primera durante la Guerra Civil y la segunda poco tiempo después.

Sirvan estas dos fotografías para dar a conocer un retazo bastante desconocido de la pequeña historia de Pamplona, y también para lamentar que, en lo tocante a respetar estatuas, sigamos tan asilvestrados como hace 80 años, como podrían atestiguar las frecuentes rinoplastias de la Mari-Blanca o las operaciones de miopía por la brava de quienes arrancaron las gafas de bronce al bueno de don José Joaquín Arazuri.



© Mikel Zuza Viniegra, 2011