miércoles, 19 de enero de 2011

SE HA PERDIDO OTRA ESTATUA



Palacio condal de Lusignan, cerca de Poitiers. 25 de octubre del Año de Gracia 1269

Los preparativos para la campaña de Ultramar siguen a buen ritmo. El año que viene, si Dios quiere, las aliadas armas de Navarra y Francia embarcarán hacia Túnez, y malo será que no consigan allí sus objetivos.

Pero ese no es motivo para descuidar los asuntos del reino. Es por eso que el joven rey Teobaldo II despacha con prontitud todos los pergaminos de apretada letra que su canciller le pasa para la firma. En uno de ellos detiene sobre todo su atención, pues no en vano se habla en él de Espinal, la hermosa villa que él mismo fundó hace tan sólo un mes, cuando emprendió viaje hacia el norte. Así dice el documento:


"Sepan todos aqueillos qui esta carta verán e oirán, que nos, Don Thibalt, por la gracia de Dios rey de Navarra, de Campania e de Bria conde palatin, queriendo guardar de daynno e de menoscabo al ospital de Roncesvalles por la puebla que se debe fazer o se fiziere de los pobladores de Val d'Erro, entre los burgos de Roncesvalles e Viscarret, en el logar que se dize el Espinal, queremos e otorgamos e damos con voluntat e placentería de los poblados de Val d'Erro al dicto hospital e al prior e al convento d'aquell logar perpetuament los logares que se contienen de suso en esta carta. Demás mandamos que nengun poblador del sobrenompnado logar ço es del Espinal, aya o pueda aver presentación o poderío, o algún otro derecho en la eglesia o eglesias que se edificaren en aquell logar, mas aqueilla eglesia o eglesias con las cosas sobredichas e con todos los otros sus derechos finquen perpetualment al dicho ospital de Roncesvalles.
En testimoniança e fermeza de todas las cosas sobredichas damos al prior e al convento de Roncesvalles sobredichos, esta nuestra carta abierta, sellada con nuestro sello pendiente.
Dada en Lusignan por mandamiento del rey, viernes primero ante la fiesta de San Simón et Judas apóstoles, en el mes de octobre, anno domini millesimo .CCº .LXº .nono..."

Firma de buen grado y observa como el secretario vierte la cera fundida en la matriz del sello real, que le muestra muy elegante y aguerrido, montando un caballo con la gualdrapa adornada por el carbunclo de Navarra. Un rey digno -piensa vanidoso- del palacio que ahora mismo le acoge, que dicen que fue edificado por la bellísima y muy poderosa hada Melusina, tatarabuela de todos los Lusignan, y que desde entonces sobrevuela por las noches las muchas torres del castillo...

Pero mirando por la ventana de la habitación, aunque son muy bellos los jardines del conde, sólo puede añorar el verde esmeralda de los prados que rodean Espinal, un color -ese sí- digno de la cola de sirena de Melusina. Y no deja de lamentar entonces que en pocos meses se hallarán él y los navarros que en su empresa le han seguido, rodeados de las arenas ardientes del desierto africano, y las cristalinas aguas de Roncesvalles sólo serán ya espejismos entre las dunas...

El canciller repara entonces en que hay un papel añadido al documento original que acaba de sellar. Lee en voz alta como en él viene recogida la intención de los nuevos pobladores de Espinal de levantar un monumento al buen rey Teobaldo, que no en vano les ha otorgado su carta de naturaleza para que moren y sean felices todos en aquel paraiso entre montañas.

Mas mucho desagrada al soberano semejante propósito, pues cree -con mucha razón, al sentir de este cronista- que los mismos que ahora piden levantarle una estatua, serán los que pedirán en el futuro derribarla. Y si no éstos, sus descendientes. Él ya ha hecho lo que tenía que hacer, que es procurar que sus súbditos vivan en armonía. No cree necesario homenaje alguno por ello, pues tan sólo ha cumplido con el deber de todo buen gobernante.

Aún así, los vecinos de Aurizberri, que es nombre también muy hermoso de la misma localidad, erigen el monumento a escondidas de la decisión regia, confiando en que cuando vuelva de su viaje, perdonará su atrevimiento y mostrará su gratitud. Sin embargo no quiso la Providencia que volviese el rey, que murió en Túnez como él mismo había imaginado en Lusignan: añorando el color verde de Espinal entre aquellas resecas y ocres tempestades de arena.

Y esa humilde estatua de Teobaldo II estuvo muchos años recordando a quien quisiera detenerse ante ella que fue aquél rey y no otro, quien dió a luz tan bella criatura. Hasta que gentes olvidadizas o desconocedoras -lo que es aún peor- de la historia de su pueblo y de su país, la arrumbaron en lóbregos almacenes, cumpliendo así la triste profecía del rey.

Setecientos cuarenta y un años han pasado de todo esto, y seguimos igual que siempre...



© Mikel Zuza Viniegra, 2011