martes, 7 de abril de 2020

LA EMPRESA Y DIVISA DE LA CADENA DE CARLOS III EL NOBLE



El historiador José Marcos García Isaac, que mantiene en Facebook el siempre interesante espacio titulado Aragón, Castilla y Navarraen la Baja Edad Media, nos brindaba el otro día un brillante descubrimiento documental sobre el rey Carlos III el Noble: la posible existencia –hasta ahora desconocida- de otra Orden de Caballería ligada a este monarca navarro.

Recordemos que al igual que otros soberanos de su época (Eduardo III de Inglaterra y su Orden de la Jarretera, Juan II de Francia y su Orden de la Estrella, Alfonso XI de Castilla y su Orden de la Banda, etc…), el rey de Navarra fundó también una Orden caballeresca a imitación del rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda, cuya denominación no queda clara en los registros conservados,  ya que dos documentos fechados en el mismo mes de julio del año 1391, hablan tanto de “la Orden de nuestro collar de Buena Fe, como de la Orden que nos habemos hecho del Lebrel Blanco. Otra referencia cercana en el tiempo, sin mencionar ya Orden de ninguna clase, habla del pago al orfebre Garvain por un collar de hojas de castaño, nuestra divisa y librea.

Vemos pues que estaban representadas tres de las divisas conocidas del rey: el lema Bone Foi (la buena fe inherente a todo caballero), el Lebrel Blanco (puede que por mera paronimia: Levrier y L’Evreux suenan parecido en francés) y la hoja de castaño (quizás por el mismo motivo: Chataigne y Charles empiezan por la misma sílaba en francés, aunque puede que también porque la castaña era una representación simbólica de la Inmaculada Concepción). Sólo falta el triple lazo (se supone que era un cifrado de la Santísima Trinidad), para completar toda la panoplia emblemática que heredaría después su hija, la reina doña Blanca, y finalmente su nieto, el príncipe de Viana.

En cuanto a si fueron dos Ordenes distintas o una sola, resulta imposible saberlo, lo que sí sabemos es que, al contrario que las otras Órdenes creadas por el resto de soberanos europeos, la del Rey de Navarra no parece que tuviese reuniones fijas en el calendario, estatutos ni reglas conocidas, al menos no se han conservado, ni la documentación de Comptos permite demostrar que dicha Orden u Órdenes tuvieran una existencia consolidada en el tiempo, más allá de la entrega (sobre todo en los primeros años del reinado de Carlos III) y como mero elemento honorífico, de collares cuyos eslabones eran hojas de castaño a nobles (incluidas mujeres) y caballeros o embajadores de otros reinos que visitaban la corte navarra.

Por eso el hallazgo documental de José Marcos García Isaac en el Archivo de la Corona de Aragón no puede dejar de sorprender a quienes nos gusta este tema de la heráldica y la paraheráldica de los reyes de Navarra, y es notorio que a mí me gusta mucho. Se trata de una carta escrita por Violante de Bar, duquesa de Gerona (la princesa heredera de Aragón) el 19 de septiembre de 1386, y dirigida a su primo hermano, el entonces todavía infante heredero de Navarra, futuro Carlos III:

“…Molt car cosi, en aquestes parts ha cavallers e scuders molts, qui desigen esser de la vostre empresa e divisa de la Cadena. Perque molt car cosi, nos pregam, affectuosament, que la dita empresa, ab copia dels capitols e ordinacions, nos vullats trametre, ab tot poder, en manera que nos la puxam donar per vos aci, a aquells que semblant nos sera…

 “…Muy querido primo: en estos lugares hay muchos caballeros y escuderos que desean formar parte de vuestra Empresa y divisa de la Cadena. Por lo cual, muy querido primo, os rogamos afectuosamente que queráis transmitirnos fielmente dicha empresa, con la copia de sus capítulos y ordenamientos, de manera que podamos entregárselas aquí a aquellos que mejor nos parezca…”

Fuente: Archivo de la Corona de Aragón, Real Cancillería, reg. 1819, f. 63v.

El documento es bien claro: desde la corte de Aragón se pide en 1386 al infante de Navarra que les envíe el reglamento de su Empresa y divisa de la Cadena. ¿Podría ser una nueva Orden Caballeresca, que sería además la primera de todas las creadas por Carlos III? La “Cadena”, evidentemente, haría alusión a las armas de Navarra, pues no en vano fue el propio Carlos III, bastantes años más tarde, eso sí, en 1423, el primero en hablar de las cadenas como elemento heráldico. Concretamente en el punto 15 del Privilegio de la Unión de la Ciudad de Pamplona, cuando al fijar cómo debía ser el pendón o bandera de la nueva comunidad dice:

“…y un pendón de unas mismas armas, de las cuales el campo será de azur y en medio habrá un león pasante que será de plata y habrá la lengua y las uñas de gules. Y alrededor del dicho pendón habrá un renc [un rango] de nuestras armas de Navarra: el campo de gules y la cadena que irá alrededor de oro”.


El escudo original de Pamplona
excelentemente dibujado por Mikel Ramos
en su libro "Usos heráldicos enNavarra"


Efectivamente, fue el propio Carlos el primero en definir las armas de Navarra con la palabra “cadena”, pues hasta entonces todos los heraldos y armoriales las describían como “carbunclo dorado cerrado y pomelado”. Pero no fue él, sino su ya mencionado nieto, Carlos de Viana, el primero –en su Crónica de los Reyes de Navarra, fechada en 1453- en identificar esa cadena con las que habría roto su antepasado Sancho VII el Fuerte en las Navas de Tolosa. Es cierto que podía ser una historia que pasase de rey en rey de Navarra desde el año 1212, aunque suena más al deseo de presumir por parte del príncipe de que su ancestro luchó contra los moros y ganó las armas heráldicas que desde entonces representaban al reino.

En cualquier caso, la “cadena” del documento aragonés y la del Privilegio de la Unión parecían casar bien, e incluso resolver el misterio de esa nueva y desconocida Orden de Caballería creada por Carlos III el Noble. Hasta que…

Hasta que leyendo atentamente el documento escrito por Violante de Bar, reparé en que el término “Orden”, no aparece por ningún lado. La que sí aparece es la palabra “Empresa”. Y acudiendo al gran maestro Martí de Riquer (cosa que recomiendo vivamente a todo el mundo, en cualquier ocasión), en su inspirador libro “Caballeros andantes españoles”, podremos leer que:

Empresa era como se llamaba el voto caballeresco, palabra que con el tiempo pasó a designar las divisas pintadas y motes de pocas palabras que usaban los caballeros en sus contiendas deportivas y, más adelante, los emblemas tan cultivados por los escritores. Sebastián de Covarrubias (1611), al definir el verbo emprender, nos ofrece una rápida idea de la evolución semántica del término: Emprender: Determinarse a tratar algún negocio arduo y dificultoso…, porque se le pone aquel intento en la cabeza y procura ejecutarlo. Y de allí se dijo Empresa el tal acometimiento. Y porque los caballeros andantes acostumbraban pintar en sus escudos y recamar en sus sobrevestes estos designios y sus particulares intentos, se llamaron empresas. De manera que empresa es cierto símbolo o figura enigmática hecha con particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender y conquistar o mostrar su valor y ánimo.

El voto caballeresco consistía en abstenerse de una cosa determinada o en exteriorizarse con cualquier detalle llamativo, singular o humillante hasta haber participado en un hecho de armas bajo determinados capítulos o condiciones previamente fijados. Eran muy frecuentes estos votos, versión en lo profano de las promesas de carácter piadoso. Los hubo tan fuera de lo común como el del conde de Salisbury, que juró llevar un ojo siempre cerrado hasta haber guerreado con el rey de Francia, o el del famoso Bertrand Du Guesclin, que prometió no comer hasta haber luchado con los ingleses, o el de las damás de la corte castellana que juraron no volver a comer nada que tuviera cabeza, por haber resultado herido justo en esa parte del cuerpo el condestable Alvaro de Luna durante un torneo. Pero los más habituales fueron aquellos que daban un contenido simbólico al deseo de combatir por el placer mismo de exhibirse luchando cuando no existían razones de odio o de malquerencia.

Así, don Suero de Quiñones, en lo que denominó “Passo Honroso”, juró en 1434 llevar todos los jueves una argolla de oro al cuello, símbolo de su amor por Leonor de Tovar, hasta haber quebrado trescientas lanzas, prohibiendo el paso a quien le desafiase en el puente de Órbigo, en pleno camino de Santiago. Las justas se desarrollaron entre el 10 de julio y el 9 de agosto, día en que don Suero fue herido, y en las mismas murió uno de los caballeros participantes: el catalán Asbert de Claramunt.
Porque el caballero que ostentaba una empresa –como la argolla de Suero de Quiñones- fingía que esperaba luchar con otro que lo “liberase” del voto. Pues, hasta haber combatido bajo las condiciones estipuladas en los ordenamientos, se veía obligado bajo juramento a ir ataviado de aquel insólito modo, lo que podía llegar a prolongarse durante años.

En recuerdo de su hazaña, la “argolla” de oro y rubíes fue regalada al tesoro de la catedral de Santiago de Compostela por el propio Suero de Quiñones al acabar su Empresa, y aún puede verse allí. La inscripción que la recorre dice así:

“Si à vous ne plait de avoir mesure,
certes je dis que je suis sans venture”.

“Si no os place corresponderme,
en verdad que seré desdichado”
.


Argolla del Passo Honroso de don Suero de Quiñones
Hacia 1400. Tesoro de la catedral de Santiago de Compostela

Otro caballero famoso, el borgoñón Jacques de Lalaing, decidió partir en busca de aventuras e hizo el voto de llevar en el brazo derecho “un brazalete de oro al cual había prendido un lambrequín o adorno de tela de los que entonces se solían colocar encima del yelmo. Al llegar a la corte del rey de Francia hizo públicos los capítulos de la Empresa del Brazalete, o sea, las condiciones que imponía a los caballeros que quisieran luchar con él para “liberarle” de su voto. Van firmados el 20 de julio de 1446, cuando el caballero tenía unos 23 años, y empiezan con las siguientes palabras:

“Quien toque mi empresa se verá obligado a liberarme según lo contenido en estos capítulos, a condición de que sea gentilhombre por sus cuatro costados y sin reproche… Para hacer las susodichas armas y cumplirlas punto por punto según lo contenido en mis capítulos, he elegido al excelentísimo y poderosísimo rey de Castilla, a quien suplico muy humildemente que, por su benigna gracia, le plazca hacerme este honor y concederme mi petición”.   

Por tanto, se ve claramente que la “Empresa y divisa de la Cadena” del infante Carlos de Navarra no corresponde a ninguna nueva Orden creada por él, sino a otra iniciativa caballeresca suya, que debió alcanzar tanta fama en su época como para que fuera requerido desde Aragón para que les enviase los capítulos bajo los que se aprestaba a luchar contra aquellos que quisieran liberarle del voto, dirigido indudablemente a su mujer, Leonor de Trastamara, con la que se había casado en 1375, a los 14 años. Ese voto iría representado por una cadena, que tanto representaría el amor que sentía por ella, como sus propias armas heráldicas, a juzgar por cómo él mismo las definió en 1423: un renc [un rango] de nuestras armas de Navarra: el campo de gules y la cadena que irá alrededor de oro”.

Es decir: que Carlos probablemente llevaría una cadena de oro (al cuello, en el brazo o sobre el torso), bien visible en cualquier caso, un día de la semana concreto o durante una temporada, esperando que otros caballeros vinieran a “liberarle” combatiendo con él, como establecerían los “capítulos y ordenamientos” que habría redactado y que fueron los que le solicitó su prima la condesa de Gerona. 

Porque, aunque se ha hablado siempre de un Carlos III poco belicoso y amante estricto de la paz, si acudimos a la auténtica Biblia sobre este personaje: la impresionante biografía que le dedicó José Ramón Castro en 1967, comprobaremos varias cosas. Primero, que sí que participó en varias campañas guerreras, como el sitio de Gijón o las campañas contra Portugal que terminaron con la derrota total de las armas de Castilla en la espectacular batalla de Aljubarrota (1385). Bien es cierto que lo hizo siempre acompañando a su cuñado, Juan I de Castilla, y que quizás lo hizo pensando ya en lograr lo que finalmente consiguió: atenuar las onerosas condiciones fijadas por el Tratado de Briones del año 1379, que convertían a Navarra en un mero protectorado castellano. Por cierto, que quien secundó siempre a Carlos en esas batallas fue otro guerrero navarro verdaderamente legendario: su chambelán Pierres de Laxaga, el único de los caballeros que conquistaron Albania que regresó a su tierra natal.

Pero también descubriremos que, como cualquier joven noble de su tiempo, Carlos estaba siempre dispuesto a participar en un buen torneo. Por ejemplo, en unas justas organizadas en Pamplona el primer domingo de septiembre de 1377, cuando él tenía apenas 16 años, para las cuales se compraron en Zaragoza 33 codos de tafetán verde, de los cuales se hizo el paramento para el infante, por los que se pagaron 64 florines de Aragón, incluyendo en dicha cantidad lo pagado por imposición y peaje, y por 14 “roquez”, 14 “agrapes”, y 14 “rondelles” para justar.

Precisamente esas 14 “rondelles”, me dieron pie a especular en mi libro “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar” (cuya dedicatoria, por cierto, está muy relacionada también con este asunto de las Empresas caballerescas), y ya que el inventario de los bienes del príncipe elaborado tras su muerte en Barcelona el año 1461 asegura que el príncipe tenía otra gualdrapa de caballo pintada de color carmesí, con las divisas de hierros de lanza, y sin flecos”, con la posibilidad de que esta ahora desconocida divisa de los hierros de lanza fuera la de los tres círculos concéntricos que alternan el color blanco y negro en una de las orlas de la bóveda pintada de la reina doña Blanca en la catedral de Pamplona.  

Al menos se hace bastante extraño que en una decoración que combina prácticamente todas las divisas de los Evreux: los lebreles blancos, la hoja de castaño, la inicial coronada del nombre de la reina formada por eslabones de cadenas, las plumas de pavo real de la cimera, los triples lazos y las flores de lis, se incluya también un simple motivo ornamental ya visto en pinturas murales navarras anteriores como las de San Pedro de Olite, que no guarda –aparentemente- relación con el resto de emblemas propios de los monarcas navarros.

Creo que esos círculos podrían ser el dibujo de una lanza de torneo vista de frente. Si observamos la siguiente ilustración, donde aparecen tres imágenes de armaduras de justar conservadas en el Kunstorisches Museum de Viena, podremos ver muy bien la pieza de forma redonda que protegía la mano de quien empuñaba la lanza, que según Martí de Riquer en castellano recibía el nombre de “arandela”, y en francés el de ronde o rondelle. Estas lanzas solían ir pintadas en colores alternos, como sucedería en nuestro caso concreto con el blanco y el negro, precisamente los dos colores predilectos, junto con el rojo, del rey Carlos III el Noble, que sabemos que los empleó con mayor profusión, quizás por preferencia personal o porque les diese mayor valor emblemático. Fueron los mismos colores, junto con el azul, que siguió luego utilizando su hija doña Blanca. Y también su nieto, el príncipe de Viana, que decoró con azul, rojo, blanco y negro su estandarte, sus escudos, gualdrapas de caballo, arcas y otros elementos.


Fragmento de la decoración pintada en la bóveda de la catedral de Pamplona.
Divisas de la reina doña Blanca (hacia 1430)


En la franja de arriba, 1 y 2: armadura de torneo de Juan de Sajonia (hacia 1497) 3: Traslación ideal de la rodela blanquinegra a la misma armadura . En la franja de abajo: posibles divisas de “hierros de lanza” en la bóveda de la catedral de Pamplona (hacia 1430)

Puesto que esos círculos aparecen en la bóveda de doña Blanca, harían referencia a una divisa perteneciente a su padre, de quien ya hemos visto que fue muy aficionado a los torneos, afición corroborada ahora también por su gusto por emprender a votos caballerescos como el de la Empresa y divisa de la Cadena.

¿Habría sacado de algún apuro vital al joven Carlos el Noble una de esas “rondelles” en alguno de los muchos torneos en que debió participar, y por eso la escogió como divisa personal? Un significado emblemático que su familia más cercana reconocería por habérsela oído de viva voz al protagonista del hecho. Tanto como para incluirla en su catálogo de divisas, mantenido luego por su hija y heredera doña Blanca, que la habría situado junto a todas las demás en la decoración de su bóveda en la catedral de Pamplona, y también por su nieto, Carlos de Viana, que emplearía quizás en las justas alguna de las viejas gualdrapas heráldicas de su abuelo, una de las cuales sería ésta de los hierros de lanza de la que estamos hablando…


El infante Carlos de Navarra, futuro Carlos III,
cuando era joven, en París. Del libro:
Historia de la Cultura y del Arte de Pamplona,
de Josefina y Martín Larrayoz


Volviendo al documento aragonés y teniendo en cuenta que fue redactado el 19 de septiembre de 1386, lo más lógico es suponer que la Empresa de la Cadena, cuya fama había llegado ya hasta Aragón, se estaría desarrollando desde poco tiempo antes, o con vistas a un futuro muy próximo. Castro, citando a Zurita, vuelve a informarnos precisamente de que en abril de 1386 el infante Carlos marchó a Zaragoza, donde estuvo muy confederado con el duque de Girona, e hicieron entre sí una muy estrecha amistad, y concertaron que el infante don Jaime, hijo primogénito de los duques, casase con doña Juana, que era la hija mayor del infante de Navarra.

Así que muy probablemente durante aquella estancia zaragozana pudo dar a conocer el heredero de Navarra su Empresa y divisa, que causaría tanta curiosidad como para que, a los pocos meses, la duquesa de Gerona le pidiera, en nombre de los caballeros aragoneses, que le enviase sus capítulos y ordenamientos.

¿Pero qué pasó después? ¿Le daría tiempo a Carlos a mandar su reglamento? Si es así, quizás algún día aparezca en el Archivo de la Corona de Aragón, aunque sí que podemos establecer una hipótesis bastante certera de por qué lo más probable es que dicha Empresa, aunque puede que llegara a iniciarse, no terminase llegando a buen puerto. Porque el 1 de enero de 1387, apenas tres meses después de la misiva de Violante de Bar, falleció en el palacio real de Pamplona Carlos II, y Carlos III se convirtió en el nuevo rey de Navarra. Ya no podría arriesgarse a justar él mismo en un alarde de armas nunca más.

Toda su vida le siguieron gustando los torneos y el mundo caballeresco y literario que los hacía posibles, pero la muerte a muy temprana edad de sus dos hijos varones, Carlos y Luis, y el hallarse desde entonces inmerso en una corte eminentemente femenina (tuvo seis hijas), le apartarían de semejantes entretenimientos, sostenidos desde entonces en Navarra únicamente por sus caballeros más distinguidos y, muchos años después, también por su nieto, el príncipe de Viana.

Y nada más, sólo volver a reiterar mi agradecimiento a José Marcos García Isaac porque su descubrimiento documental me ha permitido profundizar un poco más en el esplendoroso Otoño de la Edad Media que se vivió en la corte de los Reyes de Navarra de la dinastía de Evreux.




© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020