El historiador José Marcos García Isaac, que mantiene
en Facebook el siempre interesante espacio titulado Aragón, Castilla y Navarraen la Baja Edad Media, nos brindaba el otro día un brillante descubrimiento
documental sobre el rey Carlos III el Noble: la posible existencia –hasta ahora
desconocida- de otra Orden de Caballería ligada a este monarca navarro.
Recordemos que al igual que otros soberanos de su
época (Eduardo III de Inglaterra y su Orden de la Jarretera, Juan II de Francia
y su Orden de la Estrella, Alfonso XI de Castilla y su Orden de la Banda,
etc…), el rey de Navarra fundó también una Orden caballeresca a imitación del
rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda, cuya denominación no queda
clara en los registros conservados, ya
que dos documentos fechados en el mismo mes de julio del año 1391, hablan tanto
de “la Orden de nuestro collar de Buena
Fe”, como de “la Orden que nos
habemos hecho del Lebrel Blanco”. Otra referencia cercana en el tiempo, sin
mencionar ya Orden de ninguna clase, habla del pago al orfebre Garvain por “un collar de hojas de castaño, nuestra
divisa y librea”.
Vemos pues que estaban representadas tres de las
divisas conocidas del rey: el lema Bone Foi (la buena fe inherente a todo
caballero), el Lebrel Blanco (puede que por mera paronimia: Levrier y L’Evreux
suenan parecido en francés) y la hoja de castaño (quizás por el mismo motivo:
Chataigne y Charles empiezan por la misma sílaba en francés, aunque puede que
también porque la castaña era una representación simbólica de la Inmaculada
Concepción). Sólo falta el triple lazo (se supone que era un cifrado de la
Santísima Trinidad), para completar toda la panoplia emblemática que heredaría
después su hija, la reina doña Blanca, y finalmente su nieto, el príncipe de
Viana.
En cuanto a si fueron dos Ordenes distintas o una
sola, resulta imposible saberlo, lo que sí sabemos es que, al contrario que las
otras Órdenes creadas por el resto de soberanos europeos, la del Rey de Navarra
no parece que tuviese reuniones fijas en el calendario, estatutos ni reglas
conocidas, al menos no se han conservado, ni la documentación de Comptos
permite demostrar que dicha Orden u Órdenes tuvieran una existencia consolidada
en el tiempo, más allá de la entrega (sobre todo en los primeros años del
reinado de Carlos III) y como mero elemento honorífico, de collares cuyos
eslabones eran hojas de castaño a nobles (incluidas mujeres) y caballeros o
embajadores de otros reinos que visitaban la corte navarra.
Por eso el hallazgo documental de José Marcos García
Isaac en el Archivo de la Corona de Aragón no puede dejar de sorprender a
quienes nos gusta este tema de la heráldica y la paraheráldica de los reyes de
Navarra, y es notorio que a mí me gusta mucho. Se trata de una carta escrita
por Violante de Bar, duquesa de Gerona (la princesa heredera de Aragón) el 19
de septiembre de 1386, y dirigida a su primo hermano, el entonces todavía
infante heredero de Navarra, futuro Carlos III:
“…Molt
car cosi, en aquestes parts ha cavallers e scuders molts, qui desigen esser de
la vostre empresa e divisa de la Cadena. Perque molt car cosi, nos pregam,
affectuosament, que la dita empresa, ab copia dels capitols e ordinacions, nos
vullats trametre, ab tot poder, en manera que nos la puxam donar per vos aci, a
aquells que semblant nos sera…
“…Muy querido primo: en estos lugares hay
muchos caballeros y escuderos que desean formar parte de vuestra Empresa y
divisa de la Cadena. Por lo cual, muy querido primo, os rogamos afectuosamente
que queráis transmitirnos fielmente dicha empresa, con la copia de sus
capítulos y ordenamientos, de manera que podamos entregárselas aquí a aquellos
que mejor nos parezca…”
Fuente: Archivo de la Corona de Aragón, Real
Cancillería, reg. 1819, f. 63v.
El documento es bien claro: desde la corte de Aragón
se pide en 1386 al infante de Navarra que les envíe el reglamento de su Empresa
y divisa de la Cadena. ¿Podría ser una nueva Orden Caballeresca, que sería
además la primera de todas las creadas por Carlos III? La “Cadena”,
evidentemente, haría alusión a las armas de Navarra, pues no en vano fue el
propio Carlos III, bastantes años más tarde, eso sí, en 1423, el primero en
hablar de las cadenas como elemento heráldico. Concretamente en el punto 15 del
Privilegio de la Unión de la Ciudad de Pamplona, cuando al fijar cómo debía ser
el pendón o bandera de la nueva comunidad dice:
“…y
un pendón de unas mismas armas, de las cuales el campo será de azur y en medio
habrá un león pasante que será de plata y habrá la lengua y las uñas de gules.
Y alrededor del dicho pendón habrá un renc [un rango] de nuestras armas de
Navarra: el campo de gules y la cadena que irá alrededor de oro”.
El escudo original de Pamplona excelentemente dibujado por Mikel Ramos en su libro "Usos heráldicos enNavarra" |
Efectivamente, fue el propio Carlos el primero en definir las armas de Navarra con la palabra “cadena”, pues hasta entonces todos los heraldos y armoriales las describían como “carbunclo dorado cerrado y pomelado”. Pero no fue él, sino su ya mencionado nieto, Carlos de Viana, el primero –en su Crónica de los Reyes de Navarra, fechada en 1453- en identificar esa cadena con las que habría roto su antepasado Sancho VII el Fuerte en las Navas de Tolosa. Es cierto que podía ser una historia que pasase de rey en rey de Navarra desde el año 1212, aunque suena más al deseo de presumir por parte del príncipe de que su ancestro luchó contra los moros y ganó las armas heráldicas que desde entonces representaban al reino.
En cualquier caso, la “cadena” del documento aragonés
y la del Privilegio de la Unión parecían casar bien, e incluso resolver el
misterio de esa nueva y desconocida Orden de Caballería creada por Carlos III
el Noble. Hasta que…
Hasta que leyendo atentamente el documento escrito por
Violante de Bar, reparé en que el término “Orden”, no aparece por ningún lado.
La que sí aparece es la palabra “Empresa”. Y acudiendo al gran maestro Martí de
Riquer (cosa que recomiendo vivamente a todo el mundo, en cualquier ocasión),
en su inspirador libro “Caballeros andantes españoles”, podremos leer que:
Empresa era como se llamaba el voto caballeresco,
palabra que con el tiempo pasó a designar las divisas pintadas y motes de pocas
palabras que usaban los caballeros en sus contiendas deportivas y, más
adelante, los emblemas tan cultivados por los escritores. Sebastián de
Covarrubias (1611), al definir el verbo emprender, nos ofrece una rápida idea
de la evolución semántica del término: Emprender: Determinarse a tratar algún
negocio arduo y dificultoso…, porque se le pone aquel intento en la cabeza y
procura ejecutarlo. Y de allí se dijo Empresa el tal acometimiento. Y porque
los caballeros andantes acostumbraban pintar en sus escudos y recamar en sus
sobrevestes estos designios y sus particulares intentos, se llamaron empresas.
De manera que empresa es cierto símbolo o figura enigmática hecha con
particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender y conquistar o
mostrar su valor y ánimo.
El voto caballeresco consistía en abstenerse de una
cosa determinada o en exteriorizarse con cualquier detalle llamativo, singular
o humillante hasta haber participado en un hecho de armas bajo determinados
capítulos o condiciones previamente fijados. Eran muy frecuentes estos votos,
versión en lo profano de las promesas de carácter piadoso. Los hubo tan fuera
de lo común como el del conde de Salisbury, que juró llevar un ojo siempre
cerrado hasta haber guerreado con el rey de Francia, o el del famoso Bertrand
Du Guesclin, que prometió no comer hasta haber luchado con los ingleses, o el
de las damás de la corte castellana que juraron no volver a comer nada que
tuviera cabeza, por haber resultado herido justo en esa parte del cuerpo el
condestable Alvaro de Luna durante un torneo. Pero los más habituales fueron
aquellos que daban un contenido simbólico al deseo de combatir por el placer
mismo de exhibirse luchando cuando no existían razones de odio o de
malquerencia.
Así, don Suero de Quiñones, en lo que denominó “Passo
Honroso”, juró en 1434 llevar todos los jueves una argolla de oro al cuello, símbolo
de su amor por Leonor de Tovar, hasta haber quebrado trescientas lanzas,
prohibiendo el paso a quien le desafiase en el puente de Órbigo, en pleno
camino de Santiago. Las justas se desarrollaron entre el 10 de julio y el 9 de
agosto, día en que don Suero fue herido, y en las mismas murió uno de los
caballeros participantes: el catalán Asbert de Claramunt.
Porque el caballero que ostentaba una empresa –como la
argolla de Suero de Quiñones- fingía que esperaba luchar con otro que lo
“liberase” del voto. Pues, hasta haber combatido bajo las condiciones
estipuladas en los ordenamientos, se veía obligado bajo juramento a ir ataviado
de aquel insólito modo, lo que podía llegar a prolongarse durante años.
En recuerdo de su hazaña, la “argolla” de oro y rubíes
fue regalada al tesoro de la catedral de Santiago de Compostela por el propio
Suero de Quiñones al acabar su Empresa, y aún puede verse allí. La inscripción
que la recorre dice así:
“Si
à vous ne plait de avoir mesure,
certes je dis que je suis sans venture”.
certes je dis que je suis sans venture”.
“Si
no os place corresponderme,
en verdad que seré desdichado”.
en verdad que seré desdichado”.
Argolla del Passo Honroso de don Suero de Quiñones
Hacia 1400. Tesoro de la catedral de Santiago de Compostela
Otro caballero famoso, el borgoñón Jacques de Lalaing, decidió partir en busca de aventuras e hizo el voto de llevar en el brazo derecho “un brazalete de oro al cual había prendido un lambrequín o adorno de tela de los que entonces se solían colocar encima del yelmo. Al llegar a la corte del rey de Francia hizo públicos los capítulos de la Empresa del Brazalete, o sea, las condiciones que imponía a los caballeros que quisieran luchar con él para “liberarle” de su voto. Van firmados el 20 de julio de 1446, cuando el caballero tenía unos 23 años, y empiezan con las siguientes palabras:
“Quien
toque mi empresa se verá obligado a liberarme según lo contenido en estos
capítulos, a condición de que sea gentilhombre por sus cuatro costados y sin
reproche… Para hacer las susodichas armas y cumplirlas punto por punto según lo
contenido en mis capítulos, he elegido al excelentísimo y poderosísimo rey de
Castilla, a quien suplico muy humildemente que, por su benigna gracia, le
plazca hacerme este honor y concederme mi petición”.
Por tanto, se ve claramente que la “Empresa y divisa
de la Cadena” del infante Carlos de Navarra no corresponde a ninguna nueva
Orden creada por él, sino a otra iniciativa caballeresca suya, que debió
alcanzar tanta fama en su época como para que fuera requerido desde Aragón para
que les enviase los capítulos bajo los que se aprestaba a luchar contra aquellos
que quisieran liberarle del voto, dirigido indudablemente a su mujer, Leonor
de Trastamara, con la que se había casado en 1375, a los 14 años. Ese voto iría
representado por una cadena, que tanto representaría el amor que sentía por
ella, como sus propias armas heráldicas, a juzgar por cómo él mismo las definió
en 1423: “un renc [un rango] de nuestras
armas de Navarra: el campo de gules y la cadena que irá alrededor de oro”.
Es decir: que Carlos probablemente llevaría una cadena
de oro (al cuello, en el brazo o sobre el torso), bien visible en cualquier
caso, un día de la semana concreto o durante una temporada, esperando que otros
caballeros vinieran a “liberarle” combatiendo con él, como establecerían los
“capítulos y ordenamientos” que habría redactado y que fueron los que le
solicitó su prima la condesa de Gerona.
Porque, aunque se ha hablado siempre de un Carlos III poco
belicoso y amante estricto de la paz, si acudimos a la auténtica Biblia sobre
este personaje: la impresionante biografía que le dedicó José Ramón Castro en
1967, comprobaremos varias cosas. Primero, que sí que participó en varias
campañas guerreras, como el sitio de Gijón o las campañas contra Portugal que
terminaron con la derrota total de las armas de Castilla en la espectacular
batalla de Aljubarrota (1385). Bien es cierto que lo hizo siempre acompañando a
su cuñado, Juan I de Castilla, y que quizás lo hizo pensando ya en lograr lo que
finalmente consiguió: atenuar las onerosas condiciones fijadas por el Tratado
de Briones del año 1379, que convertían a Navarra en un mero protectorado
castellano. Por cierto, que quien secundó siempre a Carlos en esas batallas fue
otro guerrero navarro verdaderamente legendario: su chambelán Pierres de
Laxaga, el único de los caballeros que conquistaron Albania que regresó a su
tierra natal.
Pero también descubriremos que, como cualquier joven
noble de su tiempo, Carlos estaba siempre dispuesto a participar en un buen torneo.
Por ejemplo, en unas justas organizadas en Pamplona el primer domingo de
septiembre de 1377, cuando él tenía apenas 16 años, para las cuales se
compraron en Zaragoza 33 codos de tafetán verde, de los cuales se hizo el
paramento para el infante, por los que se pagaron 64 florines de Aragón,
incluyendo en dicha cantidad lo pagado por imposición y peaje, y por 14
“roquez”, 14 “agrapes”, y 14 “rondelles” para justar.
Precisamente esas 14 “rondelles”, me dieron pie a
especular en mi libro “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar” (cuya
dedicatoria, por cierto, está muy relacionada también con este asunto de las Empresas caballerescas), y ya que el
inventario de los bienes del príncipe elaborado tras su muerte en Barcelona el
año 1461 asegura que el
príncipe tenía “otra gualdrapa de caballo
pintada de color carmesí, con las divisas de hierros de lanza, y sin flecos”, con la posibilidad de que esta ahora
desconocida divisa de los hierros de lanza fuera la de los tres círculos
concéntricos que alternan el color blanco y negro en una de las orlas de la
bóveda pintada de la reina doña Blanca en la catedral de Pamplona.
Al menos se hace
bastante extraño que en una decoración que combina prácticamente todas las
divisas de los Evreux: los lebreles blancos, la hoja de castaño, la inicial
coronada del nombre de la reina formada por eslabones de cadenas, las plumas de
pavo real de la cimera, los triples lazos y las flores de lis, se incluya
también un simple motivo ornamental ya visto en pinturas murales navarras
anteriores como las de San Pedro de Olite, que no guarda –aparentemente-
relación con el resto de emblemas propios de los monarcas navarros.
Creo que esos
círculos podrían ser el dibujo de una lanza de torneo vista de frente. Si
observamos la siguiente ilustración, donde aparecen tres imágenes de armaduras
de justar conservadas en el Kunstorisches Museum de Viena, podremos ver muy
bien la pieza de forma redonda que protegía la mano de quien empuñaba la lanza,
que según Martí de Riquer en castellano recibía el nombre de “arandela”, y en francés el de “ronde
o rondelle”. Estas lanzas solían ir pintadas en colores alternos, como
sucedería en nuestro caso concreto con el blanco y el negro, precisamente los
dos colores predilectos, junto con el rojo, del rey Carlos III el Noble, que
sabemos que los empleó con mayor profusión, quizás por preferencia personal o
porque les diese mayor valor emblemático. Fueron los mismos colores, junto con
el azul, que siguió luego utilizando su hija doña Blanca. Y también su nieto,
el príncipe de Viana, que decoró con azul, rojo, blanco y negro su estandarte,
sus escudos, gualdrapas de caballo, arcas y otros elementos.
Fragmento de la decoración pintada en la bóveda de
la catedral de Pamplona.
Divisas de la reina doña Blanca (hacia 1430)
En la franja de arriba, 1 y 2: armadura de torneo de
Juan de Sajonia (hacia 1497) 3: Traslación ideal de la rodela blanquinegra
a la misma armadura . En la franja de abajo: posibles divisas de “hierros de
lanza” en la bóveda de la catedral de Pamplona (hacia 1430)
Puesto que esos
círculos aparecen en la bóveda de doña Blanca, harían referencia a una divisa perteneciente
a su padre, de quien ya hemos visto que fue muy aficionado a los torneos,
afición corroborada ahora también por su gusto por emprender a votos
caballerescos como el de la Empresa y divisa de la Cadena.
¿Habría sacado de algún apuro vital
al joven Carlos el Noble una de esas “rondelles”
en alguno de los muchos torneos en que debió participar, y por eso la escogió
como divisa personal? Un significado emblemático que su familia más cercana
reconocería por habérsela oído de viva voz al protagonista del hecho. Tanto
como para incluirla en su catálogo de divisas, mantenido luego por su hija y
heredera doña Blanca, que la habría situado junto a todas las demás en la
decoración de su bóveda en la catedral de Pamplona, y también por su nieto,
Carlos de Viana, que emplearía quizás en las justas alguna de las viejas
gualdrapas heráldicas de su abuelo, una de las cuales sería ésta de los hierros
de lanza de la que estamos hablando…
Volviendo al documento aragonés y teniendo en cuenta que fue redactado el 19 de septiembre de 1386, lo más lógico es suponer que la Empresa de la Cadena, cuya fama había llegado ya hasta Aragón, se estaría desarrollando desde poco tiempo antes, o con vistas a un futuro muy próximo. Castro, citando a Zurita, vuelve a informarnos precisamente de que en abril de 1386 el infante Carlos marchó a Zaragoza, donde “estuvo muy confederado con el duque de Girona, e hicieron entre sí una muy estrecha amistad, y concertaron que el infante don Jaime, hijo primogénito de los duques, casase con doña Juana, que era la hija mayor del infante de Navarra”.
El infante Carlos de Navarra, futuro Carlos III, cuando era joven, en París. Del libro: Historia de la Cultura y del Arte de Pamplona, de Josefina y Martín Larrayoz |
Volviendo al documento aragonés y teniendo en cuenta que fue redactado el 19 de septiembre de 1386, lo más lógico es suponer que la Empresa de la Cadena, cuya fama había llegado ya hasta Aragón, se estaría desarrollando desde poco tiempo antes, o con vistas a un futuro muy próximo. Castro, citando a Zurita, vuelve a informarnos precisamente de que en abril de 1386 el infante Carlos marchó a Zaragoza, donde “estuvo muy confederado con el duque de Girona, e hicieron entre sí una muy estrecha amistad, y concertaron que el infante don Jaime, hijo primogénito de los duques, casase con doña Juana, que era la hija mayor del infante de Navarra”.
Así que muy
probablemente durante aquella estancia zaragozana pudo dar a conocer el
heredero de Navarra su Empresa y divisa, que causaría tanta curiosidad como
para que, a los pocos meses, la duquesa de Gerona le pidiera, en nombre de los
caballeros aragoneses, que le enviase sus capítulos y ordenamientos.
¿Pero qué pasó
después? ¿Le daría tiempo a Carlos a mandar su reglamento? Si es así, quizás
algún día aparezca en el Archivo de la Corona de Aragón, aunque sí que podemos
establecer una hipótesis bastante certera de por qué lo más probable es que
dicha Empresa, aunque puede que llegara a iniciarse, no terminase llegando a
buen puerto. Porque el 1 de enero de 1387, apenas tres meses después de la
misiva de Violante de Bar, falleció en el palacio real de Pamplona Carlos II, y
Carlos III se convirtió en el nuevo rey de Navarra. Ya no podría arriesgarse a
justar él mismo en un alarde de armas nunca más.
Toda su vida le siguieron
gustando los torneos y el mundo caballeresco y literario que los hacía posibles,
pero la muerte a muy temprana edad de sus dos hijos varones, Carlos y Luis, y
el hallarse desde entonces inmerso en una corte eminentemente femenina (tuvo seis
hijas), le apartarían de semejantes entretenimientos, sostenidos desde entonces
en Navarra únicamente por sus caballeros más distinguidos y, muchos años
después, también por su nieto, el príncipe de Viana.
Y nada más, sólo
volver a reiterar mi agradecimiento a José Marcos García Isaac porque su
descubrimiento documental me ha permitido profundizar un poco más en el
esplendoroso Otoño de la Edad Media que se vivió en la corte de los Reyes de
Navarra de la dinastía de Evreux.
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2020