Entre
los muchos temas y papeles que hube de desechar para que la publicación de “Príncipe
de Viana: el hombre que pudo reinar” pudiera algún día ver la luz, quiero
rescatar ahora esta elucubración mía sobre uno de los maravillosos libros que sabemos que Carlos
tenía en su capilla privada, descrito así en el inventario de sus bienes
realizado tras su muerte en Barcelona, el día 23 de septiembre de 1461:
“Hun Salteri: en la primera
carta ha cosides quatre patenes d'or,
les tres redones en que es
figurat en la maior la Veronica, en la mijana
Sancta Maria de Montserrat, en
la plus chica sent Angel de Pulla, e en la
Gran, feta a manera de patena
larch, es hun sant de Englaterra appellat
Osmundus. Ab los principis en
les capletres grans ab les istories de les
letres
et cetera ab los tancadors dor e ab la cuberta de vellutat blau.”
Que el
historiador francés Desdevises du Dezert tradujo así en el siglo XIX para su biografía del príncipe:
“Hay
cosidas sobre la primera hoja cuatro patenas de oro, de ellas tres redondas; en
la mayor se representa a la Verónica, en la intermedia a Nuestra Señora de
Montserrat, en la más pequeña la imagen del ángel de Apulia (San Miguel del
Monte Gárgano), y en la mayor, que tiene forma de patena larga (elíptica), hay
un santo de Inglaterra llamado Osmundus (San Edmundo). Los títulos y las
iniciales son de gran tamaño, e iluminados,; la cubierta es de terciopelo azul
y los cierres son de oro”.
Aparte
de lamentar una y mil veces que la espectacular –para su época- biblioteca del
príncipe de Viana se dispersase, vendida al mejor postor para enjugar sus
numerosas deudas, y de no dejar de soñar con lo que supondría tener ahora mismo en el palacio de Olite (de
donde salieron muchos de ellos) aquel centenar largo de libros preciosos, y como
ya hablé largo y tendido del más importante de todos ellos (el Salterio de San
Luís, que sólo podían poseer los miembros de la Familia Real de
Navarra), quiero poner el foco en este otro Salterio. Y dentro de él, en ese
detalle curioso del santo inglés San Osmundo, que Desdevises tradujo como San
Edmundo, que aunque suenen parecido, no son, como veréis, los mismos santos.
Porque
San Osmundo fue uno de los altos clérigos normandos que acompañó al duque
Guillermo en la Conquista de Inglaterra del año 1066, y por eso mismo fue
premiado con el obispado de Salisbury, diócesis que rigió con mano de hierro
hasta su muerte en 1099.
Pero
San Edmundo fue un rey sajón de cuando Inglaterra estaba dividida en pequeños
reinos. Él concretamente gobernó Anglia Oriental entre el año 854 y el 870, y
fue famoso por su piedad y ansia de saber. Resistió las acometidas de los
vikingos daneses, hasta que el ataque conjunto de los jefes Hinguar (Ivar el
Deshuesado) y Hubba (Uve Ragnarsson), provocó su captura y muerte. Según la Crónica
de San Dunstan, Edmundo renunció a luchar contra los daneses, prefiriendo
el martirio, siguiendo de ese modo el ejemplo del propio Cristo, que prohibió a
Pedro luchar contra los judíos que venían a detenerlo. Mientras era ferozmente torturado, Edmundo seguía cantando los salmos de alabanza a Dios hasta que, cansados de escucharlo, los
vikingos comenzaron a lanzar docenas de flechas contra él. Luego lo
decapitaron, que es un método que podían copiar perfectamente los vecinos del Casco Viejo para aplicar a los que cantan en su barrio a altas horas de la madrugada. El culto a San Edmundo se extendió rápidamente por Gran Bretaña, poniéndolo como ejemplo de príncipe pacífico
y sabio que renunció a la guerra.
Por su
forma de morir, se le representó iconográficamente durante toda la Edad Media como un rey nimbado
con el aura de santidad, que llevaba además una flecha en la mano. Puede vérsele así
figurado en el maravilloso Díptico de Wilton que se conserva en la National Gallery
de Londres, donde es el primero por la izquierda de los tres santos protectores (los otros dos
son el rey Eduardo el Confesor y San Juan Bautista) del monarca que aparece
arrodillado ante la
Virgen María: Ricardo II de Inglaterra, precisamente otro
ejemplo claro de príncipe refinado y poco belicoso.
Cuando
el conde de Rodezno (título nobiliario del citado Tomás Domínguez Arevalo) escribía
cosas interesantes y que no hacían daño a nadie, mucho antes por tanto de
firmar o admitir miles de ejecuciones sumarias durante su mandato como primer
ministro de ¿Justicia? del general Franco, reparó en que Pedro de Madrazo, en
su viaje por Navarra durante el último tercio del siglo XIX, había hablado de
una tabla pintada del siglo XV custodiada en la casa que la familia Escudero –parientes
de los marqueses Montesa- tenía en Corella. En ella se representaba a un santo
(tenía la cabeza nimbada), de pelo largo y barba abundante, con un bonete como el que solía llevar el príncipe, que llevaba además una flecha en la mano…
Dijeron
unos al erudito Madrazo que representaba al primer marqués de Montesa, otros
que a San Sebastián (el soldado y famoso mártir romano que murió asaeteado en
el siglo III), y otros finalmente que al príncipe de Viana… Esta última
adjudicación es la que llamó la atención de Domínguez Arévalo y la que, naturalmente,
me atrajo a mí también.
Dos
eran las motivaciones fundamentales que para tal identificación se daban en el
mencionado artículo: la primera, que un ancestro de los marqueses de Montesa,
Fernando de Oloriz, había ocupado cargos muy cercanos al príncipe de Viana,
nada menos que el de alcaide de los palacios de Tafalla y el de escudero trinchante
del propio Carlos, y que por lo tanto a través suyo podía haber llegado la
tabla pintada a sus descendientes. La segunda, que fuera quien fuera el
representado, lleva al cuello el collar de la Orden de Caballería del Grifo,
precisamente el mismo que lleva el príncipe de Viana en su más famosa
miniatura. Un collar que sabemos por la documentación que le regaló –se lo quitó
de su propio cuello- su tío, el rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo, la
primera vez que ambos se vieron, el año 1457, en el gran salón del Castel Nuovo
de Nápoles. Estas dos circunstancias probarían, según Domínguez Arevalo, que
nos hallábamos ante el más que seguro retrato de Carlos de Viana.
Como no
me puedo quedar quieto, uní inmediatamente y de memoria, la
iconografía de la tabla corellana y la del díptico de Wilton. ¿Sería la figura
del rey mártir y pacífico Edmundo objeto de devoción por parte del príncipe de
Viana? Que uno de los libros más lujosamente iluminados de su capilla personal
estuviera dedicado a él así parecía demostrarlo. A pesar de todo, ¿Se habría
atrevido (él mismo o sus partidarios tras su muerte) a representarle, no sólo como
un santo –recordemos que se le dio culto en Barcelona y muy probablemente también
en Pamplona- sino precisamente con los atributos iconográficos de San Edmundo, en un supuesto retrato fuertemente simbólico
que representaría el amor por la paz y la sabiduría del príncipe de Viana?
Estaba yo prácticamente
convencido de que sí, de que todo coincidía a la perfección, cuando estudiando
a fondo el estupendo y fundamental artículo de la profesora norteamericana
Linde Brocato, en el que de hecho basé algunas de las conclusiones de “Príncipe de
Viana: el hombre que pudo reinar”, titulado “Leveraging the Symbolic in the
Fifteenth Century: The Writings, Library and Court of Carlos de Viana”, que
podría traducirse como [Realzando lo simbólico en el siglo XV: los escritos,
la biblioteca y la corte de Carlos de Viana] al hablar precisamente del lujoso
salterio que ha dado pie a toda esta investigación, pude leer:
“San Osmundo fue canonizado por
el papa Calixto XIII en 1457. ¿Quizás un regalo del pontífice al príncipe de
Viana, bien personalmente o a través del rey Alfonso V?”
Y recordemos que cuando Carlos
se vio obligado a exiliarse de Navarra en 1456, de camino a la Corte de Nápoles
pasó por Roma, donde se entrevistó precisamente con… el papa Calixto XIII, que
no hizo nada por apoyar la justa reivindicación del Trono de Navarra que le
presentó el príncipe. Entre otros muchos motivos, porque su verdadero nombre era Alfonso
de Borja, esto es: era él mismo, como valenciano que luego italianizó su
apellido transformándolo en “Borgia”, un súbdito de la Corona Aragonesa. Como para atreverse a desairar a Alfonso V o a su hermano Juan II…
Eso sin tener en cuenta cómo actuó siempre el Vaticano frente al Reino de Navarra: marginándolo y supeditándolo al vecino más poderoso, fuera éste Castilla, Francia o, como en este caso concreto, Aragón. Por lo tanto es cierto que, lo más probable es que se lo quitara de encima con buenas palabras y con algún regalo de fuste, como aquel maravilloso Salterio decorado con la imagen de San Osmundo, que no de San Edmundo, a pesar de lo que el bueno de Desdevises pensase en el siglo XIX.
Eso sin tener en cuenta cómo actuó siempre el Vaticano frente al Reino de Navarra: marginándolo y supeditándolo al vecino más poderoso, fuera éste Castilla, Francia o, como en este caso concreto, Aragón. Por lo tanto es cierto que, lo más probable es que se lo quitara de encima con buenas palabras y con algún regalo de fuste, como aquel maravilloso Salterio decorado con la imagen de San Osmundo, que no de San Edmundo, a pesar de lo que el bueno de Desdevises pensase en el siglo XIX.
En cuanto a la tabla que en 1912
se conservaba en Corella, desconozco por completo si sigue allí o incluso si la casa Escudero donde
se custodiaba sigue en pie. Lo indudable es que no hay una fotografía reciente
o en color de la famosa tabla (por eso tenemos que seguir empleando –y gracias-
la borrosa y casi decimonónica imagen) donde lo más seguro es que apareciera figurado
San Sebastián, con la misma iconografía de la flecha en la mano que cientos de
otras representaciones coetáneas del
siglo XV, con las que aún puede compararse. Aunque también es cierto que ese collar tan particular que llevaba... No sé, no sé, permite hacer bastantes cábalas...
De todas maneras, si algún corellano o corellana puede proporcionar algún dato sobre este supuesto retrato del príncipe de Viana, les quedaré muy agradecido.
De todas maneras, si algún corellano o corellana puede proporcionar algún dato sobre este supuesto retrato del príncipe de Viana, les quedaré muy agradecido.
Sin
embargo hay otra razón, además de la aportada por la profesora Brocato
que me movió a desechar la identificación del Salterio y de la tabla con el príncipe
y con San Edmundo. Y esa razón es que, como demostré en mi libro, el supuesto
carácter retraído y pacífico de Carlos de Viana, aquél que tantos historiadores
e historiadoras defendieron durante décadas, que sería el que le había impedido
enfrentarse con garantías de éxito a su padre, no existió más que en la percepción
que todos ellos tuvieron de la realidad histórica de aquellos tiempos, y para
darse cuenta basta con la más que representativa y simbólica queja número 79,
de las 87 que componen el documento conservado en Pau, el que recoge las
reclamaciones de los partidarios de su padre, el usurpador Juan II, en el que
basé todo mi estudio:
“…Dejadas por el príncipe las armas de su padre,
Aragón y Castilla, y sólo con las de Navarra hechas sus banderas y pendones, y
las cotas de armas de los heraldos y persevantes, denotando ser él Rey y señor
de aquella tierra, anduvo haciendo la guerra a las del señor rey, su padre, y
eso mismo la gente suya al reino de Aragón”.
No, definitivamente no creo que alguien así tomara como modelo a San Edmundo. Y si acaso llegó a hacerlo, no sería por imitar su conducta pacífica, sino por el amor a la sabiduría que ambos compartieron.
Y si habéis llegado hasta aquí,
quizás habréis pensado que, no pudiendo finalmente identificar tabla ni salterio
con el príncipe de Viana, mi gozo se vio en un pozo. Pero he de deciros que
estáis muy equivocados, porque lo que he hecho es sacar información de otro
pozo que hasta ese momento yo desconocía por completo. Y creo que en eso
consiste, al fin y al cabo, la investigación histórica: en partir de un hecho
incontrovertible (el príncipe poseía en efecto un lujoso salterio para sus
oraciones personales) y acabar encontrándose por el camino con la iconografía medieval
de los santos, el Díptico de Wilton, la tabla ignota de Corella, el collar de
la Orden del Grifo, un rey pacífico y un príncipe que –digan lo que sigan
diciendo- no lo fue tanto, ni tenía en realidad por qué serlo, porque lo único que hizo fue defender su legítimo derecho de todas las maneras a su alcance. También con la espada en la mano.
Si en todo este proceso, además he conseguido entreteneros y habéis aprendido algo que no sabíais, quedo yo muy contento, y rezaré por vuestra salud a San Osmundo, San Edmundo y quizás incluso a San Carlos, que fue al fin y al cabo también santo para los catalanes y para un buen puñado de navarros. Y creo que don Johan de Beaumont, prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, además de tío y mentor del príncipe, tuvo mucho que ver. Pero eso, como decía Kipling, es ya otra historia...
Si en todo este proceso, además he conseguido entreteneros y habéis aprendido algo que no sabíais, quedo yo muy contento, y rezaré por vuestra salud a San Osmundo, San Edmundo y quizás incluso a San Carlos, que fue al fin y al cabo también santo para los catalanes y para un buen puñado de navarros. Y creo que don Johan de Beaumont, prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, además de tío y mentor del príncipe, tuvo mucho que ver. Pero eso, como decía Kipling, es ya otra historia...
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019