Sí
hay
en el arte medieval navarro un tema que me ha llamado siempre la
atención, y al
que he dedicado muchas horas de trabajo, ya sea histórico o literario,
es al del juego de espejos que llevan siglos manteniendo las tres
portadas prácticamente iguales de Larrángoz, Lizoain y Redín,
repartidas en un radio de apenas 25 kilómetros por los valles de
Lónguida y de
Lizoain.
Recuerdo
perfectamente cuando, hace ya muchos años, mi hermano mayor me contó que había
estado en un despoblado llamado Larrángoz, y cómo en la portada de su
abandonada iglesia había un caballero tallado. Bien sabía él lo mucho que me
interesaban ya esos pequeños –y no tan pequeños- caballeros de piedra, y por
eso desde que me lo contó anduve buscando información sobre aquel lugar y sobre
aquella portada. Y en la era pre-internet, eso no resultaba nada sencillo,
porque el tomo concreto del Catálogo Monumental de la Merindad de Sangüesa no
había sido editado todavía –y cuando lo hizo no es que dijera mucho al
respecto-, y en el resto de publicaciones de la Caja de Ahorros de Navarra o de
la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona el nombre de Larrángoz no aparecía por
ningún sitio.
Al fin
en los Índices de la revista Príncipe de Viana –editados en papel por aquel
entonces- encontré que J. M. Lacarra había dedicado en los años 40 un párrafo al
caballero de Larrángoz, al que a pesar de su tosquedad situaba en el “top ten”
de esas contadas representaciones en Navarra, junto con el “caballico de
Santiago” de Tudela (que muchos años después sería tan magníficamente estudiado
por Manuel Sagastibelza y Maite Forcada) y al caballero de San Cernin de
Pamplona (otra de mis obsesiones artistíco-medievales favoritas).
Allí
aparecía también una foto del caballero de marras que, efectivamente,
confirmaba los gustos ya bastante arcaizantes de quien lo hubiera tallado a
inicios del siglo XIV, y es hora de agradecer vivamente a J. E. Uranga
(factótum de la –por aquellos años- recientemente creada Institución Príncipe
de Viana) que hiciera esa fotografía, porque es la única que nos queda de
nuestro protagonista aún intacto. Tanto, que cuando se la enseñé a mi hermano,
no reconoció en ella la figura que él había contemplado in situ.
Eso ya me dio mala espina, pero aunque no tenía yo en aquella época nada fácil desplazarme hasta Larrángoz para poder conocer por mí mismo el –al parecer fatal- estado en el que se encontraba la talla del caballero, sí que rebuscando en la biblioteca de Navarra acabé encontrando un artículo de la revista Pregón (concretamente en el número de Semana Santa de 1971), en el que el etnógrafo Ramón María de Urrutia trataba largo y tendido sobre aquel lugar, y sobre aquella portada. Cuando lo escribió ya estaba despoblado, y según contaba, el caballero había perdido su integridad por las pedradas que los bárbaros alumnos de los agustinos de la cercana Artieda le propinaban en cada excursión que hasta allí hacían, sin que sus profesores –no menos bárbaros que aquellos- hicieran nada por evitarlo. Sin haber estado todavía jamás allí, recuerdo la indignación que me causó leer aquello ¡y eso que habían pasado 15 años de lo que contaba Urrutia! Pero recuerdo también el impacto que me causó otra noticia contenida en aquel artículo, que hasta entonces yo desconocía por completo:
“…En
los capiteles del lado izquierdo de la portada aparece la figura de un
caballero armado, montado sobre un caballo enjaezado y con una cruz en el
escudo. En contraposición, hay que señalar que esta figura de caballero es casi
idéntica a otras que existen en las portadas de las iglesias de Lizoain y
Redín, y que en ambas está también situada en los capiteles del lado izquierdo.
No le vamos a dar más vueltas, pero no deja de constituir un pequeño e
interesante misterio histórico”.
No hice
caso a Urrutia, y vaya que si le he dado vueltas a este asunto desde entonces,
porque aunque él no lo decía, esas tres portadas compartían también otro rasgo:
en los capiteles del lado derecho había tallada una escena muy particular: un
águila cazando una liebre. Vale, en la de Lizoain no, allí aparece un San
Miguel alanceando al dragón, pero sus emplumadas alas lo emparentan claramente
con el ave predadora de Larrángoz, porque muy probablemente los talló el mismo
maestro.
Finalmente
pude llegarme hasta Larrangoz, la primera vez con mi hermano y luego todas las
veces que he tenido oportunidad, porque hay algo allí que decididamente me
llama. Quizás simplemente que el primero de mi familia debió salir de aquel
lado del valle de Lónguida, pues Zuza está (estaba, mejor dicho) a muy poca
distancia, y lo triste es que ambos despoblados están completamente arruinados,
aunque la iglesia de Larrangoz muestre la habilidad de sus constructores
manteniéndose aún milagrosamente en pie, hasta que un próximo invierno se la
lleve definitivamente por delante. Vendrán entonces los hipócritas llantos de Jeremías,
pero lo cierto es que ni sus dueños (inmatriculada en 2003 por el Arzobispado
de Pamplona), ni el Gobierno de Navarra, que al menos debería presionarles un
mínimo, han hecho ni harán nunca nada por ella. El precioso retablo renacentista
(quizás el más bello de esa época en Navarra) sí que se lo llevaron en su
momento, y ahora yace prisionero en una de esas iglesias-bajera de ladrillo urbanas que
colaboraron en/provocaron la desbandada de católicos en los años 70 y 80. Pobre…
Vuelvo
a las tres portadas (aunque una de ellas, precisamente la de más valor
artístico) esté a punto de desaparecer, porque se me llevan los demonios y me da una pena tremenda que
sigan ocurriendo estas cosas en Navarra a punto de alcanzar el año 2020.
Como os decía, les he dedicado mucha tinta, unas veces en forma de narración:
Como os decía, les he dedicado mucha tinta, unas veces en forma de narración:
Y otras
en forma de trabajo histórico:
Si
tenéis la paciencia de leer este último, veréis que en él reflexionaba sobre la
posibilidad de que el caballero representado fuera Juan Martínez de Medrano,
noble muy importante de la época en que se construyeron los tres templos
citados. Tan importante que llegó a ser regente de Navarra –junto con Corbarán
de Lete- en el momento de abandonar la tutela de los reyes de Francia y adoptar
una nueva dinastía regia: la de Evreux, en el año 1328. El hecho de que sus
armas de linaje fueran una cruz potenzada, como la que portan los tres
caballeros en sus escudos, y que hubiera sido además alcaide de Corella, cuyo
primer sello muestra precisamente un águila cazando una liebre, me llevaron a
pensar en que fuera él el protagonista por triplicado de este misterio
medieval. También es cierto que dejaba yo bien claro que no había documento
alguno que lo ligase a los valles de Lónguida o Lizoain, sino que casi todas
sus posesiones estaban en Tierra Estella.
Desde
entonces (aquello lo escribí en mi blog en junio de 2012 y lo publiqué después
en papel en 2016 en “Izaga en el Corazón”) ha pasado mucha agua del Irati por
debajo del puente colgante que lleva a Larrángoz, y ha habido autores que han
mostrado su desacuerdo con mi posible identificación. El más serio, el amigo
corellano Jabier Sainz, al que no conozco pero llamo amigo porque a todo aquel
que se ocupe de estos temas lo considero mi amigo, que en un trabajo sobre el
escudo de su ciudad –que sigue manteniendo el águila y la liebre, más de siete
siglos después de aquel primer sello- me replicaba que si Juan Martínez de
Medrano hubiera donado sus armas a Corella, hubiese regalado al concejo la Cruz
Potenzada de su linaje familiar, y no el águila y la liebre, como yo defendía.
Me decía también en su trabajo que tenía que haber pensado yo en otra
posibilidad: la del caballero Pedro Sánchez de Monteagudo, que llevaba por esas
mismas fechas un águila en su escudo, que fue también alcaide de Corella y que
además tenía algunas tierras en Lónguida (aunque no en Larrangoz).
Defiende así que su Águila heráldica pudiera ser por tanto la representada en las tres portadas, olvidando -añado yo- que tanto los artistas medievales como quienes les encargaban su trabajo, sabían perfectamente qué es lo que debían representar, por lo que no es lo mismo un águila sola (como la del escudo de Pedro Sanchez de Monteagudo), que un águila cazando una liebre (como las de las tres portadas iguales). Son dos emblemas parecidos, pero completamente distintos. En cuanto a los
caballeros de los capiteles del lado izquierdo, no serían según Jabier Sainz más que
la representación del “caballero victorioso”, una escena muy habitual en las
iglesias medievales (aunque no, desafortunadamente para mi gusto, en las
navarras) en la que la cruz de sus escudos no indica más que su condición de cristianos.
En cuanto al águila predadora, es una escena muy común en toda Europa desde la
tardoantigüedad romana, y en la propia Navarra aparece en muchísimas otras
iglesias, e incluso en la arqueta islámica de Leyre, cosas que yo tampoco
escondí en mi artículo, igual que traté en él sobre la interpretación simbólica
–el alma humana acechada por la muerte- que el águila cazadora tenía en aquella
época.
A pesar
de todo lo dicho, Jabier Sainz tampoco puede asegurar documentalmente que la
figura de Pedro Sánchez de Monteagudo sea el origen del escudo de Corella. Es
una especulación tan válida como la mía. Porque yo sigo defendiendo que es
posible –y recalco lo de posible- que sea Juan Martínez de Medrano el
representado en Lónguida y Lizoain, y quizás también el origen remoto del sello
corellano. Y lo hago porque sigo reconociendo al águila de Larrangoz un
carácter no solo simbólico, sino también heráldico, como creo que demuestra
que, incluso en la actualidad, siga habiendo dos emblemas municipales en
Navarra que llevan un águila y una liebre. Y esos son únicamente los de Corella y
Larrángoz, aunque este último sea un despoblado desde los años 60 del siglo XX.
En ese
contexto, Juan Martínez de Medrano podría perfectamente haber donado a Corella,
no la Cruz potenzada de su linaje, sino una divisa escogida por él mismo: en
este caso concreto el águila y la liebre. Recordaré que las divisas fueron
manifestaciones paraheráldicas que vinieron a completar el sistema de armerías,
que como bien dice el mejor heraldista vivo, Michel Pastoureau, en L'effervescence emblématique et les origines
héraldiques du portrait au XIVe siècle, no terminaba de expresar completamente
la personalidad de quien lo utilizaba, pues sólo aludía a su identidad y a su
pertenencia a un grupo familiar concreto. De ahí la aparición de fórmulas
emblemáticas nuevas, flexibles, más vivas, con las que cada uno podía proclamar
sus pulsiones simbólicas más personales.
Es
cierto que las divisas y el resto de emblemas paraheráldicos alcanzaron su
mayor éxito a partir del segundo tercio del siglo XIV, pero hubo también
innegables manifestaciones anteriores, como las cimeras, que nacieron ya a
finales del XII, y cuyo uso fue desarrollándose con fuerza desde las últimas
décadas del XIII hasta lograr un éxito generalizado en el XIV. Las cimeras eran
las figuras que adornaban los cascos de los participantes en justas y torneos.
Fabricadas con materiales frágiles pero lígeros como cuero, cartón, plumas o
madera, quedaban destrozadas en cuanto comenzaba la refriega, pero han quedado
reflejadas para la posteridad en los sellos y en los armoriales prodigiosamente
miniados, que muestran como los grandes personajes adoptaron figuras aisladas
(animales, plantas, objetos), muy diferentes de aquellas que adornaban sus
escudos familiares. Esos emblemas personales sirvieron a la vez como marca de
propiedad y también –sobre todo en momentos de crisis políticas- como signos de
reconocimiento o manifestación de adhesión o vasallaje a reyes y príncipes.
¿Quiero
decir con todo esto que el águila y la liebre de Larrángoz, Lizoain o Redín
fueron la divisa o incluso la cimera del caballero representado en las portadas
de sus iglesias? Pues no lo puedo asegurar, pero lo creo bastante posible,
además de por las razones aportadas, porque todas estas innovaciones y modas
nacían fundamentalmente en la corte de Francia, ¿y quién sabemos que sirvió
varias veces como embajador plenipotenciario entre París y Pamplona? Pues uno de los principales
caballeros navarros: Juan Martínez de Medrano. ¿Especulativo? ¿Casual? Pues
claro, como todo lo que no puede probarse documentalmente. Pero yo ahí lo dejo...
En cualquier caso, que sobre la cabeza llevaban los caballeros medievales figuras bastante más extravagantes que un águila cazando una liebre, lo demuestra por ejemplo el repertorio de cimeras contenido en el famoso Armorial de Gelre:
En cualquier caso, que sobre la cabeza llevaban los caballeros medievales figuras bastante más extravagantes que un águila cazando una liebre, lo demuestra por ejemplo el repertorio de cimeras contenido en el famoso Armorial de Gelre:
El
prólogo ha sido largo, pero ahora viene lo mejor, porque creo que os habrá
quedado claro cuánto me gustan esos tres caballeros, sumados a otro muy querido
también: el de la ventana de la iglesia de Zuazu (Izagaondoa), que puede que
tallase el mismo maestro que labró a sus hermanos.
Y si ha sido así, imaginad
ahora lo que supuso para mí descubrir hace apenas un mes, por pura fortuna, que
había una cuarta portada, con su caballero, con su águila y con su liebre.
He de
confesar que hacía años que la venía persiguiendo. Que, en mi ir y venir a lo
largo y ancho de Navarra, intuía que me aguardaba en algún lugar recóndito.
ARDAITZ |
Hasta que al fin, en las estribaciones meridionales del valle de Erro, a apenas 20 kilómetros hacia el norte de Lizoain, una soleada mañana de otoño de 2019, se me mostró como una revelación. En la protogótica portada de San Pedro de Ardaitz, que consta de tres arquivoltas baquetonadas y apuntadas, sin tímpano (signo de modernidad estilística), hay a cada lado capiteles corridos. En el de la izquierda unos arquillos trilobulados, un jinete y dos cabezas y en el de la derecha un águila atrapando a una liebre y otras dos cabezas. En esos capiteles se emplazaba, se emplaza, la cuarta pieza ignorada hasta ahora de la misma serie que sus hermanas mayores de Larrángoz, Lizoain y Redín.
PORTADA DE SAN PEDRO DE ARDAITZ (ERRO) |
PORTADA DE SAN BARTOLOMÉ DE LARRÁNGOZ |
PORTADA DE SAN MIGUEL DE LIZOAIN |
PORTADA DE SAN ANDRÉS DE REDÍN |
Quede claro, no obstante, que naturalmente la portada de
Ardaitz ya estaba “descubierta”. Lleva más de setecientos años en pie, como para
no estarlo... Ocurre que a pesar de haber sido descrita, tanto en el Catálogo
Monumental como en la Gran Enciclopedia Navarra, ningún autor –que yo sepa- la
había puesto aún en relación con las otras tres.
Ya veis que como os digo, el caballero marcha hacia la
derecha, lo cual, si estuviéramos hablando de sigilografía, sería signo de
modernidad, como ya expliqué en esta otra entrada de mi blog:
Pero no creo que en este caso concreto tenga eso nada que
ver. Tampoco lleva escudo, y es difícil juzgar incluso a corta distancia si
debió llevarlo originalmente. Parece tener una muesca, así que podría ser que sí lo llevara. Lo más que puede decirse de él, a juzgar por su
perfil, es que era tan narizotas como el de Larrángoz.
En cuanto al águila, su aspecto “loriforme” (de loro) recuerda
muchísimo a la que aparece en el sello del Concejo de Corella. Si la liebre no
es igual de parecida, creo simplemente que es porque la forma que tiene el capitel no
permitiría demasiadas florituras a un maestro de estilo tan arcaizante e
incluso infantil como el que talló la portada de Ardaitz.
Perfil del caballero de Ardaitz |
Sello del Concejo de Corella, hacia 1307 |
Detalle del águila de la portada de Ardaitz |
Y, quien sabe, puede que alguna vez hasta aparezca una
quinta portada con su caballero, su águila y su liebre. Yo, desde luego, la voy a seguir buscando. Y os invito a hacer lo mismo, siguiendo esta auténtica ruta de caballeros andantes...
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019