jueves, 12 de diciembre de 2019

CUATRO ERAN CUATRO


Sí hay en el arte medieval navarro un tema que me ha llamado siempre la atención, y al que he dedicado muchas horas de trabajo, ya sea histórico o literario, es al del juego de espejos que llevan siglos manteniendo las tres portadas prácticamente iguales de Larrángoz, Lizoain y Redín, repartidas en un radio de apenas 25 kilómetros por los valles de Lónguida y de Lizoain.


Recuerdo perfectamente cuando, hace ya muchos años, mi hermano mayor me contó que había estado en un despoblado llamado Larrángoz, y cómo en la portada de su abandonada iglesia había un caballero tallado. Bien sabía él lo mucho que me interesaban ya esos pequeños –y no tan pequeños- caballeros de piedra, y por eso desde que me lo contó anduve buscando información sobre aquel lugar y sobre aquella portada. Y en la era pre-internet, eso no resultaba nada sencillo, porque el tomo concreto del Catálogo Monumental de la Merindad de Sangüesa no había sido editado todavía –y cuando lo hizo no es que dijera mucho al respecto-, y en el resto de publicaciones de la Caja de Ahorros de Navarra o de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona el nombre de Larrángoz no aparecía por ningún sitio.

Al fin en los Índices de la revista Príncipe de Viana –editados en papel por aquel entonces- encontré que J. M. Lacarra había dedicado en los años 40 un párrafo al caballero de Larrángoz, al que a pesar de su tosquedad situaba en el “top ten” de esas contadas representaciones en Navarra, junto con el “caballico de Santiago” de Tudela (que muchos años después sería tan magníficamente estudiado por Manuel Sagastibelza y Maite Forcada) y al caballero de San Cernin de Pamplona (otra de mis obsesiones artistíco-medievales favoritas).

Allí aparecía también una foto del caballero de marras que, efectivamente, confirmaba los gustos ya bastante arcaizantes de quien lo hubiera tallado a inicios del siglo XIV, y es hora de agradecer vivamente a J. E. Uranga (factótum de la –por aquellos años- recientemente creada Institución Príncipe de Viana) que hiciera esa fotografía, porque es la única que nos queda de nuestro protagonista aún intacto. Tanto, que cuando se la enseñé a mi hermano, no reconoció en ella la figura que él había contemplado in situ.


Eso ya me dio mala espina, pero aunque no tenía yo en aquella época nada fácil desplazarme hasta Larrángoz para poder conocer por mí mismo el –al parecer fatal- estado en el que se encontraba la talla del caballero, sí que rebuscando en la biblioteca de Navarra acabé encontrando un artículo de la revista Pregón (concretamente en el número de Semana Santa de 1971), en el que el etnógrafo Ramón María de Urrutia trataba largo y tendido sobre aquel lugar, y sobre aquella portada. Cuando lo escribió ya estaba despoblado, y según contaba, el caballero había perdido su integridad por las pedradas que los bárbaros alumnos de los agustinos de la cercana Artieda le propinaban en cada excursión que hasta allí hacían, sin que sus profesores –no menos bárbaros que aquellos- hicieran nada por evitarlo. Sin haber estado todavía jamás allí, recuerdo la indignación que me causó leer aquello ¡y eso que habían pasado 15 años de lo que contaba Urrutia! Pero recuerdo también el impacto que me causó otra noticia contenida en aquel artículo, que hasta entonces yo desconocía por completo:

“…En los capiteles del lado izquierdo de la portada aparece la figura de un caballero armado, montado sobre un caballo enjaezado y con una cruz en el escudo. En contraposición, hay que señalar que esta figura de caballero es casi idéntica a otras que existen en las portadas de las iglesias de Lizoain y Redín, y que en ambas está también situada en los capiteles del lado izquierdo. No le vamos a dar más vueltas, pero no deja de constituir un pequeño e interesante misterio histórico”.

 
No hice caso a Urrutia, y vaya que si le he dado vueltas a este asunto desde entonces, porque aunque él no lo decía, esas tres portadas compartían también otro rasgo: en los capiteles del lado derecho había tallada una escena muy particular: un águila cazando una liebre. Vale, en la de Lizoain no, allí aparece un San Miguel alanceando al dragón, pero sus emplumadas alas lo emparentan claramente con el ave predadora de Larrángoz, porque muy probablemente los talló el mismo maestro.

Finalmente pude llegarme hasta Larrangoz, la primera vez con mi hermano y luego todas las veces que he tenido oportunidad, porque hay algo allí que decididamente me llama. Quizás simplemente que el primero de mi familia debió salir de aquel lado del valle de Lónguida, pues Zuza está (estaba, mejor dicho) a muy poca distancia, y lo triste es que ambos despoblados están completamente arruinados, aunque la iglesia de Larrangoz muestre la habilidad de sus constructores manteniéndose aún milagrosamente en pie, hasta que un próximo invierno se la lleve definitivamente por delante. Vendrán entonces los hipócritas llantos de Jeremías, pero lo cierto es que ni sus dueños (inmatriculada en 2003 por el Arzobispado de Pamplona), ni el Gobierno de Navarra, que al menos debería presionarles un mínimo, han hecho ni harán nunca nada por ella. El precioso retablo renacentista (quizás el más bello de esa época en Navarra) sí que se lo llevaron en su momento, y ahora yace prisionero en una de esas iglesias-bajera de ladrillo urbanas que colaboraron en/provocaron la desbandada de católicos en los años 70 y 80. Pobre…

Vuelvo a las tres portadas (aunque una de ellas, precisamente la de más valor artístico) esté a punto de desaparecer, porque se me llevan los demonios y me da una pena tremenda que sigan ocurriendo estas cosas en Navarra a punto de alcanzar el año 2020. 

Como os decía, les he dedicado mucha tinta, unas veces en forma de narración:



Y otras en forma de trabajo histórico:


Si tenéis la paciencia de leer este último, veréis que en él reflexionaba sobre la posibilidad de que el caballero representado fuera Juan Martínez de Medrano, noble muy importante de la época en que se construyeron los tres templos citados. Tan importante que llegó a ser regente de Navarra –junto con Corbarán de Lete- en el momento de abandonar la tutela de los reyes de Francia y adoptar una nueva dinastía regia: la de Evreux, en el año 1328. El hecho de que sus armas de linaje fueran una cruz potenzada, como la que portan los tres caballeros en sus escudos, y que hubiera sido además alcaide de Corella, cuyo primer sello muestra precisamente un águila cazando una liebre, me llevaron a pensar en que fuera él el protagonista por triplicado de este misterio medieval. También es cierto que dejaba yo bien claro que no había documento alguno que lo ligase a los valles de Lónguida o Lizoain, sino que casi todas sus posesiones estaban en Tierra Estella.

Desde entonces (aquello lo escribí en mi blog en junio de 2012 y lo publiqué después en papel en 2016 en “Izaga en el Corazón”) ha pasado mucha agua del Irati por debajo del puente colgante que lleva a Larrángoz, y ha habido autores que han mostrado su desacuerdo con mi posible identificación. El más serio, el amigo corellano Jabier Sainz, al que no conozco pero llamo amigo porque a todo aquel que se ocupe de estos temas lo considero mi amigo, que en un trabajo sobre el escudo de su ciudad –que sigue manteniendo el águila y la liebre, más de siete siglos después de aquel primer sello- me replicaba que si Juan Martínez de Medrano hubiera donado sus armas a Corella, hubiese regalado al concejo la Cruz Potenzada de su linaje familiar, y no el águila y la liebre, como yo defendía. Me decía también en su trabajo que tenía que haber pensado yo en otra posibilidad: la del caballero Pedro Sánchez de Monteagudo, que llevaba por esas mismas fechas un águila en su escudo, que fue también alcaide de Corella y que además tenía algunas tierras en Lónguida (aunque no en Larrangoz).


Defiende así que su Águila heráldica pudiera ser por tanto la representada en las tres portadas, olvidando -añado yo- que tanto los artistas medievales como quienes les encargaban su trabajo, sabían perfectamente qué es lo que debían representar, por lo que no es lo mismo un águila sola (como la del escudo de Pedro Sanchez de Monteagudo), que un águila cazando una liebre (como las de las tres portadas iguales). Son dos emblemas parecidos, pero completamente distintos. En cuanto a los caballeros de los capiteles del lado izquierdo, no serían según Jabier Sainz más que la representación del “caballero victorioso”, una escena muy habitual en las iglesias medievales (aunque no, desafortunadamente para mi gusto, en las navarras) en la que la cruz de sus escudos no indica más que su condición de cristianos. En cuanto al águila predadora, es una escena muy común en toda Europa desde la tardoantigüedad romana, y en la propia Navarra aparece en muchísimas otras iglesias, e incluso en la arqueta islámica de Leyre, cosas que yo tampoco escondí en mi artículo, igual que traté en él sobre la interpretación simbólica –el alma humana acechada por la muerte- que el águila cazadora tenía en aquella época.

A pesar de todo lo dicho, Jabier Sainz tampoco puede asegurar documentalmente que la figura de Pedro Sánchez de Monteagudo sea el origen del escudo de Corella. Es una especulación tan válida como la mía. Porque yo sigo defendiendo que es posible –y recalco lo de posible- que sea Juan Martínez de Medrano el representado en Lónguida y Lizoain, y quizás también el origen remoto del sello corellano. Y lo hago porque sigo reconociendo al águila de Larrangoz un carácter no solo simbólico, sino también heráldico, como creo que demuestra que, incluso en la actualidad, siga habiendo dos emblemas municipales en Navarra que llevan un águila y una liebre. Y esos son únicamente los de Corella y Larrángoz, aunque este último sea un despoblado desde los años 60 del siglo XX.   

En ese contexto, Juan Martínez de Medrano podría perfectamente haber donado a Corella, no la Cruz potenzada de su linaje, sino una divisa escogida por él mismo: en este caso concreto el águila y la liebre. Recordaré que las divisas fueron manifestaciones paraheráldicas que vinieron a completar el sistema de armerías, que como bien dice el mejor heraldista vivo, Michel Pastoureau, en L'effervescence emblématique et les origines héraldiques du portrait au XIVe siècle, no terminaba de expresar completamente la personalidad de quien lo utilizaba, pues sólo aludía a su identidad y a su pertenencia a un grupo familiar concreto. De ahí la aparición de fórmulas emblemáticas nuevas, flexibles, más vivas, con las que cada uno podía proclamar sus pulsiones simbólicas más personales.

Es cierto que las divisas y el resto de emblemas paraheráldicos alcanzaron su mayor éxito a partir del segundo tercio del siglo XIV, pero hubo también innegables manifestaciones anteriores, como las cimeras, que nacieron ya a finales del XII, y cuyo uso fue desarrollándose con fuerza desde las últimas décadas del XIII hasta lograr un éxito generalizado en el XIV. Las cimeras eran las figuras que adornaban los cascos de los participantes en justas y torneos. Fabricadas con materiales frágiles pero lígeros como cuero, cartón, plumas o madera, quedaban destrozadas en cuanto comenzaba la refriega, pero han quedado reflejadas para la posteridad en los sellos y en los armoriales prodigiosamente miniados, que muestran como los grandes personajes adoptaron figuras aisladas (animales, plantas, objetos), muy diferentes de aquellas que adornaban sus escudos familiares. Esos emblemas personales sirvieron a la vez como marca de propiedad y también –sobre todo en momentos de crisis políticas- como signos de reconocimiento o manifestación de adhesión o vasallaje a reyes y príncipes.

¿Quiero decir con todo esto que el águila y la liebre de Larrángoz, Lizoain o Redín fueron la divisa o incluso la cimera del caballero representado en las portadas de sus iglesias? Pues no lo puedo asegurar, pero lo creo bastante posible, además de por las razones aportadas, porque todas estas innovaciones y modas nacían fundamentalmente en la corte de Francia, ¿y quién sabemos que sirvió varias veces como embajador plenipotenciario entre París y Pamplona? Pues uno de los principales caballeros navarros: Juan Martínez de Medrano. ¿Especulativo? ¿Casual? Pues claro, como todo lo que no puede probarse documentalmente. Pero yo ahí lo dejo...

En cualquier caso, que sobre la cabeza llevaban los caballeros medievales figuras bastante más extravagantes que un águila cazando una liebre, lo demuestra por ejemplo el repertorio de cimeras contenido en el famoso Armorial de Gelre: 



El prólogo ha sido largo, pero ahora viene lo mejor, porque creo que os habrá quedado claro cuánto me gustan esos tres caballeros, sumados a otro muy querido también: el de la ventana de la iglesia de Zuazu (Izagaondoa), que puede que tallase el mismo maestro que labró a sus hermanos. 



Y si ha sido así, imaginad ahora lo que supuso para mí descubrir hace apenas un mes, por pura fortuna, que había una cuarta portada, con su caballero, con su águila y con su liebre.

He de confesar que hacía años que la venía persiguiendo. Que, en mi ir y venir a lo largo y ancho de Navarra, intuía que me aguardaba en algún lugar recóndito.
  
ARDAITZ

Hasta que al fin, en las estribaciones meridionales del valle de Erro, a apenas 20 kilómetros hacia el norte de Lizoain, una soleada mañana de otoño de 2019, se me mostró como una revelación. En la protogótica portada de San Pedro de Ardaitz, que consta de tres arquivoltas baquetonadas y apuntadas, sin tímpano (signo de modernidad estilística), hay a cada lado capiteles corridos. En el de la izquierda unos arquillos trilobulados, un jinete y dos cabezas y en el de la derecha un águila atrapando a una liebre y otras dos cabezas. En esos capiteles se emplazaba, se emplaza, la cuarta pieza ignorada hasta ahora de la misma serie que sus hermanas mayores de Larrángoz, Lizoain y Redín. 

PORTADA DE SAN PEDRO DE ARDAITZ (ERRO)

PORTADA DE SAN BARTOLOMÉ DE LARRÁNGOZ


PORTADA DE SAN MIGUEL DE LIZOAIN

PORTADA DE SAN ANDRÉS DE REDÍN


Es cierto que, en su extrema modestia, quizás no pueda compararse su arte con la de las otras tres portadas. Es cierto que el caballero no cabalga hacia la izquierda, como sí que lo hacen sus otros tres compañeros. Es cierto que podríamos pensar que la ruda labra de ambas representaciones las convierte un poco en las Cenicientas del  grupo de águilas, liebres y caballeros. Pero lo más importante es que el parentesco iconográfico entre los cuatro pórticos es completamente innegable.

Quede claro, no obstante, que naturalmente la portada de Ardaitz ya estaba “descubierta”. Lleva más de setecientos años en pie, como para no estarlo... Ocurre que a pesar de haber sido descrita, tanto en el Catálogo Monumental como en la Gran Enciclopedia Navarra, ningún autor –que yo sepa- la había puesto aún en relación con las otras tres.

Ya veis que como os digo, el caballero marcha hacia la derecha, lo cual, si estuviéramos hablando de sigilografía, sería signo de modernidad, como ya expliqué en esta otra entrada de mi blog:


Pero no creo que en este caso concreto tenga eso nada que ver. Tampoco lleva escudo, y es difícil juzgar incluso a corta distancia si debió llevarlo originalmente. Parece tener una muesca, así que podría ser que sí lo llevara. Lo más que puede decirse de él, a juzgar por su perfil, es que era tan narizotas como el de Larrángoz.

Perfil del caballero de Ardaitz
En cuanto al águila, su aspecto “loriforme” (de loro) recuerda muchísimo a la que aparece en el sello del Concejo de Corella. Si la liebre no es igual de parecida, creo simplemente que es porque la forma que tiene el capitel no permitiría demasiadas florituras a un maestro de estilo tan arcaizante e incluso infantil como el que talló la portada de Ardaitz. 


Sello del Concejo de Corella, hacia 1307
Detalle del águila de la portada de Ardaitz
Pero desde luego no voy a menospreciar su trabajo, porque si me dieran un martillo, un cincel y un sillar, sé perfectamente que yo sería incapaz de hacerlo mejor que él. Al contrario, siempre le estaré agradecido por haber convertido este misterioso triángulo en caballeresco cuadrado que me permite seguir elucubrando sobre por qué alguien decidió, a principios del siglo XIV, repetir no ya tres, sino cuatro veces la misma portada en un territorio tan concreto.

Y, quien sabe, puede que alguna vez hasta aparezca una quinta portada  con su caballero, su águila y su liebre. Yo, desde luego, la voy a seguir buscando. Y os invito a hacer lo mismo, siguiendo esta auténtica ruta de caballeros andantes...


© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019