Palacio de Olite, 8 de febrero de 1940
-¡Aquí hay algo, don José! ¡Parece un atadijo de papel!
-¡Sobre todo tened cuidado ahí abajo, no parece que ese muro
esté tan fuerte como para que remover un par de sillares no vaya a afectarle
catastróficamente!
-¡Sí, la verdad es que el relleno entre los paredones no
está muy estable, pero no se preocupe, que casi lo he alcanzado ya! Un poco más…
¡Lo tengo!
-¿Qué es?
-Lo que decía: un pequeño paquete envuelto en papel que
parece muy antiguo…
-¡Salid de ahí cuanto antes, que no las tengo todas conmigo!
Lo cierto es que este castillo ya tiene demasiadas trampas después de 150 años
de abandono como para fiarse de que toda esta zona de la torre de los Cuatro
Vientos, que es la que mayor peligro de ruina inminente ofrece, no vaya a
venirse abajo en cualquier momento. ¡Y ahora que me acuerdo! A ver… Lo que
pensaba, ¡ya están otra vez esas vecinas tomando el sol justo ahí abajo, y mira
que les he advertido veces que no se pongan ahí! ¡Oigan! ¡Oigan! ¡Sí, ustedes!
¡Quítense inmediatamente de ahí! ¿No ven que la torre puede venirse abajo en
cualquier momento? ¡No me hagan llamar al alguacil!
-Serénese don José, que ya se marchan. ¡Mire, mire lo que
hemos encontrado!
Zona del hallazgo |
-Pues sí que es un envoltorio, y no demasiado grande. A ver…
el cordel que lo cerraba se deshace, afortunadamente no es de papel, sino de
pergamino, y como parece haber estado a salvo de la humedad, se conserva bastante
bien. Parece que suena algo en su interior…
-¡Son monedas! Una, dos, tres, cuatro, cinco… ¡Cinco monedas,
y parecen muy antiguas, don José!
¡Y en el papel pone algo, aunque no se
entiende lo que dice! ¿Usted lo entiende?
-Pues de momento, no. Parece estar escrito en letra de su
época, y además la tinta está muy gastada. Quizás con la lupa de diez aumentos que
tengo en mi despacho… Lo que si puedo deciros es que las monedas son antiguas,
sí, pero no demasiado valiosas, dos son de plata, y de los últimos reyes de
Navarra, otras dos son de cobre y parecen ser castellanas, de los reyes
católicos. La última es también castellana, de Felipe II, que en Navarra era
Felipe IV.
Monedas halladas |
-¡La de cosas que sabe usted, don José!
-Bueno, soy numismático aficionado nada más. Incluso tengo
una pequeña colección personal, nada del otro jueves. En fin, voy a hacer un
informe de vuestro descubrimiento, y pedir en él expresamente una gratificación
para vosotros. De momento, la jornada ha terminado. Aquí tenéis cinco duros
para que lo celebréis. Aunque antes de iros a casa, por favor, colocad unas
vallas bajo la torre para que nadie pueda ponerse allí a tomar el sol. No se
dan cuenta del peligro que corren.
-¡Muchas gracias, don José! Y descuide, que pondremos las
vallas, aunque no servirá de nada, que las y los de Olite somos muy orgullosos,
y nos parece a todos que el castillo es nuestro y podemos ponernos en donde nos
venga bien…
-Me parece estupendo, pero si luego ocurre alguna desgracia,
id a pedirle responsabilidades a Carlos III el Noble, que es quien construyó
este palacio. Aunque, ahora que lo pienso, si estas monedas estaban ocultas en
el muro, y la de Felipe II es de finales del siglo XVI, quizás signifique que
las obras continuaron mucho más tiempo del que pensábamos, o al menos que esta
zona concreta es mucho más moderna que la original. Voy a apuntar esta idea
ahora mismo en el despacho, que se me ha de olvidar. ¡Con Dios, señores!
-¡Con Dios, don José!
Ya en su pequeño despacho de obra, José Yárnoz, arquitecto
encargado de la restauración del maltrecho palacio de Olite, ceba la estufa con
unas astillas y espera a que prendan para colocar un leño que ayude a caldear
el gélido ambiente. Enciende la lámpara y despliega sobre la mesa el recién
encontrado pergamino. Quiere confirmar si lo que le ha parecido leer al abrirlo
es lo que realmente pone en la complicada caligrafía del siglo XVI. Porque sí,
ha mentido a los obreros asegurándoles que no había entendido esas pocas
líneas. Lo ha hecho, y lo que ha leído ha provocado que un escalofrío
recorriese su espalda. Así que coloca el texto bajo la lupa y entre asombrado y
escéptico lee:
“…Vendrá el día en que
otro maestro de obras encontrará este tributo, y hará bien en continuar la
cadena de monedas, porque entre los constructores es fama que, si no lo hace,
todo este castillo se vendrá abajo en una noche y ni el Diablo podrá volver jamás
a levantarlo. No he podido dejar más ofrenda que estas pobres piezas de cobre y
plata, porque los operarios somos siempre pobres, pero confío en que llegue una
época en la que el sueldo de quienes levantan edificios sea tan elevado que
permita a quien esto lea dejar en el mismo muro donde lo encontró, una moneda verdaderamente
digna de esta regia morada. ¡Oh, tú! No eches al olvido esta advertencia, si no
quieres atraer la maldición de aquél que echó debajo de un soplo aquella imponente
torre de Babel de la que habla la Biblia…”
Don José Yárnoz Orcoyen |
Estupefacto, José Yárnoz repasa una y otra vez el
sorprendente párrafo. Nunca ha sido supersticioso, pero esta vez siente que le
conviene hacer caso de aquella advertencia venida de tantos siglos atrás. Sí:
mañana mismo dará las instrucciones oportunas para cambiar el plan de obra y
centrar todos los esfuerzos en la zona de la torre de los Cuatro Vientos, que
las monedas fechan, evidentemente, mucho más tarde de lo que se podía imaginar.
Al menos toda la parte de los arcos que la sostiene, y que al decir de algunos
autores estaban emparentados con los que sostienen el palacio de los papas en
Aviñón, cosa que ahora podemos poner en duda.
8 de febrero de 1941
Ha pasado un año, y la torre de los Cuatro Vientos luce tan
nueva que parece que en cualquier momento va a asomarse la reina doña Blanca a
ver el tempero que hace en Ujué. José Yárnoz ha pagado por propia iniciativa el
almuerzo con el que los obreros celebran el final de la campaña en el terrado
del castillo. Pero él no se queda mucho en el festejo. Al contrario, se aparta
poco a poco del barullo y cuando está seguro de que nadie le ve, se introduce
en el estrecho hueco entre paredones que ha ordenado que se deje sin cubrir
hasta mañana. Con cuidado, porque ya no es un mocete, baja todo lo que puede y
palpa la piedra en busca de la pequeña hornacina en la que hace un año se
hallaron las monedas. Entonces saca del bolsillo una muy especial, la joya de
su colección numismática: aquella que ordenó acuñar el príncipe de Viana, que fue
quien vivió más años en este palacio sin haber llegado nunca a reinar. Pasa la
yema de sus dedos por el anverso y siente la K de Karlos coronada, y a un lado
y a otro los dos triples lazos que le identificaban como auténtico señor de
Navarra. La envuelve con un pergamino nuevo, y la deposita allí como tributo continuado a
todos los maestros de obras que el palacio de Olite ha tenido desde tiempo de
los antiguos romanos. Lo que ha escrito en ese pergamino, sólo lo podrá saber
el próximo arquitecto que, dentro de muchos siglos, encuentre su ofrenda. Trepa
con la misma prudencia y sale a la superficie. No puede resistirse a asomarse a
las almenas recién reconstruidas. Sonríe: allí abajo vuelven a estar las mismas
mujeres de siempre tomando el sol. No hay problema: el palacio ya no está en
ruina ni amenaza desplomarse bajo el soplido de quien derrumbó aquella famosa
torre de Babel de la que habla la Biblia…
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019