viernes, 18 de enero de 2019

EN SUS TRECE


Si os situáis bajo el crucero de la catedral de Pamplona, justo al lado del imponente sepulcro del rey Carlos III el Noble, y eleváis la vista al frente, hacia las vidrieras que en la parte más alta coronan el presbiterio (la zona del altar), podéis observar que las dos frontales están decoradas por una serie de ocho escudos heráldicos cada una, el más curioso de los cuales se halla en la de la izquierda, empezando por abajo. Es este que ahora os muestro:


Su descripción sería: cortado de gules y de plata, un creciente de plata ranversado, timbrado de tiara papal y sostenido por las llaves del Cielo, cruzadas y atadas por un cordón. Son por tanto las armas heráldicas de un Papa, y no de uno cualquiera, porque corresponden nada menos que a Benedicto XIII, Sumo Pontífice en la obediencia de Aviñón entre los años 1394 y 1429, y considerado por tanto -todavía hoy- antipapa y hereje por la Iglesia Romana. ¿Qué pinta por tanto su escudo en una catedral católica?


Y eso que, como se observa fácilmente, no se trata de una vidriera medieval, qué va, porque fue realizada hacia 1970 para ir rellenando los huecos que la explosión del molino de la pólvora del año 1733 había dejado entre las vidrieras originales (de principios del siglo XVI), de las que sólo se conservan en su lugar original -la nave central- cuatro de ellas. Aunque había unas pocas más, que fueron vendidas al sacamantecas y millonario yanki W. Randolph Hearts (en quien se inspiró Orson Welles para su Ciudadano Kane) por el cabildo pamplonés de los años 30, lo que demuestra que hay obispos y canónigos mucho más peligrosos para el patrimonio artístico que la pólvora, vaya que sí. El caso es que tres de esas vidrieras que "no valían para la catedral de Pamplona", decoran hoy en día la de Omaha, en Estados Unidos. Un crímen artístico de primera magnitud, y una demostración de ignorancia y de avaricia supinas.


Pero volviendo al Papa Luna, del que os hablé hace poco al glosar el sermón que dio en este mismo espacio catedralicio de Pamplona -siendo todavía sólo cardenal- con motivo de la declaración de obediencia del rey de Navarra al papa de Avignon Clemente VII, el 6 de febrero de 1390 (¿recordáis?: "Et la Corona del rey es redonda o circular por ser esta figura apropiada a la perfección de Dios, a la que el rey debe intentar acercarse todo lo que pueda, ya que Dios es también como una esfera, en la cual el punto medio está en todas partes, y su fin en ninguna..."), la explicación de la presencia de su escudo en la catedral de Pamplona no tiene nada de extraño, si tenemos en cuenta que era a Aviñón a quien reconocía el reino de Navarra cuando dicho templo (aunque en su anterior versión, románica) se vino abajo el 1 de junio de ese mismo y cargado de acontecimientos año de 1390. Y su amigo Carlos III el Noble seguía siendo fiel a esa obediencia cuando emprendió la reconstrucción, ya en estilo gótico, colocándose su primera piedra el 27 de mayo de 1394. Es decir: tan solo cuatro meses antes de que el cardenal Pedro de Luna fuese elevado al trono pontificio, el 28 de septiembre de ese mismo año.

Por lo tanto, quien en 1970 encargó esas vidrieras heráldicas, quiso honrar al Papa que gobernaba la parte de la Cristiandad en la que se situaba Navarra, que no fue otro que el aragonés Benedicto XIII, un papa que como os he dicho, incluso hoy en día -más de seis siglos después- sigue sin aparecer en el Anuario Pontificio, publicación anual que recoge, junto al listado histórico y oficial de todos los papas que ha gobernado la Iglesia Católica desde San Pedro, el registro de los cardenales, obispos, diócesis, departamentos de la Curia romana, misiones diplomáticas de la Santa Sede en el extranjero, congregaciones religiosas, universidades católicas y demás instituciones eclesiales que conforman la Iglesia en la actualidad. 

Es decir: que Roma sigue sin reconocer la legitimidad de los papas de Aviñón. De ahí la rareza extrema que supone que en una fecha tan tardía como 1970 alguien recordara que el escudo del testarudo aragonés merecía aparecer en las vidrieras de una catedral edificada bajo su proscrito pontificado. Y digo proscrito, porque hay autores, incluso existe una magnifica novela titulada "El anillo del pescador", escrita por J. Raspail, que sostienen que la linea pontificia legítima, la que defendía el concepto del primado de Pedro sobre la Iglesia era realmente  la de los papas de Aviñón, y que por tanto la Iglesia de Roma sería la impostora, y que incluso se habría mantenido una línea sucesoria de papas llamados todos ellos Benedicto, ocultos en Francia desde la muerte de Pedro de Luna, que mantendrían la verdadera legitimidad papal aviñonesa hasta la actualidad. ¿Quién sabe? Soñar cuesta tan poco...

¿Pero quién creo yo que pudo ser el responsable de ese vidriado recuerdo del Papa Luna en Pamplona? Pues si tuviera que apostar, lo haría por el eterno archivero de la catedral, el canónigo José Goñi Gaztambide, uno de los hombres más sabios, eruditos y de mayor capacidad de trabajo intelectual e historiográfico que habrá habido en Navarra. Y también el último canónigo que vivió en las dependencias de la propia catedral, como sus antecesores medievales. Tuve la inmensa fortuna de que una vez nos sirviera de guía personal en una visita a la catedral de Pamplona, que conocía palmo a palmo, y no sólo en el estado en el que se encontraba en ese momento, sino también en el que había llegado a tener alguna vez. Fue un auténtico privilegio poder escucharle. 

De todas maneras, y después de lo que he afirmado en el párrafo anterior sobre la posible existencia de una línea de Papas diferente a la romana, ¿quiere eso decir que piense yo que don José Goñi Gaztambide era un aviñonista oculto? Por supuesto que no, aunque ciertamente sería un arranque más que sugerente para un cuentico de los míos, ya veremos... No, simplemente quería decir que lo lógico al encargar las vidrieras sería asesorarse por quién más sabía sobre los benefactores de la catedral a lo largo de los siglos, y ese alguien sólo podía ser el archivero Goñi. Así que desde aquí le agradezco ese pequeño pero inusual rasgo de "herética" libertad en la siempre más que conservadora Iglesia navarra.

 D. José Goñi Gaztambide

Pero todo esto no resta atracción ninguna a la inmensa figura histórica del Papa Luna, otro verdadero prodigio intelectual de su época, capaz de hablar durante más de siete horas en latín (y tenía ya más de ochenta años) para defender sus justos derechos, como hizo en 1415 en Perpiñán ante el emperador Segismundo y ante el rey de Aragón Fernando I de Trastámara, que le debía su corona, conseguida por el apoyo de la Iglesia aragonesa en el Compromiso de Caspe. Por eso cuando ambos le retiraron la obediencia y le obligaron a refugiarse en Peñíscola, Benedicto XIII, citando los Salmos -pues no en vano era el mayor teólogo de su tiempo-  le dijo: "me qui te feci missisti in desertum" (A mí, que te hice rey, me envías al desierto...).  

Y es que ninguna autoridad política o eclesiástica (que para librarse de los tres papas simultáneos que llegó a haber en lo que se conoce como el Cisma de Occidente, terminaron por defender la primacía de los cardenales sobre el Papa en el gobierno de la Iglesia)  fue capaz nunca de rebatir su fundadísimo e impecable argumento: Decís que sólo los Cardenales pueden elegir Papa; pues bien: todos los cardenales actuales son posteriores a 1378 (año del inicio del Cisma) menos yo, que soy por tanto el único cardenal indiscutible, ya que no fui nombrado por ningún papa cuya legitimidad pueda ahora discutirse, sino por el último que la tuvo sin duda alguna; y, como único cardenal legítimo que queda, sólo yo puedo elegir Papa; por tanto, me elijo a mí mismo, y así no podréis poner más en cuestión que soy el único verdadero”. 

Pero no le hicieron caso, y en poco tiempo todas las naciones cristianas le fueron retirando la obediencia a partir de ese año del Señor de 1415. También Navarra, regida todavía por su amigo Carlos III el Noble, que quizás en esta ocasión no hizo demasiado honor a su sobrenombre, pues él también debía mucho a uno de los mejores y más dignos portadores del anillo del pescador. El último Papa de Aviñón, que no renunció jamás, como todos le exigían. Que se mantuvo siempre en sus "trece".

Alguien cuyo poder de elocuencia y dominio de la dialéctica le hacía prácticamente invencible en el campo de la Teología, hasta que tropezó con un tudelano. Aunque esa sea una historia que os contaré otro día...

Busto-relicario de San Valero, supuesto retrato fidedigno de 
Benedicto XIII, ofrecido por él mismo a la Seo de Zaragoza

 

 ® MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019