domingo, 23 de septiembre de 2012

CARONTE


23 de septiembre de 1461, Palau reial de Barcelona

Esta vez va de veras.

Ya te has sentido mal muchas otras veces, pero los rostros de tus servidores, por más que intenten aparentar, no pueden ocultar la gravedad de tu dolencia.

Vas a morir, y lo vas a hacer en un palacio real y no en una prisión, pero no en el de Olite, mirando desde la torre de las tres grandes finiestras hacia Ujué, o en el de Tafalla, oyendo por última vez a lo lejos el dulce rumor de las aguas remansadas en la presa de Pericueta. No, la muerte va a salir a tu encuentro en otro lugar muy lejos de tu patria.

Porque sí, eras también el heredero de la corona de Aragón, y has defendido esos derechos lo mejor que has sabido o te han permitido hacerlo. Pero como sabe cualquier exiliado, tu corazón se quedó en tu tierra cuando te obligaron a abandonarla, y nunca ha salido de allí, por más adulaciones y elogios -la mayoría de ellos interesados- que te hayan dispensado en otros lugares. También aquí, en Cataluña, donde la comedia va a llegar a su fin...

Y a cada momento que pasa te sientes más fuera ya de este mundo. Pero como oyes llorar a los pocos fieles que aún te siguen, con un titánico esfuerzo procuras mantener tu consciencia un poco más. Por la ventana abierta llega un son que algún músico callejero está tocando en la plaza. Es una melodía tan preciosa que sientes que merece la pena luchar un poco más contra el destino con tal de oírla entera. Con un tono que es ya más eco de tumba que voz humana pides:

-El juglar, el juglar...

-Es verdad, ¡Haced callar a ese juglar!

-No, por el amor de Dios. Traedlo a mi presencia. Pero hacedlo presto, que tengo un pie en el estribo...

Y pensando que su pobre señor está tan loco a la hora de morir como lo estuvo mientras vivió, pues locura manifiesta es preferir la poesía a la espada, salen todos a buscar al músico. Y cuando, muy asustado, se ve frente al lecho donde -pálido como el alabastro- reposa don Carlos, se arrodilla ante el príncipe con mucha unción.

-¿Qué canción estabais tocando? Juro que jamás oí una tan bella...

-Es un canción muy antigua de estas tierras, señor. Le llaman "La Mariagneta". No se sabe quien la compuso. Alguien que se sintió muy vencido debió ser...

-Entonces has llegado al lugar oportuno, que soy yo rey de todos los derrotados, y mi próximo combate tampoco lo voy a ganar. Cántala para mí, por favor. Utiliza mi laud, el que cuelga allí, con su mástil tallado con las figuras de los apóstoles que adornan la portada de Santa María de Olite, allí donde me casé con Agnes. Cuando termines puedes quedártelo, nadie más en esta habitación sabe tocarlo, y no quiero que acabe en la almoneda de un usurero. Que sirva para alegrar a las gentes, lo mismo que sirvió para alegrarme a mí...

Y es tan magnífico aquel instrumento que el juglar apenas debe emplear unos instantes en afinar su cordaje, y  todos ven en esto intercesión divina, pues muy desesperante cosa son los músicos que se pasan más tiempo afinando que tocando. Sólo la agitadísima respiración del príncipe rompe el silencio que todos mantienen cuando comienza a sonar el melancólico canto:

 Ai adéu Mariagneta 
Princesa dels meus sospirs!
Tu robes el cor dels homes
I a mi em fas penar i morir.

Ai adéu Mariagneta
Princesa del meu sufrir!

Ton amant és a la porta,
Que no espera sinó el sí;
No desconsolis tos pares
Per aconsolarme a mi.

Ai adéu Mariagneta
Princesa del meu sufrir!

Que jo ja mén faré frare
de l'ordre caputxí.
Quan ne siguis casadeta
Ja m´ho enviarás a dir.

Ai adéu Mariagneta
Princesa del meu sufrir!


Y con esa última estrofa resonando aún en sus oídos, comprende don Carlos que no tendrá ya que suplicar, ni que rebajarse, ni que luchar más por lo que en justicia y en razón le pertenece. Que va a recuperar por fin los maravillosos palacios de Tafalla y Olite, y también la soledad de la Bardena, la frescura del Arga al pasar por el molino de Santa Engracia de Pamplona, y el viento perfumado de pasto que viene de más allá de Belate. Y sobre todo que va a encontrarse con su princesa, y que ya no habrá nada que vuelva a separarlos.

Y sonríe al juglar, y le entrega una moneda de plata que muestra su divisa del triple lazo, porque no quiere ni necesita otro barquero que le lleve a la otra orilla...

Y esto fue escrito el 23 de septiembre de 2012, día del 591 aniversario de la muerte del príncipe de Viana en el palau  reial de Barcelona.

LA MARIAGNETA

© Mikel Zuza Viniegra, 2012