Calle Zapatería nº 50 de Pamplona.
20 de septiembre de 1940. 1'45 h. de la madrugada
El redactor-jefe está sentado a la mesa, iluminada por un flexo cuya exangüe bombilla da un aire un tanto lúgubre a la estancia. Como siempre, está enfrascado en dibujar las arquitecturas fantásticas que brotan de su mente en cualquier papel libre de tinta que haya podido encontrar: los restos de la edición, las libretas reaprovechadas o incluso los márgenes del periódico que acaba de salir de la rotativa, listo para ser distribuido por toda la ciudad. Da pena molestarlo -piensa el recién llegado-, pero aclarándose la garganta con una tos impostada, da por fin a conocer su presencia:
-No entiendo cómo no recoges todos esos dibujos tuyos en una publicación, Angel María. Son una pura maravilla...
-¡Caramba, qué sorpresa, don Gabriel! Agradezco sus elogios, y en pago le regalo mi última obra -si no maestra, si al menos bien fundada-. Son cuatro trazos sobre como pienso yo que debió ser la fachada románica de la catedral de Pamplona. Pero trasnocha usted mucho hoy, y aún queda bastante rato para nuestra cita habitual en la primera misa de la mañana en San Cernin...
-Lo que yo decía: lo que tú llamas "cuatro trazos" están a la altura, e incluso creo que los superan ampliamente, de los diseños de los arquitectos más encumbrados. Espero no incordiarte, pero andaba un poco desvelado y me he dicho, vamos a ver qué nuevas sobre la guerra europea puede contarme el eximio amigo y periodista Pascual.
-Espero ser más amigo que periodista, aunque sobre su inquietud por saber noticias nuevas, quizás sea usted, don Gabriel de Biurrun, el ilustre cónsul de la República Oriental del Uruguay en Pamplona quien pueda alumbrarme a mí, porque lo cierto es que, más allá de la vertiginosa rendición francesa ante Alemania de hace unos meses, la censura no permite vislumbrar avances o retrocesos destacados en los frentes...
-Algo sé, a qué negarlo. Sobre todo cuestiones relacionadas con cómo se está desarrollando la evacuación de las tropas inglesas desde el continente. Algunas patrullas estaban destacadas demasiado al sur del territorio francés, y seguro que no te descubro nada si te digo que el Foreign Office precisó cierta ayuda desde este lado de los Pirineos...
-No creo que les gustase saberlo allá en Londres, pero algo conozco de todo este asunto, aunque le agradezco que me lo confirme de viva voz. Puede que nuestras ideas políticas sean muy distintas, pero al fin y al cabo somos amigos y compartimos la misma fe en Dios, y en que él pondrá fin a este terrible enfrentamiento. Incluso fuimos capaces de mostrar a todo el mundo que es posible dejar atrás las diferencias de signo político cuando colaboramos en la edición de aquel libro que tanto nos costó sacar adelante en plena contienda: "El coqueto don Sancho Sanchez".
-Buen libro fue aquel, sí señor. Y aún creo que le podremos sacar más partido todavía... En cualquier caso, es lástima que esa convicción de poner la religión por encima de cualquier otra cosa, que sabes que es también mía, no sirviera de nada a muchos de los que ahora yacen enterrados en tumbas sin nombre. Yo mismo me salvé de milagro, supongo que por mi condición de diplomático, mucho más que por ser un convencido católico. En esta misma sede en la que ahora nos encontramos escribí muchos años para el periódico "La Voz de Navarra", hasta que vosotros lo incautaisteis en julio del 36...
-Estos son tiempo nuevos. No merece la pena andar lamentando el pasado. Además, en una guerra, y más en una de liberación nacional, como lo fue la nuestra, se cometen muchos excesos, don Gabriel. Aunque quizás algunos sean más necesarios de lo que ahora mismo, apenas recién llegada la paz, podamos colegir. También muchos camaradas míos murieron en combate. Todos, amigos y enemigos, descansan ahora juntos en el seno del Señor. Yo al menos así lo creo.
-Tú lo has dicho, Angel María: pensamos diferente, y aunque no veo qué liberación puede venir de la muerte, sigue uniéndonos nuestra fe. Por eso precisamente estoy aquí a estas horas tan intempestivas. Lo que tengo que decirte es preciso que no lo sepa nadie más. E incluyo en ese "nadie más" a don Fermín Yzurdiaga, director de este periódico y buen amigo nuestro...
-Es mucho más que un amigo para mí, don Gabriel, y usted lo sabe. Si me dedico a estos oficios de la literatura y el periodismo, es por seguir la senda que él me abrió hace ya tantos años.
-No tantos, Angel María, recuerda que sólo tienes 27. Yo lo conozco antes que tú, que no en vano tengo ya 51. Y aunque lo aprecio y lo estimo tanto como tú, sobre todo por su vasta cultura y por su condición sacerdotal, sé que si llega a conocer los pormenores de este asunto del que vengo a hablarte -y atendiendo a su cargo como Consejero Nacional del Movimiento-, puede, aún de buena fe, poner en peligro toda la operación...
-¿"Operación"? Antes de que me cuente nada, don Gabriel, no olvide que yo soy tan "azul" o más que mi admirado don Fermín, y que si pretende convencerme de que ayude a salir de un mal paso a sus amigos británicos, puede usted ahorrarse el esfuerzo, porque no he escondido nunca mi simpatía por Alemania. El Nuevo Orden que tantos anhelamos se vislumbra al fin bajo el signo de la Esvástica...
-Aún eres muy joven, Angel María. Es verdad que has tenido la desgracia de conocer ya una guerra civil, pero eras muy niño cuando estalló la 1ª Guerra Europea, y no puedes hacerte a la idea del nivel de destrucción al que, con los avances de la técnica actual, puede llegarse si la actual conflagración prende en el resto de continentes. Y es nuestro deber de cristianos al menos intentar que esta locura termine. En cuanto a Alemania, espero de verdad poder variar tu firme postura cuando sepas lo que he venido a contarte...
-Podrá intentarlo, pero dudo que lo consiga. No obstante me tiene ya usted en ascuas. Vaya de una vez al grano, por favor.
-No es tan sencillo, Angel María, no es tan sencillo Pero, por empezar la madeja por alguno de los hilos,dime: ¿Qué sabes sobre los Cátaros?
[Continuará...]
© Mikel Zuza Viniegra, 2012