viernes, 11 de mayo de 2012

EN PUNTO


Santuario de Nuestra Señora de Uxue, 11 de mayo de 1371

Y aunque le costó ponerse en marcha desde su ciudad natal de Berna, por fin arribó el mes pasado a Navarra el maestro relojero monsieur Bertrand de Rodez, llamado por el rey Carlos II para que le fabricase en esta villa el orologio más hermoso que se haya visto en la Cristiandad.

 Ya tenía el soberano una cierta idea de lo que quería, y aprovechando el viaje a Francia de su esposa Juana, había puesto en marcha la construcción del ingenio para poder sorprenderla cuando retornase al reino y viese lo que su marido era capaz de hacer por ella.

 Así que cuando estuvo por fin el artista bien aposentado, le mostró los diseños que él mismo había dibujado, pues tenía esa habilidad desde pequeño. Y le explicó que mucho le gustaría haber podido incluir en la obra muchas imágenes que representasen a los doce apóstoles, a los tres reyes magos, o hasta a los siete sabios de Grecia, pero como eso hubiese incrementado el presupuesto de forma desmesurada, y ya estaba el tesoro navarro bastante comprometido por la guerra en Normandía, había optado por conformarse con sólo tres figuras de buen tamaño, que habrían de mostrar a la real pareja y a un ángel que, descendiendo del cielo, les bendijese.

Y habría de estar colocado el conjunto no en cualquier sitio, sino en el elegante mirador occidental, que no desmerecería en ninguno de los palacios del rey de Francia, ni siquiera en el muy lujoso del Louvre, en una de cuyas doradas galerías, muy parecida a ésta de Uxue, fue donde se vieron por primera vez Carlos y Juana, y era precisamente ese anhelado momento el que ahora quería perpetuar el rey con este mecanismo tan elaborado.


 Muy bien pareció todo esto a don Bertrand, que sólo pidió que le diesen algo de tiempo para poder llevarlo a cabo. Bueno, también pidió dinero, porque como no se cansaba de repetir, "sin monedas no hay arte", y es mandamiento éste que debiera estar grabado en la casa de muchos falsos mecenas que tienen la boca muy grande para pedir maravillas, pero la mano muy corta luego para pagarlas.

Y como llegó esa misma mañana un mensaje desde Cherburgo del infante don Luis, el hermano del rey, anunciando el establecimiento de una tregua duradera con los franceses, y atendiendo a que siempre sería mejor gastarse el dinero en relojes que en armas, dio permiso don Carlos al maestro para que introdujese en su proyecto todas las modificaciones que juzgara convenientes, pues no habría ya problemas para que recibiese lo que era justo por su trabajo.

Y puestos a complacer a quien de tan buenas formas se lo había encargado, ideó para tan bello pasadizo un rail que lo recorriera de lado a lado, por el cual se deslizarían las figuras talladas de don Carlos y doña Juana, él como viniendo desde la portada principal, y ella como viniendo desde la portada norte, hasta juntarse ambos en el centro del mirador, justo delante de una esfera astronómica muy bien preparada, y donde por medio de un resorte muy complicado, de muchas ruedas dentadas -del que tomó buena nota el siempre curioso Sagastibelza- unirían sus manos y sus rostros en amoroso saludo, mientras el ángel descendía benéfico sobre ellos.

Y para labrar esas figuras hubieron de fundir el bronce de varias culebrinas, falconetes y cañones, y una vez talladas, las pintaron con los colores de Navarra, Evreux y Francia, por lo que mucha pintura azul, roja y dorada se hubo de emplear. Y como era buen escultor, todos los presentes dijeron que eran talmente iguales a los verdaderos reyes, aunque con la cara más dura, y veáse si no es buen milagro éste, pues hay reyes que la tienen más que dura, rocosa, aunque no fuera ese el caso de don Carlos, que era implacable, pero también justo. Y para el rostro del ángel, propuso el monarca que se retratase a don Mikel de Burgui, que era el tenente de la fortaleza por aquellas fechas, y sin duda quien más sabía sobre Uxue en todo el orbe, cosa que nadie podía discutir...

Y quedó también muy bien parecido este árcangel, que impulsado por el mismo resorte, bajaba desde el techo de la galería para cubrir pudorosamente con sus alas el métalico beso de aquellos nuevos y extraños reyes de Navarra. Y como hacer que todo este artilugio se pusiese en marcha cada hora castigaría mucho los goznes, preguntó don Bertrand al rey que a qué hora exacta había conocido a doña Juana, y al responder éste sin dudar ni un instante que al mediodía, pues todas las campanas que anunciaban el Angelus parecían repicar al paso de aquella princesa, dispuso el maestro para esa hora únicamente el funcionamiento de todo el dispositivo.


 Y era de ver como efectivamente, cuando las campanas de la torre llamaban cada día a saludar a Santa María a moradores y peregrinos, salían muy obedientes de sus respectivos garitones las dos figuras hasta encontrarse justo en el lugar señalado mientras esperaban abrazados la llegada del ángel.

Y cuando la reina regresó de Francia y vio el asombroso regalo de su esposo, no fueron aquellos besos robóticos los únicos que en Uxue pudieron verse, pues le había demostrado don Carlos lo injusto que era aquel sobrenombre de "Malo" que le habían endosado en lugares donde era evidente que no lo conocían bien.

Y estuvo aquel maravilloso reloj en funcionamiento hasta que el rey usurpador Juan II ordenó muchos años después desmontarlo y fundirlo para volver a convertirlo en piezas de artillería, pues quien no sabe de amor no quiere tampoco que los demás gocen contemplándolo. Pero hasta la reciente restauración, podía aún verse sobre las losas del mirador la huella por donde tantos mediodías desfilaron aquellos regios autómatas.

Y los pocos que estaban en el secreto de esta historia que acabo de relatar, tocaban con mucha unción allí donde había estado sujeto el rail, con la esperanza de atraer sobre sí mismos el cariño que se tuvieron Carlos y Juana. Y hasta hay quien dice que hubo algunos pocos afortunados que lo consiguieron...


© Mikel Zuza Viniegra, 2012