sábado, 28 de abril de 2012

CONTRA TODO Y CONTRA TODOS II


 Conviene leer antes la primera parte

Y saltando a su caballo, corre Guillén como el diablo hacia Najurieta. Y sus espuelas hacen sangrar los ijares de la montura en pos del halcón maldito, que a pesar de ello le lleva cada vez más ventaja. Es casi de noche cuando llega por fin al pueblo, y un sonido como de cascabeles le guía hasta la fuente, en la que ve una figura arrodillada con la cabeza dentro del agua y los brazos atados a la espalda…

Y es su último beso frío y oscuro como la muerte, porque el agua helada que envuelve a Rebeca ya para siempre, se mezcla con las amargas lágrimas de Guillén, en cuyo corazón va fraguándose un único deseo: ¡Venganza!

Así que sube a su caballo y va recorriendo todos y cada uno de los pueblos del valle, llamando a las cerradas puertas de las casas sin importarle qué hora sea. Y en Lizarraga le ceden la cota de malla, y en Idoate el gambesón, y en Mendinueta el almófar, y en Reta un escudo apuntado con cuatro palos de gules, y en Ardanaz una gualdrapa lisa para su corcel, que Guillén guarnece con los cascabeles de plata de Rebeca, y en Iriso una lanza abanderada, y en Beroiz una espada bendita de Santa Catalina, y en Urbicain un peto de acero con incrustaciones de nácar, y en Izanoz y Muguetajarra unos guanteletes de brocado carmesí, y en Turrillas un yelmo con visera de oro, y el abad de Guerguitiain traza una bendición en el aire cuando pasa a su lado. Y ya está amaneciendo cuando vuelve a Zuazu, y tras besar a su madre sólo recoge un objeto, que guarda muy cuidadosamente bajo su armadura…

Y cubierto de todas esas galas, talmente parece el árcangel cuya morada los rayos de sol empiezan a dorar allá arriba, en la peña. A él, príncipe de los guerreros, va dirigida la silenciosa última súplica de Guillén, antes de lanzarse a cabalgar hacia Indurain.
 

                                          CABALLERO DE REDÍN – SIGLO XIV

Y cuando Martín, Pedro y Jimeno le ven aparecer, mucho se ríen de las armas y ropas tan antiguas que lleva, en comparación con las suyas, todas nuevas e iguales. Pero muy pronto se congela la risa en sus rostros cuando ven que carga contra ellos, hundiendo su lanza en el vientre del señor de Redín, que cae desmadejado del caballo sin que siquiera le haya dado tiempo a protegerse con su elegante escudo pintado con la cruz blanca.
 

                                            CABALLERO DE LIZOAIN – SIGLO XIV

El señor de Lizoain, sin embargo, ha sacado velozmente su espada y acomete furioso a Guillén, que a duras penas puede desviar su mortal estocada a costa de perder el equilibrio y rodar él también por el suelo. Al incorporarse ve como su adversario galopa hacia él lanza en ristre, así que haciendo un quiebro lo esquiva, y con todas sus fuerzas da un tremendo mandoble sobre las patas del caballo, haciendo caer violentamente al jinete, que para cuando quiere darse cuenta ya tiene la espada de Guillen clavada en su pecho. Y justo en ese momento, Guillén siente una punzada terrible en su espalda: es el señor de Larrangoz, que ha aprovechado su distracción para darle traidoramente una lanzada...

Y siente salir su sangre a borbotones por la herida, y cae de rodillas mientras su mirada se nubla, y ve acercarse al comendador, que levanta su espada para descargar el golpe de gracia, y entonces ruega a San Miguel de Izaga pidiéndole fuerzas sólo durante un instante más. Y, sacando de debajo de su armadura una afiladísima herramienta de doble púa, se alza inesperadamente y se la clava bajo la barbilla mientras grita:

-¡Teníais razón, comendador: en mi casa no había más que layas!

Martín de Larrangoz está muerto antes de llegar al suelo. Guillén, mientras sus ojos se cierran para no volver a abrirse, sonríe al oír la dulce melodía de los cascabeles y el canto de las cardelinas que vienen a mostrarle el camino…

Y dicen que Isaac de Monreal contrató al maestro escultor de las portadas de Larrangoz, Lizoain y Redín, que ahora ya no tenía trabajo, y le encargó tallar en el ventanal de la iglesia de Zuazu la imagen de Guillén, no sin ordenarle antes tajantemente que tuviese mucho cuidado en representarlo con los mismos atavíos que había llevado en batalla, incluyendo los cascabeles de Rebeca, y no con aquella indumentaria que sus enemigos habían querido imponerle, pues merece eterna alabanza el hombre que se enfrenta en solitario a la injusticia. Y quiso también que justo enfrente del valeroso caballero figurase su enamorada, esperando la llegada de su amado para rodearlo con sus brazos.


     CABALLERO DE ZUAZU– SIGLO XIV

Y aunque siglos después, cuando ya la memoria de esta historia se había perdido en el valle, un triste clérigo destruyó a pedradas el retrato de la joven hebrea, dejando otra vez solo a Guillén, muchos amaneceres una pequeña cardelina sigue viniendo a posarse sobre la grupa de piedra y parece querer abrazar con sus alas al caballero…


© Mikel Zuza Viniegra, 2012