lunes, 5 de diciembre de 2011

EL REY QUE VENCIÓ A LOS DRAGONES I

Sí. Siempre ha tenido presentes las lecciones que le enseñaron los preceptores puestos por su padre para que conociese la historia del país que algún día llegaría a gobernar. Por eso recuerda bien que, según recogen las viejas crónicas, antaño Pamplona se llamó Sansueña, que quiere decir “la ciudad de los Sanchos”, pues muchos de sus reyes y señores llevaron ese nombre.

Pero sus sucesores en el trono navarro ya no responden a esa denominación, sino a la de Teobaldo, o Tiebault, en la lengua que se habla en Champaña, su tierra de origen. Así se llamó su padre, así se llama él y, si Dios quiere, así se llamará también su hijo, y el hijo de su hijo... Y pues la capital del reino es dominio episcopal, y ni siquiera puede alojarse el rey en ella en una casa que pueda considerar como propia, al poco de ser coronado ya empezó a pensar en lo necesario de fundar una nueva villa que le sirviera de sede regia y centro de su administración. Y qué mejor nombre para ella que el de Tiebas, “la ciudad de los Teobaldos”…

Y su matrimonio con la hija del muy poderoso soberano Luis de Francia, no ha hecho sino espolearle en su empeño de llevar su proyecto a cabo cuanto antes, pues hubiera resultado indigno que ella, acostumbrada a las mansiones más lujosas del mundo, hubiese tenido que peregrinar de castillo en castillo ruinoso, como era costumbre en la itinerante corte de Navarra.

No, eso se acabó para siempre. La reina llegará en apenas quince días desde París, y encontrará en el corazón de su nuevo reino un fastuoso edificio que nada tendrá que envidiar a aquellos en los que hasta ahora ha transcurrido su vida. Sí, el palacio de Tiebas es ya una realidad, y pronto se le añadirá una bella y muy bien dispuesta población, con su iglesia en la parte más alta. ¡Quédese en buena hora el obispo con la umbría y siempre belicosa Pamplona, que ahora los señores de Navarra ya tienen a la hermosa Tiebas, bien guardadas sus espaldas por fuerte montaña de piedra, y abierta a todos los caminos y a las gentes que por ellos discurran!

Una muralla rodea el jardín en cuyo interior se alza el imponente recinto, y sus muros responden a una planta rectangular consolidada a cada poco por contrafuertes rematados por pequeñas torrecillas. Desde la puerta de entrada se da paso a un patio central porticado que articula las dos alas laterales, coronadas por tejados a dos aguas, cubiertos con tejas de color verde, amarillo y marrón, que dibujan atrevidos motivos geométricos…



No, Su querida Isabel no echará nada de menos, pues él, que es también conde palatino de Champaña y de Bria, ha hecho fabricar en aquellos dominios suyos hasta baldosas con el mismo diseño que las del palacio de Saint-German- en-Laye, el favorito de su esposa, por ser allí donde se crió y pasó su infancia.

Y es que han recorrido los dos juntos muchas veces aquellas magníficas estancias, mientras ella le repetía las historias que su padre, en los pocos momentos en que la ardua tarea de gobernar Francia se lo permitía, le contaba cuando era niña sobre aquél pavimento cuajado de dragones. Cada círculo contenía ocho, porque según el rey Luis, esa cifra es la de todos los vientos que en el mundo pueden darse. Y según opinión de muchos sabios de la antigüedad, cada uno de esas ocho corrientes de aire, nacen precisamente en la panza de ocho dragones como los representados en aquellos preciosos azulejos. Y cada uno tiene su propio nombre, es a saber: el cortante y duro Septentrión es el del Norte, con sus hermanos Cauro al noroeste y Aquilón al noreste; Céfiro es el del oeste y Eurón el del este; y el suave y acariciante Austral es el del sur, acompañado por Ábrego al suroeste y Volturno al sureste…

-Cuando afuera ruja la tempestad, y quieras estar protegida y que nada te ocurra –le decía su padre-, basta con que te sitúes en el medio de los ocho dragones. Nada ni nadie en el mundo podrá hacerte daño si a ellos confías tu defensa, hija mía…

Y esa sensación de salvaguardia absoluta que los dragones de la mansión de Saint German le proporcionaban, es la que ahora su joven esposo Teobaldo quiere renovar para ella en Tiebas. Y por eso quiere estar presente cuando al fin llegan las losetas desde sus lejanos condados allende las montañas, y quiere abrir también personalmente las selladas cajas de madera para comprobar que ni una sola ha sufrido daños durante el largo viaje.

Pulcras y perfectas aparecen bajo su funda las que representan pájaros, entrelazos y vegetales, pero al desenvolver las de los dragones, el rey de Navarra queda demudado: como si un diminuto San Miguel se hubiese complacido en acabar meticulosamente con cada uno de ellos, todos los endriagos van surgiendo partidos en dos y hasta en tres trozos. Ni el más hábil de los artesanos sería capaz de recomponerlos sin que se notase el arreglo…

-Quizás se golpearon dentro de la carreta, o puede que no estuvieran muy bien cocidos –se atreve a aventurar el buen senescal, don Clemente de Launay…

-Sea por la razón que sea -responde compungido Teobaldo-, el caso es que la reina llegará dentro de dos semanas, y ya no podré regalarle lo que sé bien que a ella tanto le hubiera gustado admirar…

-Indudablemente desde Champaña ya no hay tiempo de repetir el trayecto, señor, pues me temo que el proceso de elaborar estas lujosas losetas ha de ser un poco largo, pero quizás tengáis la solución más cerca de lo que pensáis: los moros de Tudela llevan mucha fama a la hora de realizar yeserías y azulejos de verdadero mérito. Quizás podríais encargarles a ellos una réplica de los de los dragones, aunque…

-¿Qué sucede? ¿No son acaso tan súbditos míos como los cristianos o los judíos?

¿Acaso creéis que podrían atreverse a rechazar mi encargo?

-Los siervos del profeta tienen prohibido por su ley representar seres vivos. Creen firmemente que las personas que más severamente serán castigadas el día de la Resurrección, serán aquellas que hayan dibujado imágenes, buscando imitar la creación hecha por Alá. Ni poniéndoles en riesgo de muerte podréis conseguir que alguno de ellos os pinte el motivo que buscáis. Tan sólo se me ocurre que vos mismo llevéis a Tudela a alguien capaz de realizar esas ilustraciones, porque no creo que el resto del proceso conlleve ninguna pena para aquellos habilísimos operarios…


(Continuará...)

© Mikel Zuza Viniegra, 2011