martes, 8 de diciembre de 2015

SECUNDARIOS


Sólo quien encuentra su lugar natural -incluso anónimamente cómodo- en un borroso segundo plano, puede entender a la perfección qué es lo que pasa por la cabeza de otro secundario que ve postergados sus méritos en favor de otros que quizás posean muchos menos merecimientos que uno mismo. 

Y esta es ley que tiende a cumplirse de manera prácticamente inexorable en el cerrado mundo que supone la administración pública. Lo que resulta mucho más extraño es que alguien opte por quedar difuminado adrede. Y eso es lo que al parecer ocurrió no una, sino dos veces, en el Archivo General de Navarra...



Jose María de Huarte
En la década de los 20 y primeros años de los 30 dicha institución fue dirigida por José María de Huarte, que como marqués consorte de Valdeterrazo, centró sus investigaciones preferentemente sobre temas relacionados con la genealogía y la heráldica. Por esa misma época ocupaba ya el puesto de oficial técnico del Archivo José Zalba Labarga, a quien Manuel Iribarren define en su antología sobre Escritores navarros de ayer y de hoy como "un erudito que cursó estudios eclesiásticos en el Seminario, y que al no poder ordenarse sacerdote, necesitó dedicarse a la enseñanza privada y a la investigación para poder vivir. Gozaba fama de sabio, pero a su muerte en 1947 la obra que dejó fue muy pobre.

José Zalba Labarga
Se antoja un juicio muy duro sobre quien -efectivamente- no publicó demasiado, pero a cambio se esforzó por ordenar y recopilar la documentación de un monarca que hasta entonces no había sido demasiado bien estudiado: Sancho VI el Sabio. De ahí que se guarde todavía hoy en el Archivo su cartulario inédito, siempre a la espera de un interesado en difundirlo entre los curiosos, mucho más proclives a sumergirse en el océano de documentos que se conservan de Carlos II o de Carlos III que en la magra producción de la cancillería del penúltimo de los Ximeno. 

Ahora bien, Zalba había dado ya muestras durante sus años en el seminario de su interés por otra disciplina del saber, cuya obsesiva profundización le acarreó al parecer que sus superiores no le permitiesen tomar las órdenes sagradas. A la Cábala hebrea me estoy refiriendo.

La Cábala es un sistema místico de interpretación de las Escrituras Sagradas, transmitido desde la época talmúdica como tradición esotérica, gracias al florecimiento cultural y religioso posterior al exilio babilónico, y desarrollada sobre todo en las comunidades judaicas de la península ibérica a partir del siglo XIII, en combinación con elementos filosóficos propios. La palabra hebrea Kabalah procede de la raiz verbal kbl cuyo significado es "recibir", de modo que designa la tradición y la enseñanza transmitida y recibida a lo largo del tiempo. 

Este último párrafo lo obtengo de una conferencia que sobre la Cábala dictó el propio Zalba en Pamplona en el año 1914, y de la que sólo se conservan dos de los ejemplares que se editaron en la imprenta y librería de Serafín Argaiz. Uno obra en mi poder, y el otro pertenece al fondo local de la Biblioteca de Navarra. El dato más interesante que en dicho texto se recoge es la aportación documental de que desde 1180 -es decir: casi 60 años antes de que otro rey con sobrenombre de Sabio promoviese en Toledo el fructífero encuentro de las tres culturas del Libro- Sancho VI patrocinó los estudios de varios cabalistas residentes en su reino. 

El más importante de los cuales fue Apolinar Rabinal, un autor estellés que hacia 1194 (último año del reinado de su protector) escribió el Sefer Otsar Ha-Razim o Libro del Tesoro Secreto, una especie de tratado de adivinación de difícil interpretación, más aún en su fragmentario estado actual, pues desafortunadamente sólo se conservan unas páginas gracias a que otro erudito hebreo, el holandés Simón de Amberes las copió en el siglo XVII en su obra titulada "Despertar de los Siete Amaneceres." 

Es muy complicado poner en relación esas docenas de enrevesados versículos con hechos acaecidos posteriormente en el reino de Navarra, aunque Zalba lo hizo con tres de ellos: 

1. "Los árboles del reino no volverán a ser barcos sobre la mar", que aludiría a la pérdida de la Navarra Marítima pocos años después, durante el reinado de Sancho VII el Fuerte.

2. "El águila destruirá al hierro", que a su juicio haría alusión a lo acontecido en la batalla de las Navas de Tolosa.

3. "La fabulosa dote de la doncella sólo se revelará al único navarro que esté presente cuando el inglés Ricardo regrese para arrojar su aliento de fuego en Pamplona", que aludiría a las clausulas nupciales del contrato matrimonial de la infanta Berenguela con Ricardo Corazón de León. Aunque el propio Zalba admite que hay que ser cuidadosos con su atribución, pues si bien los más prestigiosos autores defienden que el rey inglés participó en un torneo en Pamplona, no hay constancia de que -si acaso llegó a hacerlo-, retornase luego nunca más a Navarra.

José Ramón Castro
En cualquier caso ya quedó dicho que esta es una historia de actores secundarios. José Zalba murió en 1947, sin ver publicado -me temo que por propia voluntad- el cartulario de Sancho VI el Sabio, que permaneció "oculto" entre la maraña de papeles que sólo los subalternos manejan. Para aquel entonces el director del Archivo de Navarra ya era José Ramón Castro, que como era de esperar centró sus investigaciones en la figura de Carlos III el Noble, a quien dedicó una voluminosa biografía.

En 1966 le sucedió en el cargo Florencio Idoate, que a pesar de tocar en sus estudios muchos otros campos como el de la brujería navarra o los esfuerzos bélicos del reino durante el siglo XVI, siguió sin mostrar interés alguno en el rey sabio. Un interés que sí puso de manifiesto el segundo protagonista de nuestra historia: Gabriel E. Aspurz.

Florencio Idoate
Era la tercera generación de su familia que estudiaba en Salamanca. Doctorado Sobresaliente cum laude con una tesis precisamente sobre la Cancillería navarra en tiempos del rey Sancho VI el Sabio. Poseía -insisten quienes lo conocieron- conocimientos enciclópedicos sobre la historia del reino de Navarra. Tenía un historial impresionante, tal vez demasiado impresionante. Se diría que perfecto. Estaba preparado para los cargos más altos del Departamento de Archivos y Bibliotecas: Director, Archivero jefe... Cualquier cosa. Sin embargo se conformó con el puesto de Oficial Técnico del Archivo, donde está claro que conoció de primera mano las antiguas investigaciones "cabalísticas" de Zalba.

En 1970 las cosas empezaron a torcerse. Tras un curso en París, su informe a los diputados forales sobre la más que necesaria modernización del Archivo General fue censurado. Por lo visto se les indigestó lo que en él decía sobre la conveniencia de abandonar de una vez el método implantado por Yanguas y Miranda a mediados del siglo XIX.

Durante los meses siguientes hizo tres solicitudes para que le trasladasen a la sección de Acción Cultural de la Diputación, negociado de Medios de Comunicación y Cinematografía. Y por fin las aceptaron.

Cine.

¿Por qué coño haría eso?

Aunque no por ello descuidó sus intereses. Al contrario: aprovechó su posición para convertirse en todo un precursor del préstamo interbibliotecario, obteniendo de este modo mucho más fácilmente docenas de libros sobre -curiosamente- Cábala hebrea, como prueban los recibos custodiados en distintas universidades nacionales y extranjeras o en la propia Biblioteca Nacional, donde consta que rebuscó el Sefer Otsar Ha-Razim de Apolinar Rabinal, teniendo que conformarse con reclamar finalmente el Despertar de los siete amaneceres de Simón de Amberes.

No quedan fotografías suyas. Tan sólo el recuerdo que dejó en varias personas que lo conocieron en sus tiempos de la Diputación. Una de ellas, la mítica historiadora María Puy Huici, me lo describió como "muy atractivo. Parecido a Marlon Brando cuando era joven. Cuando iba por la calle llevaba casi siempre una boina calada, de esas pequeñas, como la del Ché".

Y es que sin duda lo más sorprendente de su carrera administrativa es su desaparición fulminante tras unos años en su último cargo. Se llegó a pensar incluso en la posibilidad de un secuestro, pero la inexistencia de reivindicación o de petición de rescate por grupo alguno hizo que el caso se clasificase como no resuelto, así que desde 1979 Gabriel E. Aspurz fue dado oficialmente por muerto a petición de su única pariente viva, una anciana tía que falleció a los pocos meses.

J.J. Martinena
Entra ahora en escena el último de los actores secundarios que actúa en esta obra: yo mismo. En 1994, recién terminada la carrera, conseguí una beca de prácticas en el Archivo General. Entonces aún estaba situado en su antigua sede, el ya vetusto edificio que Florencio Ansoleaga construyó en los jardines de Diputación. El director era ya J. J. Martinena. Yo tenía mis ilusiones intactas, y tan sólo quería una misión. Y por mis pecados, me la dieron.

En los húmedos sótanos donde se apilaban decenas, cientos quizás de mohosos tomos del Catálogo de Comptos elaborado por Castro e Idoate, se hallaban también -caoticamente desordenados- todos los papeles que otro técnico secundario había dejado de su paso por la Administración foral. Naturalmente se trataba de la documentación concerniente a Gabriel E. Aspurz, que yo debía clasificar y catalogar. De ella, primero escéptico, luego sorprendido, y finalmente cautivado, es de donde obtuve los datos que sobre él y sobre Zalba acabo de daros a conocer a todos.

Amadeo Marco
Las últimas carpetas que podían relacionarse con Aspurz demostraban su minuciosidad, y cómo se había preocupado hasta el último detalle por el rodaje de una película que se llevaría a cabo en Navarra. La aséptica documentación demostraba que había logrado convencer al diputado Amadeo Marco para que  ofreciese a los productores del film todo tipo de facilidades burocráticas y económicas, con el único objetivo de que dicho rodaje se desarrollase en nuestra comunidad, y no en Castilla, como debían tener ya casi apalabrado. Hasta el mínimo capricho del menos famoso de los actores fue subvencionado por las arcas forales, convirtiéndose Aspurz en una especie de enlace con el séquito extranjero. Hasta el punto de que llegó a supervisar personalmente la contratación de extras y pagó de su propio bolsillo muchos lujos de las estrellas contratadas, como determinadas y carísimas marcas de whisky o de tabaco.

Terminado ese rodaje, Aspurz permaneció apenas unos meses más en su puesto, y después desapareció, sin que hasta ahora nadie pueda dar noticia de su paradero, sobre todo teniendo en cuenta que para la Justicia y la policía, su caso está completamente cerrado. No me importa decir que tuve la tentación de quedarme con aquellas carpetas, porque sentía ya demasiado cercano a Aspurz como para dejar que el último hilo que aseguraba su existencia se perdiera para siempre en aquellos destartalados sótanos. Sin embargo opté por fotocopiar los documentos más ilustrativos y volví a colocar los originales en sus estanterías metálicas: no tenía derecho alguno a romper semejante cadena temporal de secundarios.

En cuanto a mí, renuncié a la beca y nunca más volví a trabajar en un archivo. ¿Para qué? Sé demasiado bien que el tiempo de la magia y de la Cábala pasó ya. Aunque quién sabe: quizás dentro de treinta años otro oscuro funcionario encontrará esas carpetas a las que yo ya había añadido mi propia aportación, que ahora mismo procederé también a contaros.

Aspurz tenía evidentemente un contacto en la producción de esa última película. Alguien que desde que ese proyecto fílmico fue dando sus primeros pasos "advirtió" al funcionario navarro de que el proceso había comenzado. Alguien que -quizás- fue quien realmente puso en marcha todo el asunto mucho, muchísimo tiempo atrás...

Probablemente también a través suyo obtuvo puntualmente Aspurz la información que le permitió revolver Roma con Santiago para lograr que el diputado Amadeo Marco aflojara la bolsa y no consintiese que el rodaje se fuese a Castilla.

Ese contacto tuvo que hablarle también del reparto previsto. Para un papel circunstancial para cualquier espectador de la película, aún no se había contratado a un actor concreto. El director no tenía aún una idea aproximada de quién debía interpretarlo, y no estaba dispuesto a disparar el presupuesto pagando a algún divo demasiado dinero por apenas diez minutos de metraje. Pues bien, estoy en condiciones de probar con recibos que fue la Diputación Foral, aunque ocultando la procedencia como si fueran los productores quienes ponían el dinero, quien pagó la contratación de un famoso actor que el propio Gabriel E. Aspurz recomendó, y que dado su prestigio profesional y su filmografía satisfizo plenamente a todos los implicados.

El rodaje se llevó a cabo en distintas partes de nuestra geografía, y se contrataron muchos extras de origen navarro para arropar a los protagonistas. En todos los lugares fue así excepto en Pamplona, donde de nuevo Aspurz se encargó personalmente, primero de encontrarles el lugar perfecto para la grabación, y luego de asegurarse de que todos los extras fuesen tan extranjeros como los actores principales. Hasta volvió a pagar de su bolsillo un servicio de guardias venido expresamente desde Madrid para impedir -incluso empleando la fuerza- que ningún otro navarro entrase en el set de rodaje. De hecho sólo los técnicos y actores americanos e ingleses además de él mismo estaban en el improvisado plató cuando el director gritó "Action!"

Así me lo aseguró el viejo cameraman que tuvo la gentileza de recibirme en su casa de Leicester -no hubo forma humana de acceder al actor del que acabo de hablar-, y a quien tuve que mentir diciéndole que pensaba dedicarle mi tesis doctoral. En realidad sólo me interesaba saber si recordaba a Aspurz, y sobre todo si lo recordaba en aquella tarde del 5 de agosto de 1975, durante la cual se habían rodado las escenas pamplonesas. Y sí, vaya que sí lo recordaba...

Recordaba a alguien excepcionalmente atento, preocupado por el mínimo detalle de la producción, y porque los actores tuvieran todo a su gusto. Sobre todo el que él mismo había recomendado, a quien colmó de regalos en forma de su whiskey y tabaco favoritos. Al parecer era el propio Aspurz quien encendía personalmente los cigarros que entre toma y toma encadenaba el actor. Y recordaba también que mientras lo hacía, movía nerviosamente la cabeza en todas las direcciones, como si esperase distinguir alguna señal en los muros.

Tras varias horas la jornada de rodaje terminó, y lo último que el cameraman recordaba de aquel día es que Aspurz despidió con una sonrisa encantadora a todos y cada uno de los miembros del set, y que se quedó dentro del abandonado palacio donde se habían grabado todas las escenas. Y de eso se acordaba porque se le había quedado grabado en la memoria el tremendo ruido que hizo la ganzúa al accionar la desvencijada cerradura...

Os estaréis preguntando de qué película estoy hablando constantemente. Tenéis razón, ya es hora de desvelar el secreto: se trata de "Robin y Marian", dirigida por Richard Lester en escenarios navarros durante el verano del año 1975, e interpretada en sus papeles principales por Sean Connery y Audrey Hepburn. Pero no son ellos los que nos importan, sino un secundario de lujo, como no podía ser de otro modo en esta historia.


El actor que Aspurz recomendó -y pagó- para personificar a Ricardo Corazón de León fue Richard (¿cómo iba a llamarse si no?) Harris. ¿Y recordáis la tercera profecía de Apolinar Rabinal? Pues dejad que os refresque la memoria: "La fabulosa dote de la doncella sólo se revelará al único navarro que esté presente cuando el inglés Ricardo regrese para arrojar su aliento de fuego en Pamplona".







¿Cuáles eran las posibilidades reales que en 1975 tenía alguien -por muy estudioso de la Cábala que fuese- de conseguir que Ricardo Corazón de León retornase al mismo palacio que pisó en su primera estancia en Pamplona? Decididamente pocas, a no ser que consiguiese que el propio autor de un augurio ocho veces centenario le advirtiese de tan increíble oportunidad -para nuestra mortecina y racional mentalidad moderna, claro está-. Y no sólo a través de su libro perdido...

Buscad, si no me creéis, en el enlace que os adjunto, el nombre del "Production manager" o Mánager de Producción. Y el IMDB (Internet Movie DataBase), la mayor base de datos sobre películas en Internet, no engaña:


Diario de Navarra, 6 de agosto de 1975

Evidentemente, que al bueno de Richard Harris no le faltase tabaco para fumar sólo fue otra condición para que el augurio del aliento de fuego de Ricardo se cumpliera. Para que, en suma, la magia cabalística pusiese de manifiesto, ocho siglos después, el lugar exacto donde reposaba la dote de la infanta Berenguela, jamás recogida por Ricardo de Inglaterra.

Miles, centenares de miles de monedas de oro y de plata, de sanchetes cristianos, de mazmudinas musulmanas y de buenos dineros ingleses, del Anjou o de Poitiers encofrados en un muro del abandonado Palacio Real de la Navarrería.

Y un mes entero que -según un anciano y ya jubilado policía municipal, empleó Aspurz para desmontar con sus propias manos el set de rodaje y dejar el edificio "tal y como estaba". Incluso alguna vez él mismo le había ayudado a apilar en su vieja camioneta pesadísimos sacos rellenos -al parecer- de piedras empleadas por los técnicos americanos para enmascarar el mal estado del edificio. Así se lo había asegurado una y otra vez el propio Aspurz. 

No hará falta decir que investigadas las ventas de monedas medievales que por esas fechas se dieron en los mercados numismáticos y de metales preciosos de Amsterdam, de París y de Londres, el número de operaciones se disparó exponencialmente ante la súbita aparición de excelentes piezas que parecían recién acuñadas, aunque eran completamente auténticas. Así que Aspurz se aseguró indudablemente una jubilación verdaderamente dorada.

Aunque a pesar de todo, no tanto como podríamos pensar, porque aunque no haya pruebas contundentes, determinados indicios me hacen pensar que el préstamo de Amadeo Marco para que "Robin y Marian" se rodase en estas tierras no fue del todo desinteresado, y no porque el ascético diputado se quedase con parte del tesoro, sino porque me temo que decidió -quizás en total connivencia con el propio Aspurz- emplearlo en pagar buena parte de las facturas que estaba ocasionando la ingente industrialización que en aquellos primeros años setenta se dio en Navarra.

Resulta, pues, curioso afirmar, que ese proceso por el cual la sociedad navarra pasó de ser eminentemente rural a entrar en la moderna economía global, fue pagado a escote por Sancho VI el Sabio y su hija, la infanta Berenguela, aunque la fama de emprendedores se la llevaran otros, como los diputados forales Urmeneta o Huarte. Pero eso es ya otra historia, aunque desde luego no me resisto a comentar que, de ser cierta, supondría todo un caso de visión empresarial. A ochocientos años vista, concretamente.

No creaís sin embargo que me he animado a contaros el secreto que tantos secundarios hemos guardado hasta ahora, por mera vanidad de investigador, sino porque hace pocas fechas, en mi correo electrónico a nombre de Willard -era un capitan de barco. No me gusta demasiado el mar, pero sí las personas que buscan algo, aunque no sepan qué exactamente- y que apenas utilizo, recibí un escueto mensaje: "San Gabriel, 187".

No me sorprendió ni que utilizase las nuevas tecnologías, ni que estuviese al tanto de mis pesquisas sobre él desde donde se encontrase: al fin y al cabo estamos hablando de Gabiel E. Aspurz,

Comprendí enseguida que era una dirección, pero no de la ciudad de los vivos, sino de la de los muertos. Efectivamente, en la calle San Gabriel (¿en cuál otra si no?), en la parte más antigua del cementerio municipal de Pamplona, hallé el panteón nº 187. El tiempo no lo había tratado bien, pero los secundarios no suelen tener nadie que les recuerde. Bueno, casi nadie, porque un solitario lirio -la flor de la realeza- se erguía desafiante en un cuenco de porcelana recién colocado, y que contrastaba fuertemente con el evidente abandono que durante décadas había sufrido la tumba. Me agaché para retirar las hojas muertas que cubrían la lápida y pude leer un nombre: José Zalba Labarga. Y también una inscripción casi borrada, en la que reconocí unos versos del cabalista toledano Todros Abulafia: "Y Dios escuchará mis súplicas, y destruirá a los aduladores que llenan sus bocas de palabras falsas, y sólo protegerá a los dotados de verdadera inteligencia y virtud."

Removí con los dedos la tierra en la que se sustentaba la flor, y al poco extraje lo que parecía ser una moneda recién acuñada de Sancho VI el Sabio de Navarra, perfectamente protegida por una funda de plástico transparente donde sólo había escrita una palabra: "Zihuatanejo".


No soy tan listo como él. Ya sabéis que sólo soy un personaje secundario en su historia, así que confieso que tuve que mirar en un Atlas dónde estaba Zihuatanejo. ¿Y sabéis? Creo que nadie en su sano juicico iría hasta allí a buscar a alguien que de joven se parecía a Marlon Brando.


Bueno, casi nadie...






©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015