martes, 2 de diciembre de 2014

CRÓNICAS DE LA LÓGICA Y LA AMARGURA VI: PAPELES

Inbuluzketa. Foto de J. M. Etayo
Gabriel de Inbuluzketa fue el heredero de una saga famosa por atestar todos sus palacios con los legajos y papeles que cada generación familiar producía. Conocer todos y cada uno de los hechos y los nombres de sus antepasados era la primera, sino la única, obligación de un miembro de su linaje.

Así, Gabriel sabía de memoria que el primero de los suyos –don Marzal- fue eytán de don Eneko Aritza, primer rey de los navarros. Y que cuando Sancho el Mayor acudió a reunirse en Angely con Roberto el piadoso de Francia para celebrar el descubrimiento de la cabeza de Juan el Bautista, don Marcos de Inbuluzketa les guardaba a ambos las espaldas. Y que don Simón de Inbuluzketa había sido quien espantó las feroces moscas cartaginesas del rostro exangüe de Teobaldo II en su cruzada a Tunez.

Y cada día aprendía un nuevo dato con el que engrosar la honrosa memoria de su familia.

Por esa misma época comenzaron a sucederse terribles heladas en invierno y crueles sequías en verano, de manera que las cosechas que conseguían  a duras penas sobrevivir a la escarcha, se perdían sin remedio al llegar el implacable estío. Y nada menos que cinco años duró este infernal ciclo.

Y no había tampoco rey a quien servir, pues ocupaban entonces el trono los Capetos de Francia, que no sentían allá lejos, en su ciudad de París, cariño alguno por este reino de Navarra. Así que los caudales de los Inbuluzketa rápidamente se agotaron, y con ellos las provisiones y la leña que permitía calentar la sala del gélido palacio donde se arracimaban cada vez más necesitados.

Y tuvo entonces Gabriel que afrontar la mayor prueba que sus ancestros hubieran podido imaginar, pues ya no quedaba por quemar para calentarles a todos más que aquel montón de legajos y papeles en los que los Inbuluzketa habían basado siempre su prosapia…

Y aunque sentía sobre sí los ojos de todos sus insignes tatarabuelos, supo en seguida lo que tenía que hacer. Así que quemó primero, como correspondía, los hechos notables de aquel primigenio don Marzal, y continuó haciéndolo respetando el orden cronológico hasta que ya no quedó por quemar más que los folios en blanco que le hubiera tocado escribir con las supuestas hazañas que él mismo debería haber protagonizado.



Y ese día se sintió más vivo y más libre de lo que ninguno de los suyos se había sentido jamás, pues desaparecidas en las brasas para siempre todas las andanzas de su familia, no tenía obligación ya de parecerse ni de imitar a ninguno de sus antepasados, y podía por fin ser nada más y nada menos que él mismo, que es la cosa más complicada, y también más conveniente, que cualquiera –haya sido armado o no caballero- ha de llevar a cabo en su vida...






©Mikel Zuza Viniegra, abril 2014