lunes, 30 de diciembre de 2013

BROCHE


Dormitorio de los canónigos de la Catedral de Pamplona, 30 de diciembre de 1343


Al fin han arribado a la capital del reino los restos de los soldados navarros muertos en la cruzada de Algeciras. Y cada cajón conteniendo sus huesos ha sido dispuesto sobre el frío pavimento de la misma forma que si fueran a librar su último combate: el del rey por delante, -pues Su Alteza Felipe III sucumbió también en aquel terrible asedio, él atacado por unas fiebres malignas - y los de sus hombres -que murieron luchando en franca desventaja contra el infiel- tras él.

La reina Juana II, los miembros del Consejo Real, los merinos, los sozmerinos, los jueces de la Cort... Todos rodean el féretro del soberano orando en respetuoso silencio por su alma. Por eso nadie se extraña de la petición de la viuda, que les ruega que la dejen sola en aquel oscuro recinto para despedirse  del rey antes de la ceremonia del entierro en medio del coro del templo.

Cuando está bien segura de que todos han salido de la estancia, da la espalda al ataúd regio y va leyendo uno por uno los carteles que identifican a quien va dentro de cada cajón en aquella mortuoria alineación de batalla y, ya casi hacia el final de la nave, se detiene ante uno de ellos y arrodillándose lee: Arnaut de Sabaiza.

JUANA II DE NAVARRA EN SU TUMBA DE SAINT DENIS
Y llora y abraza aquella polvorienta caja que ha cruzado junto a sus compañeros caídos toda Castilla para poder descansar definitivamente en su tierra y su país. Porque no es al rey Felipe de Evreux a quien ella amaba, sino al que ahora yace en aquella caja que estrecha entre sus brazos como queriéndola abrir para asegurarse de que este horror es cierto, y en efecto el afable y gentil Arnaut ya no es más que un puñado de huesos.

Y maldice una y mil veces a quien contó al rey estos secretos amores, aunque también desea el Infierno más profundo para su marido, que vengativamente y por mero despecho ordenó que fuese Arnaut quien encabezase personalmente todos los ataques a la fortaleza, hasta que una flecha nazarí fue a clavarse en su corazón. Ese corazón que hacía latir también el de Juana.

Puede que Dios finalmente la escuchase, y aquella repentina muerte del rey se debiese a un castigo divino, justisimo pago a tan mezquino proceder. Pero como la mujer y la reina son dos personas distintas, esa misma tarde ésta última encabeza el séquito que sepulta para siempre a su marido entre los otros reyes de Navarra, sus antecesores. Y a la mañana siguiente es la mujer la que llora durante el entierro en el claustro de aquella pequeña armada de difuntos.



Y se asegura muy bien de que los restos de Arnaut queden a los pies de la impresionante puerta llamada con total justicia artítistica "Preciosa", que ni siquiera está aún del todo terminada, pues faltan por tallar las figuras del Ángel San Gabriel y de Santa María que adornarán sus jambas. Y es que el rey Felipe ordenó que quedase  representado su rostro y el de Juana en esas efigies.


 Pero ahora él ya sólo manda en la estrechez de su cripta y es ella quien gobierna. Y su primera disposición es entregar un medallón al maestro escultor para que traslade exactamente los rasgos del rostro allí representado a la imagen del arcángel. Y el artista, aunque extrañado, obedece sin rechistar la orden de la reina, porque tanto él como el resto de cortesanos entienden a la perfección  lo peligroso que resultaría llevarle la contraria en este asunto.


Y cada tarde, hasta muchos años después, iba la reina Juana a sentarse sobre la losa bajo la cual descansaba para siempre su verdadero amor. Y gustaba de comparar el medallón que el propio Arnaut le regaló con su retrato -y que siempre llevaba consigo-, con el del hermoso ángel de piedra que sonreía desde aquella altura, llevando él también al cuello ese mismo broche pero tallado en roca.

Y le gustaba lo que veía, porque con razón decían los muy sabios filósofos de Grecia que la belleza auténtica jamás perece...



Y esta es la última crónica de 2013. 
Que 2014 os venga a todas y todos cargado de belleza



©Mikel Zuza Viniegra 2013