-Perdonad que os haya hecho llamar tan apresuradamente, mi señor don Germán de Areta, pero he pensado que era el momento perfecto de llegar a un acercamiento entre nosotros dos...
-Al contrario, mi señor don Jacques de Licras, yo también ardía en deseos de conoceros en persona. Sobre todo tras todo lo que he llegado a saber de vos...
-Sí, ese es sin duda el quid de la cuestión: vuestras entrometidas investigaciones sobre mi persona y sobre mi labor como procurador del rey en Navarra. Lleváis semanas husmeando en asuntos que no os conciernen en absoluto, y que en algún momento han podido saliros muy caros.
-Bueno, es evidente que los esbirros que enviasteis a aclararme ciertos "términos legales" sí que salieron mal parados...
-No sois el único que ha hecho averiguaciones, don Germán. Yo también lo sé todo sobre vos. En mi oficio la información es una de las mayores riquezas que se pueden atesorar. Veamos. Por vuestra pequeña estatura -y sin duda también por lo molesto que resultáis- se os conoce como"piojo". Empezasteis como simple Baile en la población de San Nicolás. Al parecer cumplisteis bien vuestro cometido de mantener el orden en la barriada que os asignaron, y en dos años ya erais Preboste de la ciudad. Cinco años más y, cuando su majestad os propuso nombraros Merino de la merindad de las Montañas, decidisteis repentinamente abandonar todas vuestras responsabilidades y marchar a Francia, donde desde entonces habéis sobrevivido vendiendo vuestros servicios a cualquiera que pagase por ellos. Hace un mes regresasteis a este reino, donde nadie os echaba en falta ¿Estáis de acuerdo con mi informe?
-Con todo, menos con lo de que trabajo para cualquiera. Si así hubiese sido quizás ahora sería yo quien ocupase vuestro puesto.
-El rey don Felipe de Navarra -que Dios haya en su Gloria- no era un cualquiera, y aún así preferisteis desdeñar su ofrecimiento...
-Su "ofrecimiento" me exigía mirar para otro lado cuando le placiese saltarse el Fuero que él mismo había amejorado. Como no creo que nadie esté por encima de la ley, ni siquiera quien la dicta, preferí poner tierra de por medio, porque cuando se pierde la confianza en quien manda, lo mejor para no criar úlceras es largarse.
-Celebro que no tengas úlceras, pero a veces, lo difícil es seguir donde uno está, evitando al menos que ocupe tu puesto alguien peor que tú.
-Bueno, en vuestro caso eso no resultaría nada sencillo, mi señor de Licras, porque sois sin duda uno de los personajes más oscuros y malignos que ha tenido que soportar Navarra.
-¡Oh, exageráis, Areta! Sólo me he dedicado a cumplir escrupulosamente los mandatos de su majestad. Claro que si el rey murió en la cruzada de Algeciras hace dos años y desde entonces la reina doña Juana no se ha dignado aparecer por estos, sus dominios, hubiera sido de tontos no aprovecharlo, ¿verdad? Además, todos sabemos que una mujer no está capacitada para ejercer las labores de administración y gobierno que exige llevar una Corona, y por lo tanto es justo que los que sabemos más que ellas de esos asuntos las ayudemos en tan complicados menesteres.
-Así que vuestros objetivos son políticos, ¿no?
-Claro, los políticos hacen la política, pero alguien más fuerte y más inteligente debe indicar a los políticos cuál es la política que conviene hacer. Esto es algo absolutamente necesario en nuestros días y, como vos no ignorareis, ocurre en todos los grandes países, y en todos los países que, como el nuestro, queremos que sean grandes. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque el queso, Areta, está podrido en todas partes, y ya no hay forma de comérselo sin tragarse algún gusano...
-Ya. ¿Y este sobre que ponéis en mi mano?
-Es una oferta más generosa aún que la que os hizo el rey. Aprovechadla y volved a vuestra vida de mercenario para ingleses o para franceses. O marchad en peregrinación a Roma. El caso es que desaparezcáis de Navarra, donde sigo sin entender qué se os ha perdido...
-Sí que es generosa, sí. Pero permitidme que satisfaga primero vuestra curiosidad explicándoos el porqué de mi regreso. ¿Os suena de algo el nombre de Pascalet de Ochovi? No, claro, ya me parecía a mí que no os acordaríais, habéis cometido tantas maldades que un nombre más o menos hace tiempo que no os quita el sueño. Yo os diré quien era: un simple peluquero en la Rúa Mayor de Pamplona.
Cuando venía a la corte estaba obligado a acicalarme para presentarme ante el rey. Tras unas cuantas visitas, acabé trabando amistad con él, porque era de esos barberos a los que le gustaba dar palique, y tenía también la misma pasión por los torneos que yo, sólo que él fantaseaba con haber visto competir a los mejores caballeros de Navarra, incluso a los Almoravid o a los Guevara, a quienes -en razón a los cargos que entonces desempeñaba- yo sí conocía bien.
A mí no me importaba. Al contrario: le seguía la corriente mientras me afeitaba y, entre jofainas llenas de agua y cuchillas mucho más melladas que las espadas de aquellos afamados caballeros de los que hablábamos, dejábamos pasar el tiempo fingiendo que ambos habíamos estado presentes en primera fila de los palenques de Estella o de Tudela.
-Enternecedor, Areta, ¿pero qué pueden importarme a mí vuestros gustos deportivos o vuestras ridículas amistades?
-No. Desde luego no os importaban nada, y por eso desde vuestro puesto de juez disteis pábulo a quienes acusaron falsamente a Pascalet y a su hermano Johanet de haber asesinado al tejedor Miguel de Villanueva. Y por eso los encarcelasteis y prohibisteis -en contra de lo que ordena el Fuero- que saliesen bajo fianza. Y no contento con eso volvisteis a saltaros nuestra ley fundamental y admitisteis como únicos testigos en la causa a los parientes del muerto, que mintieron a posta para incriminar todavía más a los acusados, a quienes no permitisteis defenderse de manera alguna. Aunque lo peor es que actuasteis de forma tan rastrera simplemente porque la familia Ochovi no quiso daros las cien libras de sanchetes que les solicitabais para salvarlos. Pero sin embargo sí que aceptasteis de buen grado, no sólo las cincuenta libras con las que os sobornaron los Villanueva, sino también que os dieran por «amiga una moza jovena, lur pariente, es a saber, a María Johanes, fija de don Johan de Gorriti, carnicero qui fue...»
Tampoco os bastó con esta infame demostración de vuestra probada codicia y vuestra repugnante lujuria, que hubisteis además de enseñar a todos vuestra crueldad, pues estando en capilla los dos condenados, todavía les impedisteis casarse con las dos «mozas virgenes que los demandavan et que eran prestas de tomarlos segunt otras vegadas es usado et costumbrado de fazer en tales casos».
Solicitaron entonces los buenos Pascalet y Johanet que se les proporcionase un confesor. Pero cuando vos os enterasteis de que había acudido el vicario de San Lorenzo, le abristeis la cabeza con un palo para que no pudiese auxiliarles siquiera espiritualmente. Y cuando finalmente fueron arrastrados por toda la ciudad hasta el lugar donde se levantaba el cadalso para ser ahorcados, resultó encima que los pobres Pascalet y Johanet «-por ordenamiento de Dios, y dos vegadas crebada la cuerda-, cayeron en tierra. E con todo esso vos condecabo los enforcasteis, et assí los fizisteis morir a mala muert...»
-¿Me estáis diciendo en serio que todo esto es por un simple barbero?
-No. Es por mí. Es que Pascalet era mi amigo, y no estuve aquí para ayudarle. Además, esta letra de cambio de un banco sienés con la que habéis querido tentarme no va a devolvérmelo, por eso mirad como la rompo ahora mismo en mil pedazos.
-Sois más idiota de lo que pensaba, Areta. ¿Y quién os ha contado esa versión tan convenientemente dulcificada de la causa de los Ochovi? Colijo que alguien de su familia, ¿no es así? Pues sabed que había otra oculta implicación en aquel caso que jamás llegaréis a conocer...
-Supongo que os referís a que el miserable rey don Felipe, sorprendido mientras salía de madrugada del palacio de doña Teresa de Subiza, prefirió acallar de manera definitiva al testigo -el fatalmente madrugador Villanueva- temiendo que si la celosísima reina se enteraba de su infidelidad la vida de su joven amante no valdría ni una moneda de cobre. No es así, ¿mi señor de Licras?
-Pero...¿pero cómo habéis sabido que...?
-Porque lo he leído del propio puño y letra del rey en los documentos autentificados con su sello que le obligasteis a escribir y que muy sabiamente ibais guardando para, si llegaba el caso, poder defenderos de todos aquellos de los que habéis abusado desde vuestro puesto de procurador real. Sólo cometisteis un error: dárselos a guardar al prestamista Jucef ben Talión, que precisamente me debía un gran favor personal desde la última persecución contra los judíos acontecida en Pamplona...
En realidad cometisteis dos errores. Y el segundo fue ofreceros a solucionar el "problema" de don Felipe, echándole la culpa del crimen a dos humildes barberos, cuyas vidas pensasteis que no le importarían a nadie. Ya veis, no sois tan listo como pensabais: yo estoy aquí, los documentos del rey que suponían vuestra coartada son ahora mismo ceniza en una estufa hebrea, y todos los testimonios contra vos que he ido recogiendo obran ya en poder de la reina Juana.
-¡Maldito y mil veces maldito seaís, Areta! ¡Os mataré!
-Calmaos. Así, así está mejor... Yo no quería, don Jacques. Pero claro, pensad que veníais hacía mí con un puñal en la mano, así que en realidad sois vos quien me ha obligado a daros este tremendo rodillazo en los cojones que ahora mismo os hace retorceros de dolor en el suelo.
Regodearos en ese dolor. Sentidlo. En cierto modo, disfrutadlo. Porque en cuanto llegue la ronda nocturna -a la que naturalmente avisé antes de venir a vuestra casa-, seréis detenido y arrojado a la mazmorra más lóbrega de la torre de la Galea, y allí esperareis un juicio más justo que el que vos proporcionabais a los pobres súbditos del rey. Con vuestra habitual conducta procesal, no creo que encontréis ni un solo testigo a vuestro favor, así que probablemente seréis condenado a ser arrastrado y ahorcado en el prado de Barañain.
¿Y sabéis lo que viene justo antes del ahorcamiento, verdad? Sí, habéis ordenado muchas ejecuciones como para no saberlo: se os cortará primero la lengua y después esos cojones que ahora tanto os duelen. Por eso os digo que lo disfrutéis mientras podáis, porque muy pronto dejareis de sentirlo para siempre.
No iréis a llorar ahora, ¿verdad? Pensad para consolaros que la Historia os convertirá en el "santo" patrón de todos los corruptos y sobornados que en la administración de este desdichado reino se sucedan, pues sabéis igual que yo que nunca faltará por acá un buen montón de sinvergüenzas que invoquen vuestro ejemplo.
Hasta que la gente honrada se canse...
En memoria y homenaje al gran actor Alfredo Landa Areta, y a su personaje en las películas "El crack I y II", dirigidas por José Luis Garci.
Y fue esta historia escrita en unos tiempos en los que abundan tanto los miembros de la misma y nefanda cofradía a la que perteneció el malvado Jacques de Licras, que en el prado de Barañain no se daría hoy abasto si se practicasen aún las entrañables costumbres legales del siglo XIV...
© Mikel Zuza Viniegra, 2013
Para quien quiera saber más sobre el beatífico Jacques de Licras...