miércoles, 18 de agosto de 2010

CRÓNICAS FLORENTINAS IV: LINEA 8



R. Steven Janke, que dedicó su interesante tesis doctoral a la figura de Jehan de Lome, escultor excelso de la corte de Carlos III de Navarra, fue el primero en percatarse de la ausencia del flamenco en los registros de Comptos del año 1417, aunque no pudo encontrar una explicación convincente a un hecho tan curioso, pues no en vano en ese momento concreto, Jehan estaba inmerso en la realización de su obra maestra: el sepulcro del propio rey Noble.

Efectivamente, numerosas noticias acreditan su presencia habitual en Olite, Pamplona y otras localidades del reino en fechas anteriores y posteriores a esa sorprendente “desaparición”, pero el vacío más absoluto se abría a la hora de intentar averiguar la trayectoria vital del artista en ese brumoso 1417.

Al menos así ha sido hasta ahora, porque el reciente descubrimiento por parte de la investigadora Agnese Pizzani de unas notas del quattrocento utilizadas en la encuadernación de un códice del siglo XVI en la Biblioteca Medicea-Laurenziana, ha venido a arrojar una inesperada luz sobre este asunto.

Dichas notas, publicadas en Il Giornale dell’ Arte, nº 103, 2007, pp. 216-297, parecen pertenecer a un aprendiz del taller del gran escultor florentino Donato di Niccolò di Betto Bardi, más conocido como “Donatello”, y en ellas describe con minuciosidad el trabajo diario en la “bottega” del maestro.

Pues bien, en las correspondientes al año 1417, el anónimo autor relata cómo durante el mes de julio el taller sufrió el “acoso” de un misterioso personaje que decía provenir del reino de Navarra, aunque no traía consigo ningún documento que lo demostrase porque había sido desvalijado por piratas genoveses durante su travesía, que le habían robado todo, hasta la credencial con el sello real de Navarra que acreditaba su condición de embajador. Al parecer defendía con tozudez que era el principal artista de aquel país, y que había sido comisionado por su rey para que conociera in situ la estatua de San Jorge que maese Donatello estaba tallando en ese mismo momento para el Gremio de Armureros de la ciudad, o “Arte dei Corazzai e Spadai”, como ellos hablaban.

A la pregunta de cómo habían podido conocer en un lugar tan lejano que tal figura se estuviese elaborando en Florencia, aquel a quien todos en un principio tomaron por loco, contestó que un grupo de peregrinos italianos que iban camino de Santiago de Galicia habían parado en la ciudad d’ Ollete [Sic. por "Olite"] para cumplimentar al rey Carlos. Y que allí, conociendo que la capilla del fastuoso castillo donde el gobernante moraba iba a dedicarse al patrón de los caballeros, les habían contado como en la ciudad de Florencia se estaba realizando en aquel mismo momento la mejor efigie del santo capadocio que se hubiera visto nunca en el mundo.

El monarca navarro no debió encontrar sosiego desde que conoció aquella noticia artística, y movido sin duda por su afán coleccionista, habría enviado a su maestro de obras para que hiciese todo lo posible por conocer (y en la medida de lo posible replicar) aquella maravilla.

Lástima que las notas no reflejen las aventuras que debió soportar Jehan de Lome en su viaje hasta la capital toscana, pero a juzgar por el incidente con los genoveses, no debió pasarlo nada bien hasta alcanzar su objetivo.

Aún así tampoco le resultó sencillo que los desconfiados artistas florentinos creyeran su descabellada versión, y ya estaban a punto de entregarlo a los alguaciles de la Signoria para que lo recluyesen en el Hospital de los Locos, cuando Lome, zafándose de los brazos de los sirvientes, se había abalanzado sobre un montón de arcilla allí dispuesta para abocetar las figuras que luego se realizarían en materiales más lujosos, y en un santiamén había realizado una graciosa estatuilla (eso sí: “a la bárbara manera del norte”, como se encarga de subrayar la crónica), de San Juan niño. Aquella inesperada acción fue el pasaporte para que pudiese conocer a maese Donatello, que hasta ese momento había permanecido encerrado en su sección del taller, dando los últimos toques de su arte a su famoso y aún inédito San Giorgio.

De muy buena gana recibió al maestro venido de tan lejanas tierras, al que más por curiosidad que por desconfianza, ofreció que tallase otra figurilla, esta vez en madera. Moviendo las gubias y los formones con alegría, en poco tiempo tuvo Donatello en sus manos una María Magdalena penitente de rostro desencajado y dolorido. Tanto le gustó al florentino esta obra, que la guardó siempre cerca de su mesa de trabajo, y hasta hay algún erudito que defiende que fue el modelo que utilizó para la que él mismo esculpió años más tarde, que en la actualidad se conserva en el Museo Delle Opera del Duomo.

Y llegó el momento tan largamente esperado por el enviado del rey de Navarra: los criados descorrieron el velo que cubría una figura mayor del tamaño natural, de pulido mármol, y cuentan las notas que Jehan, ante tan soberbia muestra de maestría y destreza escultórica, debió exclamar que “su arte era como el de un niño, mientras que el de Donatello era más propio de Dios, pues hacía figuras tan semejantes a las personas reales que talmente parecían capaces de hablar y de moverse por sí mismas”. Pero que el florentino le respondió que "el arte tiene infinitos caminos, y cada uno debemos transitar por aquel que mejor dominemos. Vos por el vuestro y yo por el mío, lo verdaderamente importante es que hallemos la belleza allí donde se encuentre".

Lome se llevó bien con el maestro italiano, que al parecer le sirvió de guía por la ciudad, donde debió enseñarle todo el arte de los antiguos romanos, que era el que inspiraba a la multitud de artistas que poblaban los talleres del Oltrarno y del borgo de Ognisanti. Le presentó incluso a otros artistas amigos suyos, como Brunelleschi, Ghiberti o el pintor Masaccio. También de su propio peculio dotó al flamenco para que pudiese volver a su patria adoptiva, y a la hora de despedirse, le entregó una pequeña estatuilla, replica perfecta del San Giorgio, pues no en vano la había fundido él mismo, para que le sirviese de inspiración a la hora de realizar su versión en la capilla regia de Olite. Y mucho lo agradeció el extranjero, pues había buscado por toda Florencia una parecida, y lo único que había obtenido eran negativas rotundas y grandes dolores en la planta de los pies por tanta caminata sin resultado…

De esa estatua que esculpió Jehan de Lome a la vuelta de Italia sí que se conocen más datos. Siguiendo el modelo que le había regalado su amigo Donatello, reprodujo en oro y alabastro una copia perfecta, aunque enriquecida con finos detalles de arte borgoñón, del San Giorgio que simultáneamente asombraba a los florentinos en el templo de Or San Michele. El rey Carlos III quedó tan complacido con ella que regaló una casa de piedra en la rúa mayor de Olite a su artista de cámara.

Desgraciadamente se conoce también el triste final de tan singular efigie, pues fue ordenada deshacer por Juan II de Aragón, que necesitaba todo el oro que hubiera en Navarra para sus guerras en Castilla. Ni los ruegos de su esposa Blanca, ni los de su hijo Carlos –atestiguados por la documentación-, fueron suficientes para salvarla. En definitiva, una gran pérdida para el patrimonio histórico-artístico navarro e incluso mundial...

Jehan de Lome murió en 1449, en Viana. Su testamento, conservado en la parroquia de Santa María de aquel lugar, refleja que entre sus escasas pertenencias tan sólo destacaba “una pequeña figurilla de bronce fundido que parecía representar a San Jorge desafiando al dragón infernal”.



© Mikel Zuza Viniegra, 2010