domingo, 27 de junio de 2010

GOD SAVE THE QUEEN



Se agradece llegar a un lugar tan fresco y rodeado de verdes colinas como el castillo de Rocabruna, tan cerca de San Juan de Pie de Puerto…

Además, el calor de estos últimos días de junio en Tudela comenzaba a ser insoportable, y aunque le haya costado arrancar de allí a su mujer, que se pasa el día tomando ese sol nunca conocido en su tierra, igual que hacen los gardachos en la Bardena, sentir la caricia refrescante de la brisa que viene del cercano mar le pone de buen humor.

Es cierto que a ella le ha dicho que el viaje se debía a la necesidad de revisar personalmente las obras de fortificación, pero en realidad lo que quiere el rey es estar más cerca de las torres de señales de la cercana frontera inglesa, porque este domingo se celebra la eliminatoria del Campeonato Mundial de Torneos y Justas. Y se enfrentan nada menos que Inglaterra y Alemania…

Como buen caballero, él quizás debiera desear la victoria de los compatriotas de su esposa, Clemencia, hija del emperador germano Federico I Barbarroja, pero desde que combatió en 1194 bajo el estandarte de los tres leopardos de su cuñado Ricardo Corazón de León, quiere que los colores ingleses salgan siempre triunfantes. Así que después de ordenar hacer subir a la torre varios barriles de buena cerveza confeccionada especialmente para él en la lejana y brumosa isla , cierra por dentro la puerta de la atalaya y se acomoda tranquilamente en la terraza esperando que comiencen a verse las almenaras que irán dando a conocer el resultado del choque.

La noche no puede ser más clara, así que efectivamente va interpretando el rey de Navarra los signos luminosos que las hogueras van trayendo de castillo en castillo. Y las primeras noticias no pueden ser más desalentadoras, porque los brutos alemanes comienzan apuntándose la primera victoria parcial, según indican las luces que llegan desde el castillo de Bayona…

-¡Habrá sido ese bestia de don Miroslav Von Klose! –piensa el rey mientras se sirve una pinta del tonel.

Y al poco rato vuelven los teutones a mojar la oreja de sus rivales, pues otra parpadeante luz indica otro nuevo triunfo alemán.

-Éste habrá sido el gentil Lucas Von Podolski –se imagina mientras paladea otra pinta y se lamenta de la debilidad británica.

Y lleva ya bebida la tercera y mediada la cuarta cerveza, cuando ve dos hogueras sobre la torre inglesa, lo cual indica que algún caballero inglés ha hecho morder el polvo del palenque a los alemanes. Por si acaso, el rey se frota bien los ojos, pues aunque por su físico resiste bien los efectos del alcohol, nunca está de más asegurarse con estos blandengues sajones…

-Sí, definitivamente ha tenido que ser alguno de los participantes más rocosos. Quizás Sir Upson de West Ham… -y se embaúla otra cerveza para celebrar tan buena nueva.

Comienza a sentirse pelín eufórico cuando, de repente, ve de nuevo dos hogueras en la torre. Su grito de alegría se oye por toda Rocabruna, pero cuando vuelve a mirar, los fuegos han desaparecido.
Desconcertado, consulta en los cronicones el nombre del juez de la contienda: el señor de Larrionda.

Sí, ya recuerda que el maldito ha tenido alguna otra vez fallos descomunales.
Seguro que ha dado por buena alguna clara conquista inglesa, probablemente del habilidoso Lord Lampard, y luego el resto de jueces le han hecho volver atrás en su decisión...

Tal contrariedad le da sed, y entre unas cosas y otras, el primer tonel de cerveza queda pronto tan vacío como la germánica cabeza de Clemencia.

Dos a uno es una diferencia fácilmente remontable. De hecho, si él estuviera en el campo del honor, ya se habría llevado por delante a dos o tres petulantes petimetres teutónicos. De sobra sabe que el águila real navarra podría destrozar si quisiese a la imperial alemana, como si ésta no fuese más que una simple rapaz… Y tan ornitológico pensamiento le lleva a abrir otro barril, marcado en sus tablas con el arrano beltza, para que nadie más se atreva a beber de reserva tan especial.

Mas un nuevo y solitario fuego derrumba sus ilusiones casi por completo, aunque entre cerveza y cerveza no puede asegurar si los continentales han infligido una o dos derrotas más a los isleños.

-¡Seguro que ha sido ese perro de Muller! –exclama mientras arroja su copa al suelo y grita que los leopardos de Inglaterra tienen los dientes de mantequilla, y que no se puede elegir como preparador del equipo a un italiano, pues todos ellos tienen fama de afeminados-. O algo así, porque desde abajo no se entiende bien lo que masculla aquel gigante que se bambolea torpemente en lo alto de la torre…

Pero lo que no se imagina Sancho es que Clemencia ya era muy aficionada a estos torneos allá en su Alemania natal, y que sabe desde muy niña interpretar las señales de fuego que vienen de torre en torre, aunque sean éstas inglesas, y no germanas.

Así que desde la ventana de su habitación ha ido conocido el resultado del enfrentamiento, y se ha alegrado mucho por el señor de Schweinsteiger, con el que tuvo algo más que palabras un verano que pasó en Suabia…

Y entonces el viento del sur trae unas nubes muy negras que se apoderan de los cielos de Rocabruna, y va Clemencia a la torre en cuya terraza se ha encerrado su sandio esposo, y con una horquilla que extrae de su trenza trastea en la cerradura, hasta hacer imposible que aquella puerta pueda abrirse desde dentro.

La furiosa tormenta comienza a descargar sobre el castillo, y el más que ebrio Sancho, nunca menos “Fuerte” que ahora, ha de soportarla toda la noche con la única protección de uno de los barriles de cerveza que ha sobrevivido a las patadas que dio a las otras cubas cuando se enteró del resultado definitivo de sus admirados ingleses…

Y aunque los truenos no le dejan conciliar del todo el sueño en su confortable lecho, pasa la noche Clemencia recordando sus amores con el noble señor de Schweinsteiger, y lamentando el día en que se alejó de sus brazos.

Y fue escrita esta historia la tarde del 27 de junio del año del Señor 2010, justo poco después de que se cumpliera –como siempre- la fatídica sentencia de Lord Linecker: “Los torneos los luchan once caballeros contra otros once, y siempre los gana Alemania”.



© Mikel Zuza Viniegra, 2010