-¿Y qué se me hace a mí que hayáis empeñado vuestra palabra, padre? Vos mejor que yo debierais saber que quienes nos sitian no la habrán de respetar.
-Luis, hijo mío, bien se ve que por vuestra corta edad no habéis tenido sobre vos la pesadísima carga que supone conservar la vida de cada hombre que el rey os haya confiado. Afuera hay diez mil castellanos, entre estos muros sólo doscientos navarros. ¿Qué hubiérais hecho en mi lugar?
-Mil veces hubiese preferido que muriésemos todos aquí antes de veros entregar la espada de nuestra familia al virrey Miranda y al maldito conde de Lerín. ¿Habéis olvidado acaso que no hace ni doscientos años que uno de los nuestros pudo ser rey de Navarra? Deshonráis su memoria y la de todos los Medrano que hemos llegado al mundo después de él.
-¿A mí queréis darme lecciones de historia familiar, Luis? Recordad vos más bien que él, junto al leal caballero Corbarán de Lete fue quien guardó el trono para el legítimo rey, igual que estamos haciendo nosotros aquí, aunque seamos ya los últimos en mantener la fidelidad proscrita . ¿De qué creéis que le valdría al rey don Enrique que todos muriésemos aquí hoy? Al contrario: capitulando muchos de nuestros compañeros podrán seguir luchando por la libertad del reino, eso podéis tenerlo por seguro. Además, todo es igual, se nos acabó el tiempo: he dado orden de abrir el portón y ahí entran ya los emisarios del virrey, y el primero de ellos el maldito conde, siempre presto a lamer la bota de su amo...
-¿Podrán, decís? ¿Qué va a ocurrir entonces con nosotros dos?
-El perdón del emperador no alcanza al comandante de la fortaleza, ni tampoco a su familia...
-¡Pues entonces rendid vos vuestra espada si os place, padre, que os juro que yo he de romper la mía en la cornamenta de ese traidor de Lerín! ¡Aquí, hideputa: al fin has entrado en Maya pero de aquí has de bajar al infierno!
-¿Y con esa espada ropera pretendes mandarme allá, estúpido? ¿Quién te la dio, el de Labrit, que duerme caliente en Pau mientras vosotros morís aquí por él sin que se digne venir a ayudaros? ¡Esta sí que es una verdadera espada: me la entregó el emperador Carlos en persona! Y como no merece la pena dañarla chocándola con la vuestra, mis hombres se bastarán para reduciros, pero esa espada no volveréis a empuñarla, lo juro. Ni vos ni nadie, que yo mismo la voy a romper ahora mismo contra las piedras de este maldito castillo, antes de que todas ellas rueden colina abajo, porque no ha de quedar ni el más mísero recuerdo de este lugar, eso os lo garantizo. ¿Veis que fácilmente la he partido por la mitad, igual que hizo el virrey con vuestra loca resistencia? Y ahora arrojaré sus pedazos a ese torreón hundido. Vedla volar: os aseguro que lo hará mucho más lejos que vuestro padre y vos. ¡No habrá nunca gloria ninguna para los rebeldes!
-Pero sí que habrá siempre fama honrosa y perdurable para los leales...
La espada que guardaba Amaiur. Artículo en el Gara del 11 de agosto de 2015
"Viendo esto don Jaime Velaz de Medrano, comandante de la plaza, y considerando bien la grande falta de víveres y de toda esperanza de socorro, y, sobre todo, compadecido de tantos nobles caballeros, cuyas vidas, que merecían ser inmortales, quedaban expuestas al vengativo acero beaumontés, trató de capitular. Y conviniendo todos en ello, menos su hijo don Luis Velaz, que hizo sus protestas, se rindieron al virrey, salvas las vidas, por prisioneros de guerra. Mas don Luis no quiso entregar la espada, sino que se defendió con ella contra todos los que le querían prender, hasta que, rodeado de ellos, quedó también prisionero. Esto fue el 19 de julio de 1522, y luego, sin dilación, fue arrasada aquella fortaleza..." ANALES DE NAVARRA, escritos por el Padre Alesón. TOMO VII, capítulo 38...
© Mikel Zuza Viniegra, 2015