Hay lugares en la ciudad que, de tanto vivirlos, se nos aparecen inequívocamente cotidianos, rutinarios, anodinos. Pensamos que es imposible que allí haya ocurrido nunca nada, y que los pasos con que los medimos prácticamente a diario son los que dan verdadero color a ese monótono entramado urbano. Al fin y al cabo, una calle es sólo una calle...
Y en verdad, ¿puede haber algo más aburrido que esperar a que el semáforo se ponga en verde contemplando este grisáceo panorama?
¿O girando sólo un poco la cabeza, este otro aún más escatológico, con su enladrillado evacuatorio?
¿Cómo creer hoy día que precisamente ahí pudo pasar algo verdaderamente importante alguna vez, si hoy día es la aúténtica "Zona Cero" del aburrimiento pamplonés? Pues ya se imaginará cualquiera que me vaya leyendo desde hace unos cuantos años que acudiendo a la Historia, cuyo estudio no suele llevar aparejado muchas alegrías, más allá de poder ahorrarse el magro pago que un guía de turismo exige a quienes quieran compartir sus conocimientos.
Pero es que tratándose de Pamplona, mirar lo que queda, sabiendo también lo que hubo, da muchas más ganas de cruzar el paso de cebra de la fotografía en rojo a ver si un trolebús te lleva por delante, que de aguardar prudentemente al disco verde mientras disfrutas del panorama...
Porque por empezar por algún lado, ese emplasto de principios del siglo XX que hoy sirve de fachada a la que sin duda es la iglesia más fea de la cristiandad occidental (y estaría por apostar que también de la oriental) no estuvo siempre ahí, sino que antes hubo una airosa torre del siglo XIII, la más alta de Pamplona durante centenares de años. Hasta que los castellanos primero -en 1512- y el general O'Donnell después -en 1841- se encargaron de rebajarla en una cuarta parte de su altura original. De esa manera llegó a 1901, cuando cayó no en manos, sino a manos del arquitecto-estrella de la época: Florencio Ansoleaga. Tenía pensado para sustituirla una fachada muy original, como todas las suyas, más que nada porque todas sus obras son exactamente iguales, como puede comprobarse comparando este engendro con otros suyos como las Salesas o San Agustín. Nada, que al gachó le gustaba el estilo neorrománico, y no paró de verterlo por todos las calles de la ciudad donde le permitieron hacerlo. Tampoco lo tenía muy difícil: era el arquitecto municipal...
El caso es que, como digo, decidió sustituir una torre gótica -una de las pocas supervivientes además de la muralla medieval- por el estilo neorrománico que a él tanto le gustaba. Tanto, que hasta su panteón en el cementerio de Pamplona es -¡caramba, qué sorpresa!- "igualico, igualico al defunto de su agüelico". Pues si un desalmado dijo de Vivaldi que no es que hubiera compuesto seiscientos conciertos, sino que había compuesto seiscientas veces el mismo concierto, ¿qué podríamos decir de don Florencio, que sí que levantó seiscientas veces el mismo adefesio, perdón, quise decir "edificio"?
Pues desde luego que la torre que había antes de que él le diese el finiquito era mucho más hermosa que la que él perpetró -el anónimo maestro de obras del siglo XIII no lo tenía muy complicado, admitámoslo-. Quienes hayan tenido la fortuna de viajar por la Toscana, podrán hacerse una idea cabal de lo que debió ser la Pamplona Medieval, con al menos una docena de torres-aguja surcando el aire. Y las más elevadas fueron las dos de San Cernin y la de San Lorenzo, oséase: las que defendían al burgo de San Cernin de sus belicosos vecinos de San Nicolás y la Navarrería, que naturalmente tampoco se quedaron atrás a la hora de levantar torres... Pero la que destacaba desde cualquier punto de la ciudad, el rascacielos medieval pamplonés por excelencia, siempre fue la de San Lorenzo. Por eso mismo la lamentable entente Cisneros-O'Donnell-Ansoleaga se aplicó con denuedo y en distintas épocas a demolerla hasta los cimientos.
San Gimignano |
Aunque también tuvo sus defensores, y de mucha categoría, pues nada menos que Victor Hugo, todo un mindundi en esto del gusto estético, escribió esto sobre ella en 1843:
"Una torre magnífica, cuadrada, de ladrillos sin revoque (de sillarejo debió decir), de lineas sencillas y altaneras, domina el paseo plantado de árboles (la Taconera). Es el siglo XIII modificado por el gusto árabe (¿?) , como en Alemania o Lombardía ha sido modificado por el gusto bizantino. Una portada estilo Felipe IV (era borrominesca) completa ricamente la parte inferior, que sin ella quedaría un poco desnuda. Esta portada, que no tiene nada de chillón ni excesivo, ha sido una adición feliz. Es casi de estilo rococó.
Esta torre majestuosa es un campanario. La vieja iglesia a la que estaba adherida desapareció. ¿Quien la ha destruido? ¿Habrá sido incendiada en alguno de los numerosos sitio que ha sufrido Pamplona?
Me estaba diciendo esto, y un ángulo del campanario, donde hay una brecha profunda que parece haber sido causada por las bombas confirmaba en mi espíritu esta sospecha. Sin embargo, he empujado una puerta al pie de la torre y me he encontrado en una iglesia con aspecto de horrible buen gusto, del estilo más sencillo y más pobre, de un género semejante al de la Madeleine de París. Esto me ha dejado perplejo. ¿Será posible que para construir esta vulgaridad, decorada de triglifos y archivoltas, se haya demolido la vieja iglesia del siglo XIII?
La "buena escuela" desgraciadamente ha penetrado hasta en España, y esta "proeza" sería digna de ella, que ha desfigurado las viejas ciudades más que todos los asedios y todos los incendios. Preferiría una granizada de bombas sobre un monumento a un arquitecto de la buena escuela. ¡POR COMPASIÓN, BOMBARDEAD LOS EDIFICIOS ANTIGUOS, PERO NO LOS RESTAURÉIS! LA BOMBA SÓLO ES BRUTAL, PERO LOS ARQUITECTOS DE RENOMBRE SON INVARIABLEMENTE ESTÚPIDOS! La catedral de Saint Dennis acaba de ser restaurada y ya no es Saint Dennis; pero el Partenón ha sido bombardeado y sigue siendo el Partenón..."
Evidentemente este juicio de don Victor, junto el que a los pocos días escribió también de forma absolutamente demoledora sobre la fachada de la catedral de Pamplona son para mí como el Credo. Ese Credo que jamás enseñarán en las facultades de arquitectura, y en la que está a la vera del río Sadar, menos todavía que en ninguna otra, para nuestra desgracia, pues si estuviera situada en la orilla del lago Baikal yo no diría nada. Bueno, sí: que aún me parecería que estaba demasiado cerca...
Bien, como podemos ver, un arquitecto de la "buena escuela" tan de libro como lo fue Ansoleaga no podía tomarse las palabras de Victor Hugo más que como un reto: si él dice que esto es hermoso, yo lo echaré abajo. Y no le faltaron aplausos unánimes en la ciudad, eso seguro.
¿Pero a qué se refería el escritor francés con eso de "la brecha causada por las bombas"? Pues al bombardeo que la ciudad de Pamplona sufrió desde la Ciudadela que supuestamente debía defenderla -aunque desde su construcción, naturalmente, para lo único que sirvió fue para tenerla bien sujeta- dos años antes de su visita, en 1841.
En esa fecha el general O'Donnell se encerró en la fortaleza y se sublevó contra el gobierno del general Espartero. Como nadie en Pamplona estaba demasiado preocupado por semejante querella, el rebelde decidió cañonear desde su abrigada posición al resto de barrios. Mostró en ese empeño una puntería verdaderamente estupenda para contra el arte medieval, pues además de que muchos obuses fueron a caer en pleno claustro gótico de la catedral -su fachada, como si Ventura Rodriguez tuviese un pacto con el demonio se salvó una vez más-, una de cuyas alas resultó bastante afectada, donde sí hizo tiro al blanco fue contra la elevada torre de San Lorenzo de la que venimos hablando, pues desde allí se defendían los soldados que se mantenían leales al gobierno de Espartero. La torre quedó tan afectada, que apenas diez años después el Ayuntamiento tuvo que derribar su tercio superior ante el peligro de derrumbe que corría. Y de esa forma llegó al siglo XX Cambalache...
Ataque desde la Ciudadela. Pintura de M. Sanz y Benito. Año 1841 Archivo Municipal |
Fachada "borrominesca" de Juan Miguel de Goyeneta Año 1752. Foto anterior a 1895 |
Al menos el San Lorenzo que la coronaba consiguió huir, si no de la parrilla donde lo asaron los romanos, sí del lamentable destino del resto de la fachada, y se refugió en el pasillo que desde la calle San Francisco da entrada a la capilla de San Fermín, donde hoy día todavía podréis verlo (si a algún párroco no le ha dado ya por encargar una "mejora" a algún arquitecto "modellllno", claro está)
Pero lo mismo que O'Donnell tiraba bombas desde la Ciudadela (y no digo que sea mal oficio ese, porque me imagino yo pudiendo cañonear desde allí el Baluarte de Mangado, y vamos, que pagaría lo que fuese, aunque de sobra sé que en una hipotética y espero que lejana guerra nuclear, lo único que sobreviviría serían las cucarachas, Jordi Hurtado y ese catafalco mitad neo-tumba de Lenin, mitad bunker de hormigón indestructible que el perfecto sucesor de Ansoleaga levantó a la mayor gloria de la fealdad más horrísona y negra, aderezada con granito de Zimbawue), yo os bombardeo ahora mismo con fotografías de aquella torre, cortesía casi todas ellas del gran don José Joaquín Arazuri...
Año 1879-80 |
Año 1888 |
Sic transit Gloria Mundi... (sobre todo en Pamplona) Año 1901 |
Torre y puerta de San Lorenzo en la muralla medieval, según J. J. Martinena |
Pero ¿y si giramos un poco la cabeza hacia la derecha? Pues hoy en día nos encontraremos con un urinario construido en el año 1938 por Victor Eusa -otro que tal-, a la sazón arquitecto municipal y por aquellos mismos y malhadados años, miembro de la Junta Carlista en plena Guerra Civil. Vamos, otro que no tenía quién le soplase el ego (supongo que hacerlo conllevaba además el riesgo más que probable de fusilamiento al amanecer), aunque su rompedor diseño mingitorial -para la Pamplona de aquellos años- trajo consigo que también se conociese su obra como la "mezquita de Ben-A-Mear". A otros, de gustos más orientalistas, les pareció más bien una pagoda...
Y para mear y no echar gota, efectivamente, es saber que para levantar semejante joya de aquel arte que el emperador Vespasiano dijo que "non olet", no les supuso ningún problema de conciencia talar un árbol de quinientos años de edad, como nos cuenta el escritor y periodista Angel María Pascual:
Artículo de A. M. Pacual en Arriba España 3 de julio de 1938 |
Aunque por mucho que admire su forma de escribir (y no sé si sería capaz yo de expresar cuánto lo hago), no ocultaré lo que me choca y sobre todo lo que me duele que Pascual mostrase tan honrosa preocupación por un árbol, y no hiciese lo mismo -al menos públicamente- por los cientos de navarros que justo por esas mismas fechas sus correligionarios asesinaban en los cementerios y las cunetas. A veces, desgraciadamente, reivindicar la Belleza no es bastante.
Pero volvamos a los árboles, que son al fin y al cabo símbolo de vida (salvo quizás en Pamplona, donde ahora que lo pienso han sido casi siempre sinónimo de enfermedad: la excusa perfecta para echarlos abajo, tuviesen la edad que tuviesen), y contemplemos las fotografías que atestiguan que efectivamente, aparte de que muy raras veces se ha edificado nada bueno bañando sus cimientos en orina, era en esa zona del Bosquecillo donde justamente se hallaban los árboles más antiguos de Pamplona (y más que hubieran llegado a ser, si los hubiesen dejado en paz). Aunque quién sabe, quizás los promotores de la "pagoda" estaban ya en esa edad crítica en que la próstata no te deja ver el bosque...
A uno de ellos trepaba frecuentemente un Pío Baroja de doce años, que vivía precisamente en la misma calle donde justo un siglo después lo haría servidor de todos ustedes:
"En esta época de la vida de Pamplona, había entre los chicos, los más cultos, entusiasmo por dos novelas: el "Robinson Crusoe", y "La isla miseriosa". Uno de los amigos con quien solía yo divagar sobre estas novelas era un chico enfermizo, llamado Eugenio Setoain, nacido en Burguete. Soñábamos con islas desiertas, con hacer pilas eléctricas... Iba yo muchas veces, al anochecer, al paseo de la Taconera, me subía al árbol del Cuco y fumaba en pipa, lo que me mareaba, y soñaba en una isla desierta, sueño que igualmente me mareaba..."
Probablemente este fuese el árbol del Cuco, al que trepaba Pío Baroja. La foto es de hacia 1860. Fue derribado hacia 1885 |
Foto del año 1932 del árbol que sería derribado para construir en su lugar el urinario de Eusa en 1938 |
En Pamplona nunca se aprende. Ültimo de los grandes olmos del Bosquecillo. Derribado en 1951 para instalar una marquesina |
Momento de la tala. Parece que, como de costumbre, estaba muy enfermo. |
El hundimiento... |
Fue probablemente junto a esos árboles, prácticamente recién nacidos por aquel año de 1512, donde el duque de Alba amenazó a los regidores de la ciudad con el saqueo más brutal si no le entregaban Pamplona. No digo que ese fuera más motivo para haberlos salvado del hacha que su simple y benéfica supervivencia, que los había convertido en los seres vivos más longevos de la ciudad, pero sí que me gustaría volver a sacar a colación a Angel María Pascual, porque sobre este particular sí que dejó escritas cosas bien sensatas -sin que naturalmente nadie le hiciera ni caso, incluso en tiempos bien recientes, como cualquiera que siguiese el desdichado asunto del parking de la Plaza del Castillo podrá corroborar-. Así, esta glosa suya del 3/12/1946:
"...Aquí la piedad por las cosas antiguas que rodearon el vivir de nuestros antepasados es un capricho inexistente. A los caciques no les sirven de nada. Tampoco influyen en las cotizaciones de bolsa... ¿Que aquí vivió un santo?, ¿que aquí cayó otro?, ¿que es un trozo bello de arquitectura, de historia, simplemente de paisaje, de tipismo? ¡Al suelo!"
O esta otra del 20/12/1946:
"...mal gusto en una ciudad donde reinó como dueño absoluto y donde era señal de buena cabeza el burlarse de todo el que pensaba que un rincón de ladrillo ungido de encanto por el sol de los siglos, o un árbol viejo y frondoso, o un trozo de la muralla, valían más que el debe y el haber de los libros de cuentas".
Conste, de todas maneras, que yo veo un claro ejemplo de Justicia Poética en que el campamento donde se asentó don Fadrique Alvarez de Toledo el 25 de julio de 1512, sea hoy bacina (o badina, quédese cada cual con la acepción que prefiera) por donde corren las aguas menores y mayores. Hay heráldicas parlantes que definen estupendamente a su poseedor...
Y paro aquí estas disquisiciones, que quizás continúe en otra ocasión si me da por echar la vista hacia atrás, y no sólo temporalmente, quiero decir. Porque estuvo allí mismo también el convento de Santa Olalla, que albergaba una obra de arte singularísima entre sus muros. Y está ahora el crucero más antiguo que se conserva en la ciudad. Y donde nunca debió haber un monstruoso hotel, hubo también árboles tan grandes como aquellos de los que he hablado. Tan grandes como para que sus ramas soportasen el peso de los ahorcados, sobre todo el de aquellos dos desdichados que robaron el ángel de Aralar en 1687. Y no digo que no sea el fin que merecen los ladrones de arte, como cierto belga, de haber vivido en aquellos tiempos, hubiera experimentado en propio cuello...
Así que recapitulemos: teníamos una torre medieval del siglo XIII con su portada barroca, que encantó a Victor Hugo, y unos árboles enormes que subyugaron a Baroja o a Pascual. ¿Y qué tenemos ahora? Una fachada de iglesia horrenda y exactamente igual a muchas otras en su estricta y mediocre fealdad, y un orinal gigante con ínfulas de templo oriental. Es evidente que hemos salido ganando... ¡Progreso! gritarán algunos. Pero yo casi prefiero proporcionarles un slogan más socorrido para que lo graben en el dintel de entrada: "¡Cistíticos del mundo, uníos!". De todas maneras, y por añadir una última cita, aquí va una de mi recién descubierto Luis Andrés Bredlow:
"Lo que más a las claras distingue nuestro mundo moderno y desarrollado de lo que pudo haber en cualquier tiempo pasado es su abrumadora y ubicua fealdad. Y lo más clamoroso, la infinita monotonía y desolación de lo que no pueden llamarse ya sin escarnio "casas" o "ciudades": por todos lados la misma tristeza rectangular, la misma estolidez prefabricada, el mismo caos planificado, el mismo vacío de vida repleto de automóviles y demás mercancía."
Y es que estoy tan de acuerdo con las opiniones artísticas de Victor Hugo, y hubiera trepado yo tan a gusto a fumar en pipa al árbol de Baroja, que hasta estoy por pensar que me aqueja un caso agudo de reencarnación literaria, porque al fin y al cabo, yo estoy también allí desde hace casi los mismos años ya que ellos. Y no, desde luego jamás me pareció que fuera un lugar donde nunca hubiese pasado nada. Por eso debe ser que salgo tan serio...
Completamente perdido sin árboles gigantes ni torres del siglo XIII... |
© Mikel Zuza Viniegra, 2015