Tres meses lleva ya el ejército castellano de Juan I intentando que caiga en sus manos la capital del reino que tiene invadido para defender los derechos de su esposa, la reina Beatriz. Pero la ciudad no cede, y lo que es peor, con este insoportable calor la peste se ha adueñado del campamento, y no hay día que no hayan de enterrar a más de doscientos hombres.
Todos aconsejan al rey que se marche a Santarem, donde la enfermedad parece no haber llegado, y entre quienes más se lo recomiendan está el príncipe don Carlos de Navarra, su cuñado, que le ha acompañado desde el primer día en esta desdichada expedición. Pero el monarca no cede, y allí permanecen todos, esperando a que o bien una flecha portuguesa o bien las rabiosas pulgas que saltan de rata en rata se los lleven al Infierno de una vez. Así habla pues don Pierres de Lasaga, caballero principal de las armas navarras, a su señor:
Armas de Pierres de Lasaga © Iñigo Saldise |
-¿Y qué queréis que le haga? Mi cuñado Juan es tan cabezota como su hermana Leonor, e insiste en que no se moverá de aquí hasta ser coronado rey de Portugal. Estoy harto de pedirle que nos marchemos, que dejando tantas ciudades ocupadas por sus hombres, podremos volver el año que viene y reclamar el trono sin miedo a revueltas o enfermedades, pero él se niega a escuchar. Por otra parte nosotros ya obtuvimos nuestra parte del botín en el sitio de Coimbra, así que el beneficio que pensábamos obtener está ya más que asegurado. En fin: soy el heredero de Navarra y tengo allí obligaciones tan importantes o más que las que Juan se empeña en mantener aquí. Así que id y decid a nuestros hombres que esta misma tarde iniciaremos el regreso. Pero de camino hemos de detenernos en un famoso monasterio que hay por aquí cerca, y no para saquearlo, sino para admirar las tumbas más hermosas de toda la Cristiandad.
-¡Horror! Si empezáis otra vez con esa aburrida manía vuestra por el arte casi prefiero hacer frente a la peste ¡Las tumbas son sólo eso: tumbas. Bastantes tuve que llenar en Albania como para no saberlo!
-Pero estas de las que hablo son tumbas de enamorados, Pierres: las de don Pedro I y doña Inés de Castro en Alcobaça. Cuando era príncipe, fue prometido por su padre don Alfonso IV a la infanta Constanza de Castilla, pero al llegar ésta a Portugal, cayó don Pedro rendido ante doña Inés, que era sólo una dama de compañía de la princesa. Aún así matuvo la palabra dada por el rey y se casó con Constanza, que murió al dar a luz a su hijo Fernando. Entonces Pedro se casó en secreto con Inés, pero en su obnubilamiento olvidaron anunciar su matrimonio, así que cuando fueron naciéndoles hijos, muchos nobles y el propio rey don Alfonso temieron por la suerte del heredero legítimo, el infante don Fernando, así que ordenaron matar a doña Inés aprovechando una jornada en que don Pedro había salido a cazar. Al enterarse el príncipe de lo sucedido, cayó en tal estado de postración y rabia que se alzó furiosamente contra su padre el rey don Alfonso, y cuando por fin se hizo con la corona, el primer edicto que publicó fue su acta matrimonial con Inés. Hizo entonces que la desenterrasen y pusieran a su lado sus restos en la ceremonia de coronación, para que toda la corte tuviese que besarle la descarnada mano. Luego a Pedro Coelho y a Alvaro Gonçalves, los dos nobles que habían cometido el horrendo crimen, ordenó que les arrancasen el corazón (para que así se sintiesen igual que él).
Y para finalizar mandó labrar los dos sepulcros más hermosos que ningún rey -ni siquiera aquellos egipcios de la antigüedad- hubiera conocido. Pero no juntos, sino uno justo enfrente del otro, para que cuando se levantase el día de la Resurrección lo primero que viera fuese el rostro de Inés...
-Reconozco que es una historia más entretenida que las que soléis contarnos, don Carlos, pero de ahí a alejarse de nuestro camino para ver unos catafalcos...
-Sólo serán unas leguas, luego iré yo todo el viaje de regreso escuchando vuestras mil veces oídas ya aventuras albanesas sin protestar, lo juro. Además, quiero también que el único de nosotros que sabe pintar, Michelot de Sant Johan, me retrate ante los sepulcros de don Pedro y doña Inés.
-¡Pero si sus dibujos siempre salen movidos, señor! Y no es nada raro que eso le ocurra, porque casi siempre esta bebido y cantando fados por las tabernas...
-¿Fados?
-Unos cantares muy tristes que todo el mundo entona en este reino...
-¿Y cuál es el que prefiere Michelot?
-Uno que dice:
"Fado porque me faltan sus ojos.
Fado porque me falta su boca.
Fado porque se fue por el río.
Fado porque se fue por la sombra..."
-Pues entonces tendremos que bebernos unas cuantas redomas de vinho verde con él para animarle antes de partir de esta pestilente ciudad de Lisboa, ¿no creéis, Pierres?
-Por supuesto, señor: además no me cabe la menor duda de que el verde es su color favorito...
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2015
Y para las miriadas de navarros que entre bocatas de ajoarriero y gintonics disfrutan de las fiestas del glorioso mártir, pero aún así mueren por saber más sobre esta desconocida y lusitana expedición: