Pamplona, sede de la Federación Local de Sindicatos Únicos, afiliados a la CNT
Viernes, 10 de julio de 1936
-¿Fiestas como estas no las tenéis en Madrid, eh, compañero Matesanz?
-Y que lo digas, compañero Echavarren, casi no llego: las calles están atestadas de gente. Pobres, tan ignorantes de lo que se avecina...
-¿Pero de verdad está tan mal la situación allí abajo?
-Todos dan por segura una sublevación militar inminente de las distintas capitanías. Y nuestros oficiales infiltrados informan de que el general Mola es la cabeza pensante de esa rebelión. Hasta nos hemos enterado de que su superior, el general Batet, va a venir a verle la semana que viene para comprobar personalmente que no está metido en ninguna aventura. Pero debe saberlo tan bien como nosotros. Precisamente por eso mismo estoy aquí.
-¿Por Mola? Pues si estáis pensando en alguna acción contra él, es que no conocéis cómo se las gasta. Tiene una escolta permanente formada por entre ocho y diez mandos intermedios bien entrenados. Y si por un casual sale de paisano a la calle -lo cual no ocurre casi nunca- los hijos de los facciosos y pistoleros más reconocidos de la ciudad se pegan por servirle de protección, armados todos hasta los dientes. Mil veces hemos estudiado cómo meterles mano, pero es imposible. ¿Y ahora venís desde Madrid a decirnos cómo hemos de hacer las cosas? Pues no os he visto en las peleas contra los requetés, que cada vez están más envalentonados...
-Tranquilos, que la Organización valora muchísimo vuestros esfuerzos y sacrificios, y agradece además que hayáis llevado a cabo el seguimiento fotográfico diario al general que os pedimos la semana pasada. Es conveniente que sepáis que nos tememos que esta intentona no va a ser como la payasada de Sanjurjo de hace cuatro años. Pensamos que esta vez quieren acabar con la República por las bravas. Y si eso llegara a ocurrir, podemos despedirnos para siempre de la implantación del comunismo libertario que este país necesita como el comer.
-Si la cosa pinta tan mal, puedes contar con nuestra total colaboración, compañero. Pero no termino de entender aún qué es lo que pretendéis. ¿Atentar contra Mola? ¿En plenos Sanfermines? Lo dicho: totalmente imposible: las derechas le tienen más veneración que al santo, y lo rodean con mucho más fervor. Nosotros apenas somos un puñado de afiliados, y cada vez más estrechamente vigilados por las "fuerzas del orden". Y no tenemos más armas que dos o tres viejas escopetas de caza. ¿Has traído tú algún revólver moderno?
-¿Y si te dijera que no harán falta pistolas o fusiles para eliminar al general?
-Pues te respondería que en Madrid os da demasiado el sol y habéis debido perder la razón. Ahora, ¿qué esperar de la Federación Agraria, que es a la que tú perteneces? ¡La Obrera, o por lo menos la Metalúrgica, de ahí sí que salen verdaderos soldados proletarios! Porque tú, Matesanz, ¿qué oficio tienes?
-Veterinario.
-¿Cómo dices? ¡No me toques los cojones, Matesanz! ¿Y qué quieres hacerle a Mola: ponerle herraduras? ¿De verdad que en la CNT no hay agentes más cualificados que tú?
-Cuidado con lo que dices, compañero. Voy a pasarlo por alto porque estamos los dos nerviosos y porque apestas a vinazo agrio.Siento haberte interrumpido la fiesta, pero este asunto es demasiado grave para dejarlo en manos de aficionados como vosotros.
¿Y le confían una misión tan importante a un simple albeitar? Sigo pensando que estáis todos locos. Sólo lleva unos pocos meses en Pamplona, pero ya hemos podido comprobar que la fama de carnicero que Mola traía desde Marruecos era bien merecida. Es cruel e implacable con quien cree su enemigo, y considera de esa forma a todos los que no le bailan el agua. ¿Qué piensan en Madrid que podrás hacer tú contra alguien así?
-Quizás reclutar un ejército mucho más poderoso que el suyo...
-¿En plenas fiestas? De borrachos y sinfundamentos tendrá que ser, porque no se me ocurre cómo si no...
-¡Basta: no tenemos más tiempo para perder! Me costó convencerlos, pero finalmente la Dirección Confederal ha dado carta blanca a mi propuesta, así que estáis obligados a obedecerme, os guste o no. Empezaremos por lo más sencillo: no conozco estas calles y necesito que me guiéis por ellas. Sobre todo hasta esta que sale en todas las fotos de vuestro informe.
-No sabía yo que el anarquismo o el pensamiento ácrata me obligasen a obedecer a nadie, ni siquiera a un compañero que no sé quién se cree que es, aunque ya aclararemos esa cuestión más adelante. Mientras tanto se hará lo que tú digas. La calle que te interesa es la que lleva al Mercado, perpendicular a la Bajada de Santo Domingo, y que termina en Capitanía. Por eso mismo es también una de las más vigiladas de la ciudad, y suele estar llena de soldados. Ahora, sí tú dices que vas a conseguir un ejército más fuerte...
-Menos recochineo, compañero. Dime: ¿ves algo que se repita en todas estas imágenes?
-Naturalmente: el cabrón del general sacando fotografías desde el puesto que tienen los militares justo detrás del vallado del encierro. Y fíjate en su cara: se diría que disfruta viendo desde tan cerca las cornadas y las volteretas...
-Pues sí, eso me parece a mí también. Y desde luego que a Mola le encanta la fotografía. Y como esa es una afición que yo comparto, puedo decirte que esa que lleva al cuello es una de las cámaras más modernas del mundo: la Contax III, fabricada en Alemania por la empresa Zeiss-Ikon. Una auténtica maravilla de la técnica. La primera con fotómetro incorporado...
-No me interesa la técnica de los Nazis. Sólo aplastarlos cuanto antes.
-Sí: en eso estamos de acuerdo. Y qué mejor que empezar por su representante en España. Sabemos que Mola ha tenido contactos con los alemanes y también con los italianos. Será mejor evitar que ese enlace pueda llegar más lejos, por muy buenas cámaras fotográficas que fabriquen. Aunque también es imperativo que nadie pueda echarnos la culpa a los anarquistas de la muerte de esa sanguijuela, porque incluso a nivel internacional podría acarrear funestas consecuencias y persecuciones para nuestro movimiento...
-Ya. ¿Y la Dirección te permite explicarme de una vez cuál es su plan para lograrlo? Porque sigo sin comprender nada de nada.
-¿Tú eres carpintero, no, Echavarren? ¿Tenemos algún camarada en el Sindicato que participe en el montaje del vallado del encierro?
-Eh... Pues sí, Martín Goñi se saca unas perras extras con ese trabajo. Aunque, francamente: no lo veo yo haciendo frente a prácticamente todos los militares de Pamplona...
-No te preocupes: le echaremos una mano al bueno de Martín. Y también unas patas... ¿De qué madera están hechos los tablones del vallado?
-Que me aspen si entiendo nada de lo que me estás diciendo, Matesanz. En cualquier caso son de madera de olmo, muy resistentes por tanto.
-Para una manada desbocada de torazos, esos tablones son como mondadientes. ¿El vallado es doble o sólo tiene una fila de maderos?
-¿Doble?, ¿y para qué, si nunca lo ha quebrado ningún morlaco? Un momento... ¿Estás diciendo en serio que vuestro plan es que los toros del encierro ataquen a Mola? ¿Pero estáis locos? ¿Y como pensáis hacer que carguen justo en esa zona del vallado, poniendo a Rafaelillo con un capote para que embistan? Lo que pensaba: os ha dado demasiado el sol...
-Con el contenido de esta garrafa, Echavarren. ¿Sabes lo que es?
-¡Ufff, apártalo de mi nariz, huele a rayos!
-Bueno, a los toros no les olerá igual: son secrecciones hormonales de vaca en celo.
-¿Secre-qué? Pero tú has debido darle al chacolí de Culancho en cuanto te has bajado del tren...
-Soy veterinario, ¿recuerdas? Esto es lo que se utiliza en la monta o servicio de las vacas para que los sementales se pongan a tono. Y vaya que sí se ponen... Te aseguro que si frotamos los tablones detrás de los cuales se coloca Mola durante los encierros con el contenido de esta garrafa, los seis toros cargarán contra ese lugar concreto con furia incontenible, y el general y sus subordinados quedarán convertidos en picadillo. Y lo que es mejor aún: nadie podrá echarnos la culpa a nosotros, ni a ningún otro partido de izquierdas. ¿Qué te parece, Echavarren?
-La verdad es que no sé si llamarte genio o pensar que necesitas ir detrás de otro tipo de secrecciones hormonales, Matesanz. Me parece que te hace mucha falta...
-Primero la Revolución, luego ya vendrá la unión igualitaria y libre con una compañera tan ácrata como yo, con la que poder proporcionar más militantes al Movimiento Anarquista Mundial. Lo dijo Bakunin, y yo estoy totalmente de acuerdo con él.
-Bueno, Bakunin tendrá razón cuando la tenga, y cuando no la tenga, pues no. ¿Y cuándo habéis pensado llevar a cabo esta locura? Porque sólo quedan los dos encierros de mañana y pasado...
-Mañana sería demasiado precipitado. Mejor el domingo, cuando hayamos podido confirmar con Martín Goñi la mejor manera de aplicar el producto a los tablones reservados al Gobierno Militar, que veo en las fotos que llevan pintado su escudo identificativo. No hay error posible. Todo irá bien...
-Pues no sé qué decirte, compañero, porque lo ideal hubiese sido dárselo durante la noche, pero creo recordar que justamente esa parte del vallado se custodia hasta la mañana siguiente en el patio del Hospital Militar. Imposible entrar allí sin levantar sospechas. No: habrá que aplicarlo a la vez que se instala, y los carpinteros empiezan a las cinco para que todo este listo para las siete...
-Perfecto: la mañana del domingo será pues el amanecer de una nueva y mucho mejor época para todos...
Pamplona, sede de la Federación Local de Sindicatos Únicos, afiliados a la CNT
Viernes, 17 de julio de 1936
Y claro que su plan me pareció descabellado desde el principio, pero se le veía tan entusiasmado y confiado en las probabilidades de éxito, que todas nuestras prevenciones se desvanecieron. El sábado, y aunque Mola no acudió a contemplar el encierro -según nos explicó nuestro contacto en Capitanía porque debía reunirse con algún capitoste carlista-, lo empleamos en prever los distintos inconvenientes que podrían presentarse al llevar a la práctica la acción. Uno de los principales era que todos los balcones de los alrededores estaban ocupados por soldados, unos por afición propia y otros por mandato de sus oficiales, con sus fusiles a la vista.
Nuestro compañero Martín Goñi, que trabaja en el montaje del vallado, no sólo no preguntó por qué debía ser sustituido por otro ese día, sino que aceptó disciplinadamente que le rompiéramos el brazo -de la forma más limpia que pudimos, naturalmente- para que no cupiese duda alguna a sus jefes de que no podía trabajar. Le explicó además someramente su cometido a Matesanz, que básicamente consiste en colocar vertical y horizontalmente los tablones de madera que impiden que los toros se escapen por las calles por donde no transcurre el encierro.
No me gustaba ni un pelo dejar solo a Matesanz en una empresa que se me antojaba tan complicada, pero ya nos costó muchísimo convencer al capataz de que aceptara a nuestro hombre -al que hicimos pasar por familiar de Martín- como montador. Sin embargo he de decir que él mostró en todo momento un temple y una confianza ciega en sí mismo, lo cual no hizo que a mí dejase de asaltarme la sensación de que lo estábamos abandonando en la boca del lobo, así que lo más discretamente que pude, me situé en la calle en cuestión, primero fingiendo ser un borracho con pocas ganas de volver a casa, y luego haciéndome pasar por un corredor de los muchos que esperan en esa zona a que lancen el cohete que anuncia que los toros salen a la carrera de su corral.
De esa forma pude ver que esa madrugada aún había más soldados que de costumbre, y también cómo los oficiales encargaban a los reclutas que montasen el vallado del puesto militar, expulsando de muy malas a los carpinteros habituales, entre los esta vez se hallaba Matesanz. Intenté entonces llegar hasta él para convencerlo de que saliésemos inmediatamente de allí, pero no me hizo el menor caso. Al contrario, sonriendo me dijo que no me preocupase, que tenía un "plan B", Y entonces lo perdí de vista en medio del tumulto de gente -lógicamente- cada vez más nerviosa.
Al poco llegó Mola, acompañado por el comandante Fernández-Cordón, el coronel Moscoso, y los capitanes Lastra, Vicario y Barrera. En suma: toda la plana mayor facciosa.
La hora señalada se acercaba, y cada vez había más gente congregada. A codazos me abrí paso hasta que tuve tan cerca al general y sus subordinados, que pude oírles bromear con frialdad sobre si aquella mañana "habría más sangre" que en las anteriores. Al propio Mola le escuché decir que para los que habían participado en la guerra de Marruecos como él, esto del encierro no era más que una broma sin apenas riesgo. Llevaba su condenada cámara colgada del cuello...
A pesar de que hacía nueve años que no corría, decidí permanecer en Santo Domingo, aunque lo cierto es que llegado determinado momento las barreras se cierran y ya no se puede salir del recorrido. La curiosidad y, porque no decirlo, también un mal presentimiento, clavaron mis pies a los adoquines más peligrosos del mundo -al menos durante esos segundos que se hacen eternos a todos los que allí luchamos por sobrevivir-. Entonces sonó el cohete y una muchedumbre aterrada se puso en marcha hacía donde nos encontrábamos. Mola (ahora lo tenía justo frente a mí) se llevó la cámara al ojo, apuntó, y disparó una y otra vez hacia la calle como quien está acostumbrado a hacerlo constantemente con un fusil, sin piedad ninguna por lo que se desarrollaba ante sus ojos, como si todos fuésemos insectos que él debiera primero cazar y luego pinchar con un alfiler en pequeños cuadros enmarcados en negro, igual que las esquelas funerarias. Su rostro mostraba una sonrisa siniestra...
En ese preciso momento, no sé desde dónde, apareció en mitad de la calle Matesanz, esquivando a quienes pasaban como balas junto a él mientras se arrojaba por encima todo el contenido de la garrafa que traía consigo.Avanzó entonces hacía el vallado militar con paso de gigante -contento y desnudo, dispuesto a matar canallas- y justo cuando estaba a punto de alcanzarlo, uno de los muchos trabajadores del vecino mercado que corren en ese preciso tramo se cruzó en su camino y lo hizo caer al suelo. Inmediatamente cuatro mozos tropezaron con ellos y cayeron frente a nosotros. Iba a ir a socorrerles cuando el primero de los toros llegó al montón, y, loco de furia, comenzó a bramar y a asestar terribles gañafonazos a quienes habían quedado por encima de Matesanz, como queriendo quitarlos de encima de su objetivo. Y entonces llegaron sus cinco y rezagados hermanos...
Aunque lo intente mil veces, no podría explicar con palabras la horrenda carnicería que se desarrolló a partir de ese momento ante nuestros ojos, cuando los seis toros -completamente fuera de sí, se dedicaron a cornear de todas las maneras posibles a nuestro hombre, hasta convertirlo en un surtidor de sangre y vísceras. A los pastores les costó un esfuerzo titánico separarlos a varazos de aquella pulpa sanguinolenta.
Sangre: todos los que estábamos allí quedamos impregnados de sangre de Matesanz, como si formásemos parte de un terrible bautismo. También el general Mola, que no dejó de disparar -clic, clic, clic, creo que jamás podré olvidar esos chasquidos- su moderna cámara alemana Contax III ni un sólo momento.
Tampoco perdió su siniestra sonrisa, ni siquiera cuando me abalancé hacia lo que quedaba de Matesanz y lo rodeé con mis brazos. Aún pudo decirme algo con un hilo de voz: "el amanecer, el amanecer..."
Nadie de los que lo vimos podremos olvidarlo jamás, y para quien tuvo la fortuna de no estar presente, quedarán siempre las fotos del general para poder horrorizarse, pero como miembro de nuestro sindicato me creo en el deber de tomar el relevo de mi compañero y solicitar ayuda para detener la sublevación que todos dan ya por cierta y que quizás, quien sabe, comience mañana mismo.
Y esto no lo hago únicamente por mi acreditada militancia política, sino porque fue el propio Mola quien solicitó a uno de sus esbirros que apuntase mi nombre en una lista formada por muchos otros nombres. Dijeron que era sólo un formalismo para permitir mi localización cuando comenzara a investigarse lo ocurrido en el encierro, pero no creo que les importe gran cosa aclarar nunca las circunstancias de lo que os acabo de contar y que sí: pudo suponer "el amanecer de una nueva y mucho mejor época para todos..."
PAMPLONA, a 17 de JULIO de 1936
ADENDA:
*Cuando el Gobierno del Frente Popular salido de las urnas democráticas en febrero de 1936 decidió trasladar al general Mola a Pamplona, además de mostrar una estupidez y ceguera políticas de lo más notable, selló su destino, pues andaba metido desde mucho tiempo atrás en la conspiración que acabaría dando lugar al levantamiento del 18 de julio primero, y a la terrible Guerra Civil que asoló el país desde entonces.
Para comprender mejor la condición moral de Mola, no basta con leer su Bando declarando el estado de guerra de 19 de julio de 1936:
sino que hay que leer también sus "Instrucciones Reservadas", alguna de las cuales lleva fecha de mayo de ese mismo año, y entre las que -por su inmundicia y bellaquería- quisiera destacar estas dos:
"Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas".
"Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión: todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular deberá ser fusilado".
Por tanto fue él, con muchos otros colaboradores necesarios, el responsable máximo de la cacería humana que se desató hace exactamente ochenta años el próximo 18 de julio, y que en Navarra (zona sin frente de guerra) supuso el asesinato de más de tres mil quinientas personas cuyo único delito fue no estar incluidos en los desquiciados parámetros ideados por el gobernador militar de Pamplona, que en su delirio firmó muchas de sus "instrucciones" con el apodo de "El Director".
Apenas un año después, el 3 de junio de 1937, el general Mola falleció en un accidente de aviación en Alcocero (Burgos). Su cuerpo quedó tan calcinado que la única forma de reconocerlo fue por la Contax III que siempre llevaba colgada al cuello...
*El vallado del encierro de Pamplona fue simple hasta el 8 de julio de 1939, cuando en los primeros Sanfermines tras la guerra, el toro "Liebrero" (de la ganadería Sanchez Covaleda) rompió los tablones y corneó de gravedad a una espectadora que estaba situada detrás, teniendo que ser abatido a tiros junto a la puerta de la plaza de Toros. Para que no volviese a ocurrir algo parecido, desde el año siguiente (1940) el vallado es doble, con una separación de dos metros entre ambas hileras de tablones...
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016