-Majestad, lleva tres días sin parar de llover, y los hombres están comenzando a enfermar. Quizás si se les permitiese refugiarse en esas cuevas...
-Pero no sabemos qué o quienes nos están aguardando allí dentro, mi buen Felipe de Valtierra. Este condenado valle es un erial, también es mala suerte que nosotros hayamos traído el agua con nosotros. Apostaría a que aquí no había llovido hace decenios.
-Esa es otra, majestad. Los pocos lugareños que hemos podido capturar dicen que las cuevas están malditas, y que hay monstruos ocultos en ellas. Quizás si vos dieseis el primer paso y los demás os vieran guareceros en una, todos seguirían vuestro ejemplo.
-¡Pero quién me mandaría a mí obedecer al Papa y embarcarme en esta Cruzada, con lo a gusto que estaría yo ahora en Estella comiendo peras!
-Lo hecho, hecho está, majestad. Ahora debéis velar por todos aquellos que os han acompañado hasta aquí con su mejor buena fe. Vamos, yo os acompañaré, que a mí las cuevas no me dan ningún miedo: vivo en una en mi pueblo. Entremos en esa de ahí, que parece la más grande.
-Encendamos antes unas antorchas, porque está oscuro como boca de lobo. Y tened cuidado con dónde pisáis, ya veis que esta roca es muy blanda y con tanta agua se está deshaciendo bajo nuestros pies. Alumbrad esa pared. ¿Qué es eso? Parecen pinturas, y muy antiguas, a juzgar por su estado...
-Son unos guerreros, majestad. Esperad, tienen una especie de gardacho a sus pies...
-¿Gardacho? ¿Y eso qué es, un jabalí?
-No, majestad, un lagarto. Aunque este pintado es verdaderamente grande. ¿Sabéis leer estas letras?
-¿Qué clase de pregunta es esa, Felipe? ¿Olvidas que escribo poemas desde que era un niño, allá en la corte de Champaña? ¡Pues claro que sé leer cualquier letra, memo! Bueno, esta no, pero es que esto no es romance ni latín. Haced entrar al obispo, a ver si él sabe descifrarlas.
-Esto es griego, majestad, y no es cosa extraña, que estos territorios pertenecieron al imperio bizantino mucho antes de que los turcos se hicieran con ellos. Dí algunas nociones de esa lengua siendo novicio, pero no sé si las recordaré. Lo iré traduciendo al latín, para no equivocarme: "Hic... sanctus... Georgius... necavit... draconem. ¡Eso es! "Hic sanctus Georgius necavit draconem" "Aquí mismo mató San Jorge al dragón"
-¿Qué locuras estáis diciendo? ¿Habré de racionaros el vino incluso cuando oficiéis la santa misa?
-¡Os aseguro que ahí dice que San Jorge mató al dragón aquí mismo! Y no sé de que os extrañáis, porque aquel santo era precisamente natural de esta tierra que ahora pisamos: Capadocia. Así que si salvó a la princesa del dragón, mucho más lógico es que lo hiciera aquí que en ninguna otra parte.
-¿O sea que esta cueva es en realidad una iglesia excavada en la roca? Pues si hay una en cada cueva de las que se ven por aquí cerca, ni en Roma o Jerusalén -y Dios quiera que pronto podamos verlo con nuestros propios ojos- habrá tantas...
-Haber encontrado el lugar donde el patrón de los caballeros mató al dragón infernal ha de ser signo de buenos presagios en nuestro santo viaje, ya lo veréis. Por mi parte estoy tan contento que hasta daré saltos de alegría para demostrároslo.
-¡No seáis loco,majestad, que con vuestros brincos el terreno está cediendo! ¡Las paredes y el suelo se vienen abajo!
-¡Socorro, socorro! ¡Don Teobaldo ha quedado sepultado bajo las rocas! ¡Ayudadnos todos a encontrarlo!
-¡Calma, Felipe, que más allá de un buen golpe, no parece que esté demasiado malherido! Parece que he ido a parar a una sima y eso ha debido amortiguar mi caída, aunque hay algo que se me clava como un puñal donde termina mi espalda. ¡Sacadme rápido de aquí, por caridad!
-¡Pero señor! ¿Qué es aquesto? ¡Tenéis vuestras reales posaderas metidas en lo que parece ser la cabeza monda y lironda de un endriago! ¡Con razón sentíais como si os clavaran cuchillos, es que los dientes de esta criatura son como tales! Más os vale que está tan muerta como mi tatarabuela doña Munia...
-¡Es el dragón que mató San Jorge! ¡Milagro, milagro!
-¡Callad, obispo del demonio! Y dejadme vuestro báculo para que pueda apoyarme, que me duele todo el cuerpo. Ordenad que desentierren por completo a este diabólico animal, que sea o no el que mató San Jorge, casi me traga como su ilustrísima mastica la carne de ciervo.
-Ciertamente impresionan estos huesos, majestad, jamás habría pensado que pudiera existir un animal tan grande en el mundo. Y mirad que nos ha costado sacarlos, que ha habido que hacerlo a pico y pala, pues estaban como soldados a la piedra que los rodeaba...
-¿No es como esos gardachos de vuestro pueblo que decíais antes? Pues hemos de denominarlo en las crónicas de nuestro viaje Gardachosaurius Navarrensis, que creo que es mezcla ecuánime de términos zoológicos muy puestos en razón. ¿No es así, señor obispo?
-Y tanto que sí, que Gardacho es nombre común para las sugandillak que trepan por las paredes de las casas de Navarra en busca de sol, y Saurius viene del latín saurius, que quiere decir lagarto. Si me lo permitís, voy a recoger unos cuantos huesos de estos para llevarlos como reliquia a nuestro país. Y los he de depositar en Azuelo, que tienen muy hermoso monasterio dedicado a San Jorge.
-Pues yo sólo pienso llevarme uno de esos dientes conmigo, aunque bastante recuerdo me han dejado todos ellos en salva sea la parte... Bueno, llevaré otros tres para mis hijos Teobaldo, Enrique Y Pedro, para que vean que su padre no es menos que San Jorge, y también sale vencedor de sus encuentros con terribles dragones. Es más, Felipe: ¿no me decíais el otro día que un rey que se precie debería llevar una vistosa cimera sobre su yelmo de guerra? Pues a partir de ahora el rey de Navarra ha de llevar un dragón de larga cola y enormes fauces como distintivo sobre su casco, para que pueda ser reconocido sin dificultad en las demás cortes de la Cristiandad.
¡Y que no vuelva a oí decir yo a nadie que los dragones no existen, que todos hemos visto hoy aquí que eso es radicalmente falso!
Tiebas, 9 de abril de 1261
-Os lo he explicado ya muchas veces, Isabel: en las baldosas del suelo podrán ir todas las flores y pájaros que queráis vos, pero al menos cuatro de los círculos habrán de ser de dragones iguales al que venció mi padre y que desde entonces adornó su arnés de batalla, lo mismo que ahora adorna el mío. Y si este va a ser el mejor palacio de los reyes de Navarra, justo es que nuestro símbolo aparezca muy bien dispuesto en esta gran sala de audiencias.
Círculo de los dragones en el embaldosado del castillo de Tiebas |
-¿Y tenéis dientes para enseñarme de la Tarasca esa que decís? Porque yo si puedo enseñaros estos, que ya veis que son casi tan grandes como vuestra cabeza. Ni siquiera en nuestra noble villa de Valtierra he visto gardachos con los dientes tan grandes.
-¿Y qué es un gardacho?
-¡Ah, cuánto os queda todavía por conocer de vuestro nuevo reino, esposa mía! ¡Pero cuánto...!
Dragón de los Teobaldos en Tiebas |
© Mikel Zuza Viniegra, 2015