Mazmorras de Jauregizarrea, Arraiotz, 21 de agosto de 1611
Va ya para cinco meses que Sabadina de Zozaia, María de Zubiria, María Martín de Elizagiberea, María de Mendi, María de Arozarena, María de Aldekoa y Catalina de Gortari permanecen encerradas en aquel lóbrego aposento, acusadas de brujería. Hubo otra más: Graciana de Barrenetxea, pero acaba de morir, fruto de los tormentos a los que periódicamente las someten el señor del propio palacio donde se hallan prisioneras, el señor del palacio de Zubiría, el párroco, don Miguel de Laurnaga, y el jurado don Joanes de Perochena,
-Señoras mías: todas vimos como sacaron el cuerpo de Graciana a escondidas, y hoy nos hemos enterado de como la enterraron en secreto en terreno sagrado, prueba de que al fin y al cabo no la consideraban bruja. Si no hacemos algo para remediarlo, nosotras seremos las siguientes.
-¡Si nos vemos en esta tesitura es por vuestra culpa! Vos eráis la encargada de vigilar que nadie se acercase a nuestras reuniones, y en lugar de estar alerta permitísteis que aquellos niños lo viesen todo. Naturalmente no tardaron en contárselo a quienes ahora, con vistas a ganarse el favor del abad de Urdax y de su siniestro notario el señor de Narvarte, ambos representantes de la Inquisición en este valle de Baztán, nos torturan sin miramiento alguno. ¿Y ahora venís a decirnos que tenemos que hacer algo? ¿Y qué queréis que hagamos? ¿Qué les demostremos fehacientemente que aquello de lo que nos acusan es cierto? ¿Que prendamos nosotras mismas la pira que nos espera en Logroño, sede del Santo Tribunal?
-Acepto mi responsabilidad, pero eso no cambia ya nada. Nos mantienen atadas con cadenas, nos sumergen en agua fría, no vemos la luz del día sino por ese pequeño agujero en la pared. A vos, Sabadina, y también a vuestra hija, os mantuvieron atadas a una pesada viga, de tal forma que no podíais moveros sino juntas y a un tiempo. A mí misma me encerraron con los cerdos en la pocilga...
Pero ya les hemos consentido bastante. Si decirles que no somos brujas no ha servido de nada, quizás actuar como esperan sí que surta efecto.
-¿Has perdido el juicio? ¿Quieres que todas sigamos el triste camino de Graciana?
-Si no hacemos nada, será bien pronto cuando nos veremos igual que ella: muertas y enterradas. Nada podemos solas, pero unidas podremos llevar a cabo la magia que nos salve.
-¿Y en cuál habéis pensado?, porque os recuerdo que era Graciana la única que conocía los arcanos mayores de estas ciencias...
-Pero todas le ayudamos a practicar esos hechizos muchas veces, así que creo que podremos recuperarlos sin demasiada dificultad, aunque desafortunadamente ella ya no esté. Y el que más nos conviene ahora mismo emplear es el que nos haga cambiar de forma: primero adoptaré la de un ratón, para poder salir de esta prisión y, una vez fuera, la del señor de este palacio. De esa guisa iré a buscar al señor de Zubiría, y le insultaré lo más gravemente que se me ocurra. Haré todo lo posible para que se maten entre ellos. Luego os liberaré, y será el turno de Laurnaga y de Perotxena. Si jugamos bien nuestras cartas, quizás consigamos que Arraiotz quede para siempre al margen de esta terrible persecución...
Y todas unen sus manos y forman un círculo alrededor de aquella que les ha propuesto tan desesperado plan. Y comienzan a oírse extrañísimas jaculatorias en la lengua ancestral de todas ellas, y al llegar a la novena invocación, María de Elizgibela se ha transformado en un ratón, cuyo exigüo tamaño le permite escapar por el agujero por donde sus captores introducen la comida en el calabozo. Y por esa misma rendija, todas pueden también ver como, una vez llegado al prado, la diminuta bestezuela se convierte de pronto en el maldito señor de Jauregizarrea, siempre vestido de color negro, excepto su inmaculada golilla de seda blanca, sobre la que se alza una enjuta cabeza cuyos ojos inyectados de odio dan verdadero miedo.
Y el remedo de caballero toma prestamente el camino del cercano palacio de Zubiría. Y cuando llega ante su puerta, la golpea violentamente dando fuertes gritos:
Y Antón, que no puede dar crédito a lo que está oyendo desde su cama -pues ha reconocido perfectamente la voz de don Joanes, el anciano señor de Jauregizarrea-, se asoma indignado a la ventana, y cruza los mayores denuestos con quien ha venido a ultrajarlo a su propia casa. Y desde allí arriba le promete que en menos de lo que cuesta rezar un credo irá a buscarlo a su torre, o al mismo Infierno si es preciso para lavar semejante afrenta.
Y entonces, cuando Antón ha vuelto dentro para vestirse y coger su espada, vuelve el supuesto don Joanes a transformarse en un ratón, que espera a que el de Zubiría enfile hacía Jauregizarrea para seguirle a distancia. Y cuando, fuera de sí, llega ante las puertas de la vieja torre donde cree que ha vuelto a refugiarse quien acaba de vilipendiarlo, da grandes voces para que aquél pueda oírlo:
-¡Aquí estamos como pedías, solos mi espada y yo! ¡Baja, viejo del demonio, y te demostraremos la limpieza de nuestra sangre vertiendo la tuya, tan inmunda!
-¿Es que te has vuelto loco, Antón? -le dice don Joanes mientras abre la puerta. Pero antes de que pueda decir nada más, siente la espada de su vecino clavarse profundamente en su vientre, y aunque se siente morir, por puro instinto de supervivencia agarra el cuchillo que cuelga siempre del dintel de piedra, y con su último movimiento en este mundo, lo hunde en el pecho del señor de Zubiría. En un suspiro, los dos yacen muertos en el zaguán...
Y Maria, que lo ha visto todo, recupera su forma original y los arrastra prontamente, y no sin mucho esfuerzo, adentro de la torre. Y cierra la puerta utilizando el mazo de llaves que acaba de arrancar del cinturón del último señor de Jauregizarrea, para que ningún ojo indiscreto pueda volver a denunciarlas, ahora que son completamente libres de nuevo.
Y esa misma noche, tras arrojar los cuerpos de los dos orgullosos jauntxos al hediondo aljibe de la torre, meditan cuidadosamente todas ellas qué hacer con sus otros dos enemigos: el párroco y el jurado. Y a Catalina de Gortari, que siempre fue la más imaginativa, se le ocurre "aprovechar" que al día siguiente todo el pueblo se reunirá en la puerta de la iglesia para la procesión de penitentes que la Suprema Inquisición ha organizado. Y, efectivamente, cuando llega la hora de esa santa reunión, todas las gentes, con el abad de Urdax y su notario a la cabeza, quedan horrorizados al contemplar en el corral situado justo al lado del templo, a Laurnaga y a Perotxena, ganados sin duda para la causa de Belcebú, en violento ayuntamiento carnal con sendas ovejas muy lanudas. Y aunque ellos juran y perjuran que no saben ni recuerdan cómo han podido llegar allí, los soldados del Santo Tribunal no tardan en encadenarlos para que le cuenten con todo lujo de detalles sus nauseabundas prácticas al Inquisidor General, allá en la lejana ciudad de Logroño.
Y como en medio de todo aquel sorprendido cortejo, han adoptado María y Catalina de nuevo el aspecto de los fenecidos señores de Zubiría y Jauregizarrea, y se muestran más ofendidos que nadie por la inmoral conducta del párroco y del jurado, no tarda en encargarles el abad de Urdax que sean precisamente ellos dos quienes se preocupen de guardar la honra y felicidad del pueblo de Arraiotz, cosa que ambos aceptan con la mayor alegría.
Y dicen que desde entonces se vivió en aquel lugar en medio de la mayor paz y alegría, pues la Inquisición no volvió a molestar nunca jamás a sus habitantes, que no sospecharon nunca estar bajo el gobierno de aquellas damas a las que habían acusado de brujería, ya que uno de los primeros decretos de los dos palacianos fue absolverlas de tan absurdas imputaciones.
Y como es cosa comúnmente sabida que son las mujeres mucho más inteligentes que los hombres, no tomaban el aspecto de aquellos dos botarates más que cuando no les quedaba más remedio, o cuando recibían la visita del Abad de Urdax y de su fanático ayudante, que alguna vez estuvieron también muy cerca de aparecer en comprometida cópula ovina delante de todo el mundo. Y si así no les ocurrió, fue únicamente porque demostraron estas señoras tener mucha más compasión que la que manifestaron nunca todos aquellos estúpidos perseguidores de mujeres.
Y el caso es que, aún hoy en día , créase o no en brujas, es cosa muy placentera acercarse a contemplar estos dos hermosísimos palacios de Arraiotz. Y si se hace cuando está cerca ya de caer el sol, y en buena compañía, no se cambiaría aquel paraje y aquel preciso momento ni por todos los peines de oro que atesoran las lamias de Xorroxin...
Dibujo extraído del blog: Viajes Morrocotudos
© Mikel Zuza Viniegra, 2012