Castillo de Tudela, madrugada del 10 de enero de 1191
-Berenguela, no puedes imaginar los cientos de veces que he pedido al cielo que el rey de Francia obligase de una vez a Ricardo a cumplir la palabra de matrimonio que dio a su hermana Aelis. Y ahora, tras cinco largos años de negociaciones, con esa bruja de Leonor de Aquitania aldragueando siempre a tu alrededor, dentro de unas horas te alejarás definitivamente de mí.
-Cuidado con lo que dices, Pedro, porque esa que tu llamas "bruja" es la madre de mi prometido. Sabías desde el principio que este momento llegaría. Una princesa de Navarra no tiene vida propia, su vida es solamente una pieza de ajedrez más en el tablero de la política universal. A mí me ha tocado en suerte sellar la alianza de mi padre con Inglaterra, y lo que yo piense, y sobre todo lo que yo sienta al respecto, carece de importancia.
Todo este tiempo hemos estado jugando con fuego, y debo reconocer que tú bastante más que yo, que a lo sumo hubiera acabado mis días encerrada en un convento si hubiesen descubierto que el capitán de la guardia real se había excedido en sus atribuciones...
-Escuchándote, se diría que para ti todo esto no ha sido más que un mero trámite burocrático...
-Sabes que no es cierto. Pero mañana, cuando comience a cruzar el puente sobre el Ebro, ya nada volverá a ser lo mismo para mí. Al llegar a la primera torre seguiré siendo la inconsciente infanta que tú conociste, pero cuando atraviese la tercera, seré ya para siempre la reina de Inglaterra. Es mejor que me vaya haciendo a la idea. ¿No crees?
-¿Pero no has oído lo que se dice de tu novio? Y no me refiero únicamente a la volubilidad de su carácter, o a la bárbara crueldad que muestra contra los vencidos, sino sobre todo a...
-¡No te diré otra vez que tengas cuidado con lo que hablas! Conozco todos esos rumores, incluido el que no te he dejado pronunciar en voz alta. Y te diré que, si acaso llego a confirmarlos algún triste día, lo tomaré como un castigo merecido que Dios me envía por nuestro común pecado, Pedro. Y no me importa: estoy muy segura de que podré vivir con ello.
-Pero aún hay tiempo, Berenguela. Todo el mundo duerme, podemos huir juntos...
-¿Huir? ¿A dónde? ¿No te das cuenta de que si escapamos, el prestigio de mi padre, y por extensión el de Navarra quedará destruido? Mi familia ha mantenido durante siglos el frágil equilibrio que permite que nuestro reino no haya sido aún engullido por sus poderosos vecinos. Pero si ahora desairase al rey de Inglaterra, éste consideraría con toda razón que no tenía ya sentido alguno mantener la alianza, y entonces Castilla y Aragón no tardarían en invadirnos a sangre y fuego. ¿Me pides que nos fuguemos y que cierre mis ojos para no ver las espadas cortando cabezas, y que tape mis oídos para no oír los gritos de las viudas? Me conoces demasiado bien para pensar que olvidaría de una manera tan lamentable mis obligaciones como princesa de Navarra. Pronto no seremos más que un recuerdo el uno para el otro. De nosotros dos depende que ese recuerdo sea agradable o doloroso...
-No me importa ningún reino de la tierra, ni siquiera el nuestro, si debo renunciar a ti por salvaguardarlo. ¿Crees acaso que Ricardo renunciaría al suyo por ti?
-No. Seguro que no lo haría. Por eso precisamente debo casarme con él: porque defiende a ultranza lo que estima que le pertenece, y no teniendo heredero legítimo mi hermano Sancho, muy probablemente considerará a Navarra también como suya, lo que mantendrá a raya a nuestros enemigos. Y ahora te ruego que me dejes descansar, mañana debo iniciar un largo viaje. ¿Vendrás a despedirme?
-¿Para qué? Está visto que un simple soldado no puede entender los designios diplomáticos de las cancillerías. Debe bastarle con obedecerlos ciegamente.
Y a la mañana siguiente con su padre el rey Sancho a su derecha, y su hermano el príncipe heredero a la izquierda, y con el resto de sus hermanos: Fernando, Blanca y Constanza guardándoles las espaldas, se pone en marcha la comitiva en cuanto se abre la puerta ferreña que clausura el castillo. Y recorren las principales rúas de Tudela para que todo el mundo pueda despedir a su princesa, y para que ella misma pueda ver por última vez el lugar donde ha nacido y vivido años tan felices. Y al llegar a la primera torre que custodia el puente, la familia real y el pueblo allá reunido se detienen para que sea Berenguela en solitario quien dé el paso hacia su nueva vida.
Y efectivamente, cuando atraviesa esa primera torre, a todos les parece que va más erguida sobre su caballo, y cuando pasa la segunda, que parece ya toda una reina, y cuando se dispone a superar la tercera, oye como desde el interior una voz que reconoce al instante le canta:
"En la Mar muchos corales,
y en la Tierra hay minas de oro,
y en la mar muchos corales.
Y entre la Tierra y la Mar,
No valen lo que tú vales..."
Y aunque dicen que las reinas no han de mostrar jamás sus emociones en público, los escoltas que la esperaban al otro lado del puente para llevarla a Aquitania, juraron luego a todo aquél que se lo preguntó que Berenguela, que no miró hacia atrás ni una sola vez, venía deshecha en llanto...
Dibujo nº 1: De Antonio Loperena, para el libro "La Tudela desconocida", de Luis María Marín Royo.
Dibujo nº 2: De Alberto Sola, para el libro "La Tudela desconocida", de Luis María Marín Royo.
© Mikel Zuza Viniegra, 2012