martes, 10 de enero de 2012
BACIO LA MANO
Ciudad de Palermo, Sicilia, enero de 1460
Acaba de amanecer cuando los guardias que custodian el portón del palacio real perciben a un jinete lanzado a toda velocidad que está subiendo la calle. Ya van a cruzar sus lanzas ante él, cuando, bajando su capucha, descubren sorprendidos que es el príncipe de Viana quien les reclama paso libre. Su caballo viene tan sudado que resulta evidente que la carrera ha sido larga, y efectivamente, en cuanto don Carlos desmonta, el pobre animal se desploma reventado en medio del patio.
-Alteza, me teníais muy preocupado. Conviene que en palacio estemos siempre informados de vuestro paradero...
-De mis actividades diurnas siempre os doy buena nota, don Galcerán, dejadme al menos disfrutar de las nocturnas en completa libertad.
-Tengo muy presente vuestra prosapia regia, don Carlos, pero permitidme reiteraros una vez más que no estáis en Navarra, sino en Sicilia, y que son las costumbres de esta tierra muy diferentes a áquellas a las que estábais naturalmente habituado.
-El amor es igual en cualquier lugar del mundo.
-El amor puede ser, alteza, pero las aventuras galantes a las que os entregáis cada noche no acrecientan precisamente el número de vuestros partidarios, pues hay ya demasiados padres, hermanos o maridos que se consideran damnificados por vuestra remarcable pasión por las mujeres sicilianas...
-Ellas no parecen quejarse. Y si alguna acaba engendrando un hijo de príncipe, gracias podrán dar al Cielo por semejante honor, y desde ahora tienen mi permiso para usar el apellido Navarra como timbre de gloria que ha de perdurar en esta isla por los siglos de los siglos...
-Veo que no puedo haceros entender lo equivocado de vuestro proceder, y tan sólo espero que no hayáis de lamentarlo muy pronto. Decidme al menos dónde habéis pasado esta noche...
-En el lecho de una bellísima doncella de piel y cabello tan brunos como el resto de sus congéneres de esta ínsula. Constanza se llamaba, y lo que me parece más difícil es recordar el nombre de su villa. Esperad, era algo parecido al de uno de los lugares que componen mi principado. Corellone. Sí, eso es: Corellone.
-¿No querréis decir Corleone?
-Sí, podría ser. Ya sabéis que no termino de dominar estos nombres italianos. ¿Pero por qué se ha demudado tan repentinamente la color de vuestro rostro?
-¿Recordáis el apellido de la muchacha?
-Sí, algo así como "Andolini".
-¡Madre mía! ¿La hija de don Vito Andolini?
-¡Sí, y ese bellaco se atrevió a afearme mi conducta, y hasta pretendía que me casara con su hija allí mismo! Claro que ya llevó lo suyo...
-¿Qué le habéis hecho?
-Como no atendía a razones, y además no paraba de lanzar terribles improperios en su incomprensible dialecto, ordené a mi escolta ahorcarle en un árbol cercano. Un príncipe no tiene por qué aguantar los insultos de ningún villano. Pero aún así tuvo suerte de que las ramas de estas latitudes sean mucho más febles que las de los robles de Navarra, de tal forma que se quebró aquella de la que pendía y cayó con mucho estrépito al suelo. Le quedará para siempre como recuerdo la soga marcada en su cuello. Y precisamente el brutal abrazo de esa cuerda, le ha dejado también un tono de voz gutural, muy adecuado a personaje tan insolente, que aún cuando me acerqué para perdonarle la vida, tuvo la osadía de darme un beso, y no en cualquier parte, sino en mi boca. Y mientras lo hacía me decía: "Carlos, me destrozaste el corazón." ¿Pero qué os ocurre, don Galcerán, por qué os mesáis los cabellos de esa manera tan inusitada?
-¿Pero no comprendéis lo que habéis hecho, insensato? Mirad que os lo advertí, pero resulta claro que vuestra fama de juicioso se diluye cuando la sangre se os concentra por debajo de la cintura. Id inmediatamente a recoger todo lo que queráis conservar que quepa en las alforjas de un caballo. Os aseguro que si no abandonáis Sicilia cuanto antes, la corona de Navarra se quedará sin más heredero que los muy numerosos que habéis ido sembrando por estos valles.
-¿Habéis enloquecido? Soy el príncipe de Viana y de Gerona, primogénito de Navarra y de Aragón. ¿Por qué debería tener miedo de las amenazas de un patán siciliano?
-Porque ese al que vos consideráis un patán, habrá dado ya a estas horas orden de acabar con vuestra vida, y porque hay diez veces más sicilianos a sus órdenes que a las nuestras. Y apartáos ahora mismo de las ventanas, que sus partidarios siempre tienen buena puntería...
-¿Y ese mensaje que acaba de llegar?
-Lo que suponía. Desgraciadamente es para vos, alteza. Y viene firmado por don Vito. Os lo leeré mientras preparáis todo para partir:
-“Vinísteis a Corleone como un ladrón. Exigiendo sin ningún respeto, no como un amigo. Ni siquiera me llamásteis padrino. Y os digo que la amistad lo es todo. La amistad vale más que el talento. Vale más que el gobierno. La amistad vale casi tanto como la familia...
Si hubiéseis mantenido mi amistad, los que os maltrataron lo habrían pagado con creces. Porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos, y a ese acaban temiéndole...
Pero ahora os hare una oferta que no podréis rechazar..."
-¡Lo haré ahorcar otra vez, y en esta ocasión me aseguraré de que la rama no se rompa!
-De lo único que tenéis que aseguraros es de vestir la armadura más templada con la que contéis. El puerto queda cerca de palacio, pero por el camino han de llovernos flechas, estoy convencido...
-¡Cuando sea rey prometo que volveré a limpiar de chusma esta condenada isla!
-¡Huy, dicen que llevan intentando hacerlo desde tiempos de los emperadores romanos, y ni bárbaros, ni moros, ni normandos, ni franceses ni ahora los aragoneses han conseguido avance alguno al respecto! Si salís hoy con vida de Palermo, os recomiendo que no volváis nunca aquí ni siquiera para heredar. Y bajad ya la celada de vuestro yelmo, que no les resulte fácil acertaros...
-Oh, mirad ahí delante, don Galcerán. Qué hermosa procesión sube por esa calle. Hay que reconocer que estos sicilianos saben organizar estas cosas. Y mirad cómo levantan todos esos frailes a la vez sus cruces...
-¡No son cruces, destalentado príncipe, sino ballestas! Galopad como el demonio, pues sólo él puede sacarnos con bien de este laberinto.
-Aquí, detrás de este enorme tonel estaremos a salvo. Qué curioso, esos otros frailes están acercando sus cirios al suelo. Y saltan muchas chispas cuando lo hacen. Hasta parece que siguen un camino concreto...
-¡Pues claro que lo siguen, calamidad, como que esta cuba detrás de la que nos hemos refugiado está llena de pólvora! ¡Corred, o quedará de nosotros menos de lo que quedó del obispo San Zenith de Dalmacia, al que los paganos obligaron a pasar por un rallador de queso!
-¡Qué tremenda explosión ha resonado detrás nuestro!¡Pero ahí está ya el puerto, puedo ver a las tejedoras de redes con sus largas agujas!
-¡Será mejor que os quitéis el casco, alteza, porque sin duda os está impidiendo ver bien todos los peligros que nos rodean! ¡No son tejedoras, ni llevan agujas, sino afiladísimos cuchillos, pues son el mayor grupo de degolladores que don Vito haya podido reunir! Pero ya que hablábais de redes, ¡coged ese extremo, yo agarraré el otro, y cuando este bien tensa arrojémosla sobre esa turba que viene hacia nosotros! Luego corred con todo vuestro ánimo y subid a la galera real. Es nuestra única esperanza...
-¡Bien pensado, don Galcerán! ¡Todo ha salido bien y ya nos alejamos de ese maldito lugar!
-No sé qué deciros, alteza. En aquella torre parece que brilla algo...
-Serán las campanas, que repican por nuestra marcha...
-¿Qué campanas? Es una forma alargada. ¡Es un cañón! ¡Al suelo!
-¡Malditos bellacos, casi nos aciertan! ¡Os arrancaré la piel a tiras, haré que viertan vinagre y sal sobre vuestras heridas, y después os arrojaré a todos al Etna para que os friáis en vuestra propia sangre!
-He de reconoer que imaginación para el mal no os falta, alteza. ¿Y cuándo pensáis hacerles todo eso?
-¡Cuando sea rey! ¡Ya lo veréis, ya...!
http://www.youtube.com/watch?v=JCOaI06zAvg&feature=related
© Mikel Zuza Viniegra, 2012