Viana, 11 de marzo de 1507
Está la taberna más concurrida que otras noches, que afuera ruge con fuerza la tempestad. Y en el salón, apenas iluminado por la oscilante luz de los candiles, todos se arraciman alrededor de Martín, que como en otras muchas ocasiones, les habla de lugares y personajes que jamás han visto y que probablemente nunca verán. Lo cierto es que la mayor parte de las veces, ni siquiera el propio contador de historias ha visto lo que les describe, aunque le sobre valor para imaginárselo...
-Dicen que César Borgia, ese caballero misterioso siempre vestido de negro que lleva cerca de un mes sin salir del campamento, violó a más de cincuentas doncellas, mató a quince cardenales e incendió treinta aldeas allá en Italia, donde todos le consideraban el Anticristo. El rey de Castilla lo encerró en el castillo de Medina, pero pactó con el demonio para escapar y refugiarse en Navarra, pues es cuñado de nuestro rey Juan...
-Cuidado con lo que decís, Martín. César es el capitán general del ejército real, y tiene espías en cada rincón de esta villa. El castillo se le resiste por el empecinamiento de los beaumonteses en no rendirse, así que cualquiera que le insulte podría ser considerado un traidor al soberano...
-No se falta cuando se dice la verdad.
-Juan, capítulo 18, versículo 38: "¿Y qué es la verdad?, preguntó Poncio Pilatos al Nazareno..."
Todos se volvieron hacia el lugar de donde había brotado aquella voz cavernosa. En el rincón más oscuro de la bodega, con una vela a su espalda, impidiendo que su cara pudiera observarse, un hombre embozado en una capa negra tamborileaba con sus dedos sobre la mugrienta mesa. Volvió a repetir su pregunta:
-¿Y qué es la verdad?
-Un clérigo no debería andar en la taberna a estas horas, -se atrevió a responder Martín.
-Vuestros escrúpulos eclesiásticos están a salvo, majadero. Ya no soy clérigo, aunque recuerdo las escrituras mejor que muchos de los que profesan religión. Pero veo que nadie sabe calmar mi curiosidad, así que me veré obligado a satisfacerla yo mismo. Sí, yo os diré qué es la verdad.
Y la verdad es que el Borgia ha ordenado que a todo aquel que sea encontrado en las tabernas al cumplirse la medianoche sea degollado. Dice que donde hacen falta cuantos más hombres mejor, es ante las murallas y no ante las botellas. Han sonado los cuartos hace un rato en Santa María, pronto entrarán sus tropas en este antro y convertirán el vino en sangre, milagro éste muy digno del Anticristo, según pienso...
Se produjo entonces una auténtica estampida de sobrios y de borrachos, intentando cada uno de ellos ser el primero en alcanzar la puerta de aquél cuchitril, hasta que en su interior sólo quedaron Martín y el misterioso lanzador de advertencias que, con un gesto de su enguantada mano, le pidió que se aproximara a su mesa...
-No sé quien sois, señor, pero si os envía don César para vigilar lo que se dice de él en el campamento, sabed que nada de lo que he dicho sobre él es muy distinto de lo que de él comentan en Castilla, Aragón, Francia o Italia.
-Tranquilizáos. Lo sé perfectamente, y no tenéis nada que temer por mi parte -dijo mientras encendía otra vela que, al iluminarle de frente, mostró su rostro cubierto por una máscara-. Y no os sorprenda este atuendo mío, que en mi vida el carnaval nunca termina...
-¿Pero quién sois vos?
-Te basta con saber que soy quien puede confirmar si lo que has dicho del Borgia es cierto o falso. Decías que forzó a cincuenta doncellas... Mentira, jamás hubo tantas vírgenes en Roma. Que mató a quince cardenales... Otro embuste más, que más del doble fueron a reunirse con el Creador gracias a César. Y decías que incendió treinta aldeas, ¿verdad? Pues eso también es una invención vuestra, porque no fueron aldeas, como las míserables que salpican este reino, sino ciudades amuralladas, bellas como las cortesanas florentinas, tan hermosas que tú no puedes ni soñarlas. Sí, todo eso hizo el Borgia, y sin necesidad de arrepentirse por ello, pues su padre, el representante de Cristo en la Tierra, le absolvió siempre de su culpa. Y eso fue así porque sus enemigos no eran mejores que él, muchos hasta le aventajaron en perversiones y malevolencia, pero nunca, jamás, lo hicieron en astucia...
¿Te santiguas, mi supersticioso amigo? ¿Crees que a César puede conjurársele, como a la terrible tormenta que azota este erial fronterizo? Deja que me ría, pobre imbécil: los mejores artistas del mundo, los que pintan y esculpen figuras que, de puro perfectas, parecen vivas, tomaron como modelo las facciones de César para representar a Nuestro Señor. Así que cada vez que te arrodilles ante un crucifijo, que contemples un retablo o que reces ante una Santa Faz, te estarás condenando, pues según lo que antes has dicho, Borgia es el Anticristo, aunque yo te diga que su hermosura inspiró a tantos hombres de talento.
Ahora no queda nada ya de todo eso. El mal que en Francia llaman "español", en Italia "francés" y en España "italiano", ha deformado de tal manera su rostro, que se avergüenza de enseñarlo y prefiere llevarlo siempre cubierto....
-¿Cómo vos, señor?
-Sí, justamente igual que yo. Y tampoco es verdad que pactara con el Diablo para huir del Castillo de Medina. Tan sólo lo hizo con el rey Juan de Labrit, y por eso ahora está aquí, en Navarra. Reino que, a quien que desfiló en triunfo por la Via Apia, no puede dejar de parecerle más que el esquinazo donde las arañas tejen su tela para atrapar a su presa. Y yo soy esa presa, lo sé bien. Porque sé bien qué es lo que busco...
Apuró el enmascarado la jarra de vino aguado que sostenía con su mano derecha, mientras con la izquierda desataba un tanto la gorguera de su jubón, lo suficiente como para dejar ver la camisa, de debajo de la cual extrajo un precioso medallón de plata y esmaltes que puso frente a los ojos de Martín.
-¿Te gusta? Fue realizado por uno de los mejores orfebres de Ferrara, que es como decir uno de los mejores de Italia. Hacía juego con unos pendientes de la misma forma y diseño, pero como ya nunca más he de ver a aquella que, al girar graciosamente su semblante, los hacía tintinear con la misma armonía con la que resuenan los coros de los ángeles, éste será el último regalo que hará el Borgia.
Un charlatán de taberna como tú, tendrá seguro un amor en algún rincón de este andrajoso lugar que es Navarra. No hace falta que me contestes, rufián, ni tengas miedo de que que yo pretenda arrebatártela. Ya no. Además, no he visto en los tres meses que llevo en este infierno ni una sola mujer que mereciera que volviese mi cabeza para admirarla...
Pero cuando le entregues esta joya, y reluzca en su pecho, y le cuentes que perteneció a César Borgia, e inventes las más fantásticas y calumniosas historias sobre mí para impresionarla, recuerda bien su simbolismo, pues tiene la forma de una caracola, que indica que por muchos mares que tenga que cruzar, nunca serán suficientes como para olvidar a quien os digo que posee los pendientes a juego; y el camino de cobre que serpentea en su interior formando un intrincado laberinto, significa que no hay vereda tan tortuosa como para impedirme volver a su lado; y los pequeños trozos de esmalte que adornan la pieza son de tres tonalidades: amarillo suave, como los trigales maduros de la Romaña y como los pergaminos firmados por mi padre el Papa, con los que legitimaba todos mis actos, hasta los más innobles. Y hay también fragmentos de color violeta, como los lirios del valle que ni el rey Salomón en toda su gloria podía igualar, y como el vestido que ella llevaba la última vez que la vi; y tiene también pequeñas y brillantes gotas rojas, como de sangre, porque toda la que derramé es la que me aleja ahora de ella para siempre. Recoge el medallón y haz feliz a quien ames, que nada más sacarás de este mundo, mi exagerado amigo. Y márchate ya, que donde yo voy no necesito compañía...
Poco antes del amanecer, vieron salir del campamento a César Borgia. Llevaba puesta su mejor armadura, la de hechura milanesa, aquella que en su peto traía grabada la divisa: "Aut Cesar", y en su espaldar: "Aut Nihil". Salió al galope, solo, con los relámpagos reflejándose en el metal que le cubría de la cabeza a los pies. Tan brillante, joven y fugaz como un cometa.
Sólamente llevaba consigo su espada y el estandarte del rey, pues era al fin y al cabo el Capitán General de los ejércitos navarros. Pero cuando trajeron su cuerpo de vuelta al Real, sobre el mismo honorífico pavés que se empleaba para alzar a los reyes de esta tierra, como a guerrero tan principal correspondía, ni siquiera eso le habían dejado encima sus asesinos.
Dicen que se lanzó contra una docena de ellos, y que antes de recibir la primera herida, fue capaz aún de matar a cuatro de ellos. Si lo hizo por hartura, por sentirse definitivamente derrotado o porque simplemente pensó que era capaz de vencerlos a todos, se llevó la explicación a la tumba...
El caso es que toda Viana pasó ante su cádaver, y pudo entonces ver Michelet que César tenía razón, pues con apenas un paño blanco cubriéndole la cintura, era talmente idéntico al Nazareno, y que hasta la lanzada mortal asestada por los fementidos traidores Garcés de Agreda y Pedro de Allo, le había entrado por el mismo costado que a Nuestro Señor.
Ordenó el buen rey Juan de Labrit que se hiciera un suntuoso sepulcro para su cuñado en Santa María, y oró ante él pidiendo que por fin aquél a quien todo el mundo temía, hubiese encontrado el reposo eterno.
Su medallón acabó, como él mismo había pronosticado, en el pecho de una dama navarra que, a pesar de su juicio tan severo sobre las nativas de este reino, hubiera seguro encantado al Borgia de haberla podido conocer, cosa que Martín agradece vivamente a los cielos que no llegase a ocurrir, pues era aquel caballero, aunque cruel y despiadado, fascinante y arrollador.
Y hasta hay quien dice que viajó el contador de historias a Ferrara para recuperar los famosos pendientes de los que César le había hablado, y así poder ofrecérselos también a la nueva dueña del medallón, pues era muy cumplidor don Martín.
Pero esa ya es otra historia...
© Mikel Zuza Viniegra, 2010