Majestad Cristianísima: en cuanto a la respuesta que esperáis a la cuestión que me propuso vuestro canciller sobre la imposibiliad de documentar ni una sola vez que los reyes de Navarra hubiesen bailado en público, tras arduos esfuerzos por mi parte he de confesaros que, tras revisar todos los Archivos que del Royaume de Navarre se conservan a este lado de los Pirineos, sólo he sido capaz de hallar un ejemplo que creo que podréis utilizar para vuestro propósito, que según tengo entendido no es otro que el de sorprender a toda vuestra Corte con un baile orquestado por el maestro Lully.
Al contrario que en el caso de los Reyes de Francia, que ya desde vuestro augusto antepasado Carlomagno es notorio que gustaban de danzar ante sus familiares y amigos, los de Navarra siempre se mostraron reacios a hacerlo, puede que influidos por una idea mal entendida de la realeza como muestra de inamovible seriedad. Por eso me ha costado tanto hallar la prueba escrita que creo sin duda que desactivará los reparos de vuestro ya mentado -y si me lo permitís, también adusto- canciller, a que mostréis vuestra gracia y donaire sobre un escenario.
Sí, porque puesto que él argumentaba precisamente que por vuestra doble condición de rey de Francia y de Navarra, no sería adecuado que olvidárais que éstos no bailaron jamás, por mucho que aquellos sí lo hicieran tan frecuentemente, ahora podréis rebatirle con fundamento, pues según una crónica fechada en el año 1194, el rey Sancho, apodado el Fuerte por su tremenda estatura, bailó un buen rato ante las murallas de Loches, ciudad gascona que estaba sitiando. Sorprendéos de tal actitud conmigo, Majestad, e imaginad qué efecto haríais vos mismo si escogiéseis como salón de baile el sitio de Arrás, por ejemplo. Mas si queréis hacer gala de honrar a vuestro antepasado, podríais replicar, como voy a contaros, la extraordinaria hazaña del citado don Sancho. séptimo de su nombre.
Asegura la crónica que la ciudad resistía los embates de los sitiadores desde hacía al menos tres semanas, y que por tanto el tedio y la abulia más acusadas empezaban a adueñarse del campamento de don Sancho, quien, por la penuria de entretenimientos de aquellos tiempos, no hacía más que comer y beber con la abundancia que se espera de un gigante. En una de aquellas interminables cenas, uno de sus aliados ingleses, vasallo por tanto de su cuñado Ricardo Corazón de León, cometió la imprudencia de alardear del valor que su rey había demostrado una vez, cuando sitiando el castillo de Troisfontaines, había descendido de su caballo y había dado no uno ni dos, sino hasta tres pasos de baile bajo las almenas donde sus enemigos se encontraban. "¿Habría alguien más valiente que Ricardo en todo el mundo?" -exclamó el inglés-, y con ello demostró no conocer en absoluto el carácter de los navarros, que entendieron su impertinente pregunta de la siguiente manera, muy habitual en aquel reino: "¿A qué no hay dídimos de atreverse a bailar ante las murallas de Loches?".
Indudablemente el rey don Sancho así lo entendió, así que esa misma noche se plantó ante las murallas donde los súbditos del conde de Tolosa se hallaban encerrados y, despojándose de la cota de malla que lo cubría de pies a cabeza, se colocó la corona más grande que tenía sobre las sienes, y quedando cubierto por un simple brial donde relucían las armas de Navarra (de ahí que más adelante a la ropa interior masculina se la denominase "Abanderado"), se puso a ejecutar no uno, ni dos, ni tres, sino toda una panoplia de pasos de baile durante más de media hora, lo cual provocó -naturalmente- la rabiosa furia de los cercados.
Entended que don Sancho no se movía con la facilidad que lo hacéis vos, Sire, porque como os dije, medía lo que miden dos hombres puestos uno sobre los hombros del otro, así que eran sus movimientos talmente los de un haya cuando cae al ser talada desde la base: se inclinaba mucho hacia delante, después hacía atrás, pero sin arquear la espalda ni despegar los brazos del cuerpo ni una sola pulgada. Y cuando se cansaba de repetir la misma melopea, daba vueltas y más vueltas sobre sí mismo, como la rueda de un gigantesco molino. Autores hay que defienden que las danzas de Gigantes a las que tan aficionados son todavía en aquel reino en cuantas fiestas se celebran, vienen precisamente de este asombroso acontecimiento protagonizado por don Sancho, aunque dejo a los que son más eruditos que yo demostrar si esto puede ser o no ser cierto...
A todo esto, sus enemigos no cesaban de lanzarle mientras tanto todo tipo de saetas, virotes y cuadrillos, y la crónica asegura (y no hay por qué dudar de ella en este punto) que no le acertaron ni una sola vez. Cuando creyó que ya era bastante, volvió a subirse a su caballo y se alejó en busca del inglés que tanto había ponderado el valor de su cuñado. Así le habló cuando lo tuvo delante: "¡Ved que vuestro rey bailó tres pasos, y yo he danzado al menos mil trescientos!".
Así pues, Majestad, con esta prueba de valor de vuestro antepasado don Sancho, no debéis albergar ya ninguna duda sobre vuestra facultad para epatar a toda la Corte de Francia con vuestra habilidad para la danza mañana mismo si así os place. Y si alguna vez giráis visita a vuestro otro reino, allá en Navarra, no dudéis que vuestros súbditos, celosos de su independencia y conocedores de su propia Historia, han de contar vuestros pasos para ver si dais más de mil trescientos, porque si sois Luis XIV para los franceses, sois tambien Luis III para los navarros.
Vuestro humilde servidor: Arnaud de Oihenart, Historiador y Poeta.
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2019