El
príncipe Carlos nos recibe hoy, 29 de mayo de 1461, en su cámara privada del
Palau Reial de Barcelona. Su semblante es pálido, como corresponde a un
convaleciente. Está rodeado por docenas de libros, y sobre la mesa lateral hay
por lo menos otros diez más abiertos, destacando entre todos ellos, sobre un atril,
el Breviario de San Luis de Francia, el libro que un ángel le bajó del cielo
cuando aquel rey –antepasado del propio Carlos- estaba prisionero de los
sarracenos en Egipto. La pared del fondo tras el sillón donde el príncipe descansa,
está cubierta por un lujoso tapiz con las divisas de los reyes de Navarra: las
guirnaldas de hojas de castaño, los triples lazos y los lebreles blancos. Una
estantería baja aparece repleta de objetos: pequeños ajedreces tallados del
tamaño de una nuez, cuernos de unicornio, el collar de la orden de Bonefoy, una
estatua de marfil que representa al propio primogénito de Navarra y Aragón…
Príncipe
de Viana: Pasad, pasad. Acomodaos donde podáis. Disculpad el desorden, pero
tengo la mala costumbre de leer varios libros a la vez, y me gusta tenerlos siempre a mi alrededor. Me tranquiliza pasar mis manos sobre ellos, más todavía ahora,
que desde que mi madrastra me liberó de mi infecta prisión en el castillo de Morella,
no termino de recuperarme del todo. En cualquier caso, recordad que si he
accedido a que me cuestionéis sobre mi vida ha sido a cambio de un pequeño
favor que al final de nuestra reunión os explicaré…
Mikel Zuza:
No hay nada por lo que tenga que disculparos, alteza, que yo también tengo
muchos libros empezados sobre mi mesilla. En cuanto a ese secreto “favor”,
sabré agradecer que me hayáis concedido esta exclusiva.
P de V:
¿Luego amáis también los libros? Me place, seguro que nos llevaremos bien vos y
yo.... Pero comenzad ya con vuestra entrevista, por favor, que me encuentro
algo cansado…
M. Z:
La primera pregunta no puede ser otra que vuestra opinión sobre la complicada
situación que ahora mismo se está dando en Cataluña, donde habéis sido nombrado
lugarteniente perpetuo por los consellers de la Generalitat.
P. de
V: Agradezco al pueblo catalán que me haya acogido durante este último año.
Confieso, en honor a la verdad, que hasta ese momento no sabía yo gran cosa
sobre este reino, absorbido como he estado durante tanto tiempo por mis
problemas para ser reconocido como rey de Navarra por mi padre. Pero ahora que
he tenido la suerte de vivir en Cataluña, creo compartir sus justas
reivindicaciones.
M. Z:
Precisamente dados vuestros antecedentes, ¿creéis que en Cataluña el rey don
Juan cederá en todas aquellas cuestiones que, aún referidas a Navarra, no ha querido
tratar con vos durante casi veinte años?
P. de
V: Mi padre siempre ha sido para mí un enigma dentro de un misterio. El enigma
es por qué se ha negado siempre a cederme la corona de mis antepasados. El
misterio es por qué le importa tan poco el reino de Navarra. Llevo cinco años
ya fuera de mi casa, que está y ha estado siempre en Olite. Mi padre se niega a
dejarme volver a Navarra, tiene miedo de que pueda volver a alzarme contra él.
En realidad, ese es el problema: a pesar de su inmenso poder, mi padre es un
hombre que siempre tiene miedo, y transmite ese horrible sentimiento a todo lo
que le rodea. Y del miedo al odio sólo va un paso. No hemos llegado a
conocernos nunca él y yo, supongo que también por mi culpa. Lo malo es que
nuestras discrepancias personales han acabado afectando a muchos inocentes. Eso es lo peor
de todo.
M. Z: Y
vos, príncipe: ¿tenéis miedo?
P. de
V: Pues claro que sí, como cualquier hombre normal. Tengo miedo a defraudar las
expectativas que mucha gente ha puesto en mí. Muchos de mis partidarios lo han
perdido todo –incluso la vida- por seguir mi causa. Muy mala persona tendría
que ser yo si eso me dejase dormir sin remordimientos.
M. Z:
Perdonad que me atreva a preguntároslo, alteza, pero las calles de Barcelona
bullen con el rumor de que vais a legitimar a vuestro hijo Felipe casándoos por
fin con doña Brianda…
P. de
V: Mi vida personal sólo me pertenece a mí. Hablemos de política todo lo que
queráis, pero dejad a mi familia al margen. Creo que con esto respondo también
a vuestra impertinente pregunta, pero por si acaso aclararé que nunca –reitero-
nunca, traspasaré la pesada carga que he soportado yo durante todo este tiempo
a un pobre niño de cinco años. Conozco demasiado bien a las facciones que me
rodean como para no saber que lo despedazarían en pocos meses. Que viva su vida
lo mejor que sepa o le dejen, no habrá mayor regalo que yo pueda hacerle.
M. Z:
Disculpad que insista, pero esas mismas voces dicen que vuestra enfermedad no
tiene cura, así que, si actuáis de esa manera, vuestro partido quedara
descabezado cuando… Cuando…
P. de
V: ¿Cuándo yo muera? Sed osado, y no os preocupe mentarme a la parca. Según el
día, la veo más como un descanso largamente anhelado que como una interrupción.
He dado lo mejor de mí para defender mis derechos, siempre con menos medios que
mi padre, así que ahora no tengo miedo a enfrentarme al Creador. Quiero
preguntarle yo también por qué ha permitido que me ocurrieran ciertas cosas…
M. Z:
Decís que habéis dado lo mejor de vos, pero… ¿ha sido siempre así? ¿Qué teneéis
que decir a quienes os acusan de no haber tratado demasiado bien a vuestra
esposa, la princesa Agnes de Kleves? ¿Qué quizás amabais más a otra…?
El
príncipe se revuelve en su sillón, y claramente enojado, argumenta:
P. de
V: ¡Ya os he dicho que mi vida privada es sólo mía! Si ocurrió algo malo o no
entre Agnes y yo, es algo que sólo a nosotros dos incumbía, y ella murió hace
ya trece años. Pero si eso satisface a vuestros lectores, aseguro que no hubo
ninguna otra mujer mientras ella vivió y que, actuando de forma tan respetuosa con
mi matrimonio, quién sabe la fama que me gané teniendo en cuenta que mi padre,
por ejemplo, me dio cuatro o cinco (ni él mismo se acuerda) hermanos bastardos
mientras estaba casado con mi madre –de gloriosa memoria- la reina propietaria
doña Blanca de Navarra.
M. Z:
Cambiemos pues de tema: ¿cómo recordáis a vuestra madre?
P. de
V: Con cariño y con añoranza. Fue una gran madre, y le agradezco la educación
que me dio, dirigida exclusivamente a hacerme amar Navarra, y a llegar a ser el mejor rey
que esa tierra hubiera tenido nunca.
M. Z:
¿A pesar de su controvertido testamento, en el que directamente os ordenaba no
tomar la Corona
de Navarra sin el consentimiento de vuestro padre?
P. de
V: Incluso a pesar de ello. Tengo fundadas sospechas de que esa malhadada
cláusula no le fuera impuesta por mi padre, aunque no pueda yo probarlo. Lo que
si puedo mantener públicamente es que cuando la reina se sintió morir, dos años
más tarde, me envió una carta en la que me decía que me olvidara de su
testamento y me alzara rey. Fui demasiado confiado, y reenvié ese documento a
mi padre, quien, sin dejarlo hacer público, lo rasgó en mil pedazos…
Un momento de la animada conversación entre el príncipe de Viana y Mikel Zuza, miniado por Guillem de Hugoniet. |
M. Z:
Eso me lleva a una de las principales acusaciones que vuestros adversarios os
hacen: que sois demasiado bueno, que no se puede medrar en política con vuestra
forma de ser.
P. de
V: ¿Y qué quieren todos esos? ¿Qué sea igual de malo que ellos? Debieran estar
contentos de que un gobernante intentara ser bueno –conseguirlo ya es otro
asunto-, y no de que fuera tan malo o peor que muchos de los que ya han tenido
que sufrir. Pero este mundo está loco, y parece marchar siempre del revés. ¿Habéis
leído a Aristóteles? Pues una vez dijo que es muy santa cosa preferir la
verdad al honor. Yo he intentado atenerme siempre a esa norma de conducta.
M. Z:
Me recuerda al lema personal de Miguel de Unamuno: “La verdad antes que la paz”.
P. de
V: No lo conozco, ¿quién es ese tal Unamuno?
M. Z:
Alguien que se enfrentó a los tiranos.
P. de
V: Pues entonces tenemos mucho que ver él y yo.
M. Z:
Reconocedme, sin embargo, que vuestro padre parece mostrar más cintura política
que vos…
P. de
V: Por supuesto que no os lo reconozco. Mi padre lleva combatiendo en distintos
escenarios, sobre todo en Castilla, desde que tenía 15 años. Ahora tiene más de
60 y sigue igual: llevando la guerra, el hambre, la ruina y la pobreza a todos
los territorios que han tenido la desgracia de cruzarse en su camino. Si la
pregunta es si me gustaría ser igual que él, y convertirme en otro Quinto
Jinete del Apocalipsis, mi respuesta es bien rotunda: ¡Nunca jamás!
M. Z: Y
no creéis que pensar así os ha acarreado quizás demasiados males?
P. de V:
Por supuesto: el peor de todos es el exilio. He conocido tierras muy hermosas,
llenas de sabios y de cosas bellísimas, pero ni un solo día he dejado de
anhelar mi retorno a Navarra. Luego está el asunto de mi quebrantada salud, que
yo achaco a…
M. Z: Perdonad
que os interrumpa, ¿Qué achacáis quizás a algún veneno?
P. de
V: Veo que habéis hecho bien vuestros deberes... Sí, siempre he tenido miedo de
ser envenenado. Quizás no por mi propio padre, aunque lo considere muy capaz,
sino por alguno de los muchos ambiciosos que le rodean. Y los peores de todos
ellos son los dos hermanos Peralta, mosén Pierres y mosén Luis; pero sobre todo
el almirante de Castilla, don Fadrique, el padre de la segunda mujer de mi
padre. Hasta que sus nietos no se queden con la herencia de los nietos de mi
señor abuelo, el rey don Carlos III el Noble, no cejará en su empeño…
M. Z:
Esa es sin duda una acusación muy grave, alteza…
P. de
V: Grave pero cierta. La he sostenido yo de muchas maneras a lo largo de estos
años de tribulaciones. Hasta recuerdo que hice una obra de teatro, una noche,
en el palacio de Tafalla, para ofenderle. ¡Dios, qué bien lo pasé aquella noche
al echarle en cara unas cuantas verdades!
M. Z:
Pero no habéis terminado de contarme el asunto del veneno…
P. de V:
¿Y qué queréis que os diga sobre ese particular? Si lo han hecho ya, no tengo
yo remedio, pero lo cierto es que los embajadores del rey Enrique de Castilla
(mi excuñado, otro que además de repudiar a mi hermana Blanca, sólo me ayudó
cuando mejor le pareció) me advirtieron hace sólo unos meses de que mi padre no
me permitiría casarme con Isabel de Castilla, como es mi deseo, porque la tiene
reservada para mi hermanastro Fernando; que jamás me dejará reinar en Navarra
ni me reconocerá la primogenitura aragonesa, porque quiere que “sólo haya un
rey en toda España” y que ese sea el ya mencionado Fernando; y sobre todo me
advirtieron de que tuviera mucho cuidado, porque para conseguir ese supremo
objetivo, pensaban envenenarme, pues yo soy el único obstáculo que se les
opone.
M. Z:
¿Y dais créditos a esos embajadores?
P. de
V: ¿Y vos, les dais crédito vos, que parecéis tan bien informado?
M. Z:
…. No sé bien qué deciros, alteza. Yo…
P. de
V: Tenéis razón: hay poco que añadir... Una última pregunta, por favor, comienzo
a sentirme indispuesto.
M. Z:
¿Qué os gustaría que pensaran de vos las generaciones futuras?
P. de
V: ¿Y qué me puede importar a mí su juicio? Decidles lo que acabo de contaros:
que lo hice lo mejor que supe. Quizás no han llegado los tiempos en que el
Gobierno haya de ponerse en manos de las buenas personas o al menos de las que
crean un poco en la Justicia. Quizás
sea en vuestro tiempo cuando tal cosa pueda al fin alcanzarse. Quizás hubiera
sido mejor para todos que yo me hubiera conformado con seguir leyendo libro
tras libro en el terrado del palacio de Olite, sin tomar la espada contra mi
padre, aunque no sea yo precisamente de los que creen que las armas y las letras son como el
aceite y el agua. Pero sí que nunca quise que nadie sufriera daño por mi culpa o
en mi nombre. Quizás me gustaría que ese fuera mi epitafio, aunque sé bien que
mi siempre misericordioso padre no me dejará volver a Navarra ni muerto. Es
igual: yo soy Navarra, y donde yo vaya, Navarra irá conmigo.
M. Z:
¿Y el favor que me habéis solicitado para concederme esta entrevista?
P. de
V: Ah, sí: ahora soy yo quien quiere haceros unas cuantas preguntas…
M. Z:
Esto no es muy habitual…
P. de
V: Frecuente o no, os negaré el permiso para publicar todo lo que os acabo de decir
si no cumplís esta condición. Pero tenéis que decir estrictamente la verdad.
M. Z:
Entonces, adelante…
P. de
V: Confesad que más de una vez habéis soñado con ocupar mi lugar…
M. Z:
Apenas recuerdo lo que sueño, así que podría ser. En cualquier caso, si me
hubiera gustado ser vos, hubiese sido siempre antes del año 1451. Después,
vuestra vida ya fue un cantar mucho más triste…
P. de
V: ¿Estáis diciendo que me habríais abandonado a partir de esa fecha? No os
creo.
M. Z:
No, probablemente no lo hubiera hecho, me encantan las causas perdidas. Decía
Borges que son las únicas que merecen ser defendidas por un caballero.
P. de
V: ¿Y quién es ese Borges? Seguro que alguien que jamás tuvo que defender sus
derechos en una batalla campal…
M. Z:
Es otro escritor, alteza.
P. de
V: Ah, yo también soy escritor. ¿Habéis leído mi Crónica de los Reyes de
Navarra? Sí, claro que la habéis leído… Sé que habéis escrito vos mismo un
libro sobre mí. Basado nada menos que en las acusaciones que tuvieron la osadía
de hacerme mis enemigos mortales, los Peralta, cabecillas del bando agramontés…
M. Z:
Pues sí, pero no creáis que les doy una credibilidad total a sus denuncias. A
unas sí, y a otras no. Para ellos sois un demonio y para otros seréis un santo.
No obstante, sólo sois un hombre, con mejores o peores cualidades y virtudes,
como todos. Y sobre vuestra Crónica: sí, por supuesto que la he leído, al menos
sus tres primeras partes. Si me hicieseis el gran favor de dejarme leer la
cuarta parte, ahora que además no hay duda alguna de que la escribisteis…
P. de
V: ¿Y qué duda podría haber sobre eso? ¿Acaso alguien puede ser tan lelo como
para pensar que no iba a contar yo de primera mano todo lo que había sucedido
entre mi padre y yo? Naturalmente que podréis leerla, aunque antes me gustaría
saber qué represento yo exactamente para vos.
M. Z:
Después de tanto tiempo dedicado al estudio de vuestra vida, os confieso que me
gustaría considerarme vuestro amigo. Pero no me pidáis a mí un veredicto, que
al fin y al cabo he actuado casi como abogado vuestro en mi libro. Que sean los
lectores quienes juzguen si vos hubieseis sido o no el mejor gobernante que
Navarra hubiera podido tener. Yo, albergo pocas dudas al respecto.
P. de
V: Qué diplomático, amigo Mikel… ¿Qué decís si os ofrezco un puesto junto a los
más leales, aquellos que no me han abandonado ni en los peores momentos? A Johan
de Beaumont, Johan Pérez de Torralba, Johan de Cardona, el bachiller Pedro de
Sada o mi bibliotecario, el poeta fray Pere Martínez, me estoy refiriendo. Al
fin y al cabo, lleváis mucho más tiempo que ellos siendo seguidor mío. Hoy
mismo, 597 años exactos, si no me equivoco. Por supuesto el cargo no será
remunerado, sin duda sabéis que mis posibilidades económicas son siempre
bastante reducidas…
M. Z:
¡Es cierto, lo había olvidado, hoy es vuestro cumpleaños, don Carlos! Que
tengáis un feliz aniversario. Y en cuanto al sueldo, vos como escritor sabéis
mejor que nadie que los de nuestro oficio estamos acostumbrados de sobra a la
inestabilidad monetaria, así que acepto muy honrado el cargo que me ofrecéis.
P. de
V: ¿También en el siglo XXI es así? Bueno, pues entonces creo que os habéis
ganado poder llamarme Charles.
M. Z:
Pues muchas felicidades, Charles
P. de
V: Buen viaje de vuelta, don Mikel.
© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2018