Ayer, alarmado ante la noticia de que el desquiciado proyecto urbanístico que supone levantar torres de hasta 17 alturas en el solar que dejará Salesianos seguía para adelante, escribí una crónica que era tanto un grito de socorro como un mensaje dentro de una botella arrojada al siempre agreste e ignoto mar de la burocracia administrativa.
El hecho es que no podía yo creer que el nuevo Ayuntamiento diera su visto bueno a semejante locura, porque de ninguna otra manera puede llamarse a lo que cualquiera que sienta un poco esta ciudad ve inmediatamente: esas torres supondrían la modificación criminal y perpetua del horizonte más conocido, pintado y fotografiado de Pamplona/Iruña.
Es evidente que hay gente a la que todo esto se la trae al pairo, y que no cambiarían diez mil paisajes por un sólo cubo de hormigón. Pero yo no escribo para ellos, sino para quienes aún guarden dentro de sí un mínimo de preocupación por no alterar gravemente el entorno del que disfrutan. Y si lo disfrutan es gracias a que otros antes que ellos lo cuidaron para que pudiese llegar hasta nosotros. Lo cierto es que no concibo más que un mandamiento urbanístico: no perder el tiempo -ni el dinero- en arreglar lo que no está estropeado.
Y he de decir, vista la información sobre la rueda de prensa que sobre este asunto han dado hoy el alcalde Joseba Asirón y el concejal Joxe Abaurrea, que afortunadamente el Ayuntamiento del cambio no está de acuerdo con el proyecto de Salesianos tal y cómo lo dejó -pésimamente, comme d'habitude- planteado UPN, y sobre todo con que esas torres de Mordor se recorten contra el cielo furiosamente azul que, los días de verano, puede contemplar todo aquel que suba desde Burlada, pasee por la Magdalena o simplemente se detenga embobado a disfrutar desde cualquier rincón prácticamente de la misma panorámica que dejaron dibujada los diletantes viajeros dieciochescos. Y júzguese si eso es o no es un privilegio, cuando los adoradores del cemento no paran de llenarlo todo en derredor con sus feísimas ocurrencias.
Y eso justamente es lo que tengo yo: la esperanza de que las cosas no vuelvan nunca en Pamplona a hacerse como antes, cuando los árboles se talaban a las 4 de la madrugada, los mosáicos se tiraban, las termas romanas no tenían ningún interés, las tumbas orientadas hacia la Meca valían menos que los Renault Clío, y las murallas enormes que quizás sirvieron para proteger al Burgo de la Población, sólo servirían ahora para apagar el cigarro de quienes dejen su coche en el aparcamiento de la Plaza del Castillo.
Enlace a la rueda de prensa:
PAMPLONA RECHAZA EL PLAN DE SALESIANOS Y PIDE REPLANTEARLO
Todo está ahora en manos del Gobierno de Navarra, que afortunadamente es también un nuevo Gobierno de Navarra. El anterior Gobierno, comandado por un UPN en minoría, fue quien comenzó todo este desaguisado utilizando la artera trampa legal del Plan de incidencia supramunicipal (PSIS), y para vergüenza nuestra, el Ayuntamiento de Pamplona, comandado por la voz de su ama, dejó que le arrebataran sus competencias para meter 55.000 metros construidos en una parcela que, por su ubicación y dimensiones sólo permitía 35.000 metros cuadrados. Y evidentemente esa es también la explicación a las torres de hasta 17 alturas, porque la única manera de hacerlo es mediante la construcción de torres donde quepan muchos pisos, cuanto más altas, mejor (mejor, no sé para quién, porque para Pamplona es meridianamente claro que no). Así que espero que el actual Gobierno de Navarra esté a la altura -nunca mejor dicho- y modifique el proyecto para que lo que se construya en esa parcela no supere las alturas medias del Ensanche, que es lo que se debió hacer desde un principio, si al frente de este proyecto hubiese habido gente que ama a la ciudad donde vive y no sólo se preocupa por su cuenta corriente.
Y no quiero terminar esta nueva crónica sin agradecer a Joseba Asirón que haya comentado lo siguiente a mi alegato de ayer: "Nadie dirá que este fue el alcalde que propició semejante desastre. Como mucho, dirán que este es el alcalde por encima del cual tuvieron que pasar para hacerlo".
Sé que todas las comparaciones son odiosas, y que ayer empleé un ejemplo concreto del emperador Carlos I, aunque me temo que ni a Joseba ni a mí es un personaje que nos atraiga lo más mínimo. Así que hoy (mucho más tranquilo que ayer) recordaré a otro rey con cuya actuación creo que estaremos los dos bastante más de acuerdo...
Pues resulta que, en 1475, en mitad de las luchas por la posesión de la corona castellana, la batalla crucial iba a darse en la localidad extremeña de Alcantara, famosa por su maravilloso puente romano. Ante la posibilidad de que los portugueses lo emplearan para cruzar por él, Fernando "el Católico" (qué raro), ordenó volarlo. Enterado el rey portugués, Alfonso V, envío un mensajero al campamento de Fernando para decirle que no se preocupase, que su ejército daría un rodeo para no pasar por el puente, "pues no quería el reino de Castilla si, para lograrlo, debía destruirse tan impresionante edificio".
© MIKEL ZUZA, 2017