viernes, 22 de abril de 2016

BRÚJULA

Alrededores del castillo de Leguin (Izagaondoa), abril de 1174


Otorgaste leyes justas, acuñaste moneda de buena plata y no de vellón, aumentaste tus dominios hacia el oeste, recuperando las tierras de tus antepasados, e incluso cambiaste tu titulación regia -Pampilonensium Rex- por la mucho más sonora de Rex Navarre. Pero ahora eres incapaz de orientarte en medio de este condenado aguacero.

El ejército del rey Alfonso VIII de Castilla invadió el país con tal poder y fuerza, que tuviste que abandonar Pamplona y servirle de cebo para que te persiguiera hasta aquí, donde llevabas tres semanas cercado y en peligro de caer en sus manos.

Así te habló Martin Txipia, tu capitán más esforzado:

-Majestad, nosotros podremos mantenerles ocupados más tiempo todavía, pero si la torre de Leguin cae al fin y vos estáis dentro, todo nuestro esfuerzo no habrá servido de nada, y con vos caerá todo el reino. Hacedme caso por una vez y aprovechando que la lluvia tiene a los sitiadores metidos en sus tiendas, salid por el portillo sur y tomad el camino de Izaga hacia el norte. Subid la montaña, bajadla y dirigíos todo lo aprisa que podáis hacia Monreal. No es una ruta complicada, y la habéis hecho docenas de veces en nuestra compañía, ¿creéis que podréis hacerla ahora en solitario?

-Por supuesto que sí, soy el rey, ¿cómo no voy a ser capaz? Bastará con que no utilice los caminos y no me acerque a los poblados, que estarán infestados de castellanos. En pocas horas volveré con refuerzos...

Salir del castillo fue lo más fácil. A partir de ahí sólo las pequeñas ventanas que se abren entre los nubarrones te permiten atisbar la peña y no errar demasiado tu objetivo. Cada tanto tienes que esconderte entre los bojes para que las patrullas enemigas no te vean. Pero parece que se han abierto las compuertas del cielo, y la cortina de agua es tan densa que al poco ya no sabes donde estás.

¿De qué te extrañas? Siempre te pasa lo mismo. No debiste presumir delante de Martín de tu capacidad de orientación, que siempre ha resultado escasa, por no decir inexistente. Como aquella vez que comandaste a tus barones en una expedición para tomar Nájera -ciudad de Reyes- y aparecisteis todos en Santo Domingo. ¡Por aquí también se va! -te oían gritar- pero en sus rostros se veía el gesto de resignación del que sabe que va a ocurrir lo de siempre.

Hasta tu tía Margarita, casada con el rey Guillermo de Sicilia, te envió una guía muy puesta en razón para ayudarte con tu problema. En esa dulce lengua que parlan los italianos llevaba por título: "Come trovare la cittá di Trapani e non morire cercandola". Aunque ahora que lo piensas, no recuerdas si por fin la leíste o no...

Oyes campanas, pero con tanta agua no sabes dónde. ¿Serán las de Reta, las de Zuazu, las de Ardanaz? Lo mejor será seguir adelante, ya escampará. La corona empieza a pesarte como si fuese de plomo, tu capa está completamente empapada.

Pero no. No deja de caer agua y es evidente que estás completamente perdido. Otra cosa es que lo admitas, ni siquiera ante ti mismo. Prefieres pensar que...¡Por aquí también se va!

Y entonces, de entre el fragor del bosque surge ella. Hace señas para que la sigas, pero anda tan rápido que a duras penas puedes lograrlo. Cada vez que el camino se bifurca, y lo hace muchas veces, tú optas invariablemente por el sendero equivocado. ¿Pero de dónde has salido tú? -demanda airada.

-Eso mismo debería preguntarte yo. Soy el rey.

-¿El rey de los tontos, acaso? Porque si sigues por esa vereda acabarás en el campamento del rey Alfonso. Y si en la siguiente vas por donde tu escojas, te meterás directamente en el corazón de la tormenta que ruge sobre  nuestras cabezas. Dame la mano y haz lo que yo haga.

Conociste una vez a un joven fraile en Leyre  que subía a lo más alto del campanario antes de que el abad terminase de rezar el Ave María, pero tú no eres ni fraile, ni joven, aunque apostarías porque aquel atleta no podría ganar a esta aparecida que ahora te guía. ¿Y si es una de esas damas que viven en los bosques de las que te hablaba tu padre, el rey don García, cuando eras pequeño? Desde luego es bellísima, y las selvas no parecen tener secretos para ella, que sólo detiene su paso para auxiliar a un pequeño topo que ha extraviado su madriguera.

No sabes cuanto tiempo lleváis andando, pero el corazón te late como un atambor sarraceno. No puedes más, solicitar tregua se impone, pero entonces te dice:

-Yo no puedo pasar de aquí. Sigue por ese camino -sin desviarte a tu antojo- y antes de que anochezca llegarás a Monreal. Vas a decirle algo, cuando de repente te da un beso que sabe a bosque y en medio de un relámpago desaparece de forma tan misteriosa como apareció.

Piensas que es una lástima que tus rastreadores jamás se despidan de esa misma forma, y entonces resuena un trueno descomunal sobre el que parece imponerse la voz de la dama del bosque:

-¡Y no te olvides de mandar refuerzos a quienes te esperan en Leguin, calamidad!

Al paso de los años, una y mil veces pidieron a su padre las infantas Berenguela, Blanca y Constanza que les contase cómo había conseguido escapar del cerco de Leguin aquella primavera del año 1174, pero jamás le arrancaron otra cosa que vagas alabanzas sobre su capacidad de desenvolverse sobre el terreno, aún en las circunstancias más complicadas.

Lo cierto es que desde aquel momento, fueron muchas las veces en las que los habitantes de Izagaondoa vieron merodear al rey don Sancho por la peña, decían que practicando orientación en montaña, aunque todos sabían que en realidad buscaba a la dama del bosque.

Y hasta hay quien dice que la encontró. Bueno, seguro que fue ella a él, pero qué queréis que os diga: "por aquí también se va".



© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2016