martes, 14 de febrero de 2012

NUNCA FUERA CABALLERO...

Palacio de Olite, 10 de junio de 1402

-Escucha todo lo que el protonotario del reino leerá ahora, pues lo ha redactado según lo que tú mismo le contaste, buen Jimenico.

-Todo lo que vos y vuestras altezas las señoras princesas, aquí presentes, nos ordenéis, nos parecerá bien a mi padre y a mí, Majestad.

-Pues adelante con la lectura entonces...


-"Nos, Karlos, por la gracia de Dios, Rey de Navarra. Facemos saber que Nos avemos seydo informado et plenament certificado, como en el mes de abril postrerament pasado, Jimenico, fijo de Salvador Fermoso, vecino de nuestro logar de Sant Martin d'Unx, seyendo en la villa de Calatayud del Regno de Aragón, en servicio de un escudero, oyó fablar et decir de Nos et de nuestro Regno a un hombre castellano publicament en la plaza de la dicha villa, muchas feas et deshonestas palabras, que redundaban en grant deshonor et difamación nuestra. Et el dicho Jimenico, sentiéndose et oviendo desplacer de las dichas palabras, como buen súbdito debía facer, respondió al hombre casteillano et le disso que mentía falsament de lo que dicía como malo que eill era. Et por quanto el dicho hombre retornó onde cabo a hablar de Nos lo peor que podía, el dicho Jimenico lo ferió de su espada en el cueillo et lo mató luego en la plaza; et plugo a Dios que eill escapó et huyó de entre todas las gentes et entró en una casa; et ayllí le fue dada ayuda, de manera que veno a nuestro Regno salva et segurament. Et como justa et razonable cosa sea, que aquellos que por goardar la honor et servicio de lur Seynnor, ponen sus personas a periglo de muert, deban ser remunerados de seynnalados dones et gracias, en manera que eillos hayan mayor afección y voluntat de buen servir et otros tomen exemplo..."

-¿Estás de acuerdo por tanto con lo que aquí se ha relatado, Jimenico?

-Tal y como lo ha reflejado el notario es como todo sucedió, mi señor don Carlos.

-Pero mis hijas, las princesas Juana, Blanca, María, Beatriz e Isabel, que no hablan de otra cosa desde que yo les informé de esta, tu gran hazaña, tienen alguna pregunta que hacerte sobre el particular. ¿Serás tan amable de satisfacer su curiosidad?

-Más miedo me da la curiosidad femenina que la espada de aquel castellano, pero bien dispuesto estoy a contestar todo lo que tan bellas señoras quieran preguntarme.

-Juana, sed entonces, la primera en preguntar.

-Jimenico, ¿qué sentisteis al oir todos aquellos insultos contra mi padre y contra nuestro país?

-Pues, señora, una hoguera en la sangre que me fue prendiendo desde los dedos de los pies hasta los pelos del cogote es lo que sentí al escuchar las barbaridades de aquel insensato. Y mirad que siempre me dice mi madre: "no te metas en líos, Jimenico", pero no pude aguantar más.

-Ahora vos, Blanca.

-¿Y cuáles eran exactamente esos insultos, Jimenico?

-Por respeto a vuestro padre, no osaría repetir ni uno solo de aquellos improperios, pues muchos de ellos iban dirigidos contra el honor de vuestras altezas. Habrá de bastaros con saber, que hubiera saltado yo lo mismo contra aquel bellaco si tales embustes hubiera dicho de una de mis hermanas. Que muchas veces os he visto pasar por mi pueblo camino de Ujué, y os tengo como por mi familia, al menos mientras el buen gobierno siga siendo vuestra divisa.

-María, cuidado con lo que preguntais a este verdadero filósofo, que demuestra tener tan aguzado y cuerdo su ingenio como su espada...

-¿Era tan diestro espadachín como dicen aquel malvado castellano?

-Gracias al Cielo lo era menos que yo, aunque mucho me costó vencerle, y bien que me hirió en el brazo izquierdo, pero los que hemos crecido manejando el dalle en los campos, sabemos hacer movimientos con la espada que los que aprenden esgrima en los libros no conocen, así que primero lo eché al suelo de un buen golpe de través, y luego tajé su pescuezo como se hace con los cutos en noviembre. No merecía otra cosa el fementido villano...

-Pocas cosas quedan ya por saber, Beatriz...

-Una muy importante queda al menos por saberse, padre mío: ¿cómo escapásteis de Calatayud?

-Enseguida me dí cuenta de que lo había matado, y todo el gentío que nos rodeaba en la plaza del mercado también. Empezaron todos a dar gritos llamando al preboste de la villa para que me capturara, así que eché a correr por aquellas callejuelas con muchos hombres detrás persiguiéndome. Como soy de piernas lígeras los llevaba bastante distanciados. Pensaba yo en entrar en alguna de las muchas iglesias de altas y moriscas torres que allá se estilan, pidiendo el derecho de Santuario que algunas ofrecen. Pero entonces observé en el quicio de una casa un pequeño azulejo decorado con el escudo que muestra los colores rojos y azules del equipo de justas y torneos de Pamplona, que por cierto coinciden en todo con los de vuestra Casa Real. Así que me dije: "estos han de ser de los míos." Y efectivamente, moraba allí una familia del navarrísimo lugar de Cabanillas, que me ocultó de la guardia aragonesa hasta que se hizo de noche, y pude yo escabullirme por la puerta falsa de la muralla, en un caballo que ellos también me proporcionaron. Por eso os pido, gran señor, que ellos reciban también algún premio por su noble y expuesto comportamiento, sin el cual yo no estaría hoy ante vuestras altezas.

-Así se hará, pierde cuidado. Y vos, pequeña Isabel, ¿también tenéis preparada ya vuestra pregunta?

-Sí, padre. Aunque sólo tengo nueve años, ¿esperarías a que sea mayor para casarte conmigo, leal Jimenico? En las novelas que nos lee nuestra madre jamás oí hablar de caballero más valiente que tú...

-No soy caballero, doña Isabel, sino un mero labrador. Cuando paseis por San Martín a finales de noviembre, os dejaré que piseis las uvas en nuestro lagar, que un vino prensado por los pies de toda una señora princesa, ha de ser sin duda algo digno de beberse...

-En cualquier caso mi hija no dice nada exagerado, Jimenico: no hay muchos caballeros de los que hoy en día calzan espuelas de oro, que se hubieran atrevido a hacer lo que tú hiciste aquel día por mí y por mi reino. Siempre tendrás las puertas de mi palacio abiertas, y si quieres formar parte de mi guardia, nunca me habré sentido mejor protegido. La nobleza de sentimientos que caracteriza a la Caballería ha de nacer de dentro de uno mismo, todo lo demás: yelmos, cimeras, armaduras, son simplemente adornos, por mucho que brillen al sol. Y resulta evidente que no puede dudarse de que tú la posees con creces.

Piénsate mi oferta, y mientras lo decides, os concedo a tu padre y a tí mismo, el privilegio de quedar libres para siempre del pago de cualquier impuesto o tributo, excepto, claro está, de los destinados a pagar las bodas de mis cinco hijas, que esos son absolutamente imprescriptibles.

-¿Yo en palacio? Pues ahora que lo decís, igual sí que va siendo hora de desterrar todas esas historias que cuentan que los de San Martín de Unx y los de Olite no nos podemos ni ver, Majestad...

-Pues si aceptas esta mano que te tiende un olitejo como yo, Jimenico, ha de quedar sellado para siempre el pacto de no agresión entre nuestros dos pueblos tan señeros. Que no quiero además tener yo querella con alguien tan valeroso y esforzado como tú. Y vete ahora al jardín de arriba con mis hijas, porque en verdad te digo que ni sir Lanzarote tuvo jamás a cinco princesas suspirando por él, como lo están haciendo ahora mismo ellas por ti, mi bravo Jimenico...



© Mikel Zuza Viniegra, 2012