Una reciente visita a Barcelona me permitió acercarme al mercat de Sant Antoni, allí donde todos los domingos se concentra una de las mayores ofertas de libros viejos que nadie imaginarse pueda.
Naturalmente, la posibilidad de hacerse con un tesoro bibliográfico depende muy mucho tanto de la suerte como de la cartera con la que uno cuente, y no suelo ir muy sobrado de ninguna de las dos cosas, así que ya estaba dispuesto a irme sin nada que echarme a los ojos, cuando reparé en un montón de viejos catálogos de la casa inglesa de subastas Sotheby's. La mayoría habían sido editados en los años 50, y no albergaban más que la consabida lista de antiguedades orientales con las que algún millonario de nuevo cuño querría adornar su casa. Pero el número más antiguo, perteneciente al mes de junio del año 1948, dedicado en su mayor parte a una puja de libros impresos, encerraba en su interior una formidable sorpresa para cualquier amante de la historia de Navarra.
Al ir pasando distraidamente sus apolilladas hojas, al llegar a la página veintisiete, pude ver dos fotografías de buen tamaño, una en blanco y negro y otra coloreada con esos tonos pastel tan del gusto de aquella época, de unas pequeñas figuras de barro pintado que el autor del artículo definía laconicamente como "Medieval Christmas crib. XV century". Esto es: "Nacimiento medieval. Siglo XV".
Lo curioso del caso es que tres de las figuras, las que correspondían a los reyes magos, parecían llevar una sobreveste con las armas Navarra-Evreux: de gules, carbunclo cerrado, pomelado y dorado, cuartelado con de azur, sembrado de lises de oro y banda componada de gules y plata. Pero cada uno de ellos llevaba su dibujo pleno, su brisura o su lambel propio, por lo que sin duda alguna representaban a Carlos II y a sus hermanos Felipe de Longueville y Luis de Beaumont. Esa extraordinaria (por lo inusual) referencia heráldica, me hizo fijarme muy bien en el resto de figuras, aprovechando la reproducción coloreada. Cada una de ellas llevaba también un escudo más pequeño en su pecho, y por lo que pude comprobar gracias a la lupa que llevo siempre conmigo, todos pertenecían a linajes cercanos a la corte navarra, pues pude reconocer, no sin dificultad, los tres potes sobre fondo dorado de los Lete, los cuatro bastones de los Almoravid, los cinco corazones de los Guevara o la cruz potenzada de los Medrano. Y lo que es más importante, parecían efectivamente ser obra medieval, quizás incluso de finales del siglo XIV más que del XV. Y otro aspecto verdaderamente encantador era el que mostraba al rey Herodes ataviado con la sobreveste azul y dorada de las lises plenas de Francia, equiparándolo en su maldad a Carlos V de Valois, el mortal enemigo de los infantes de Navarra...
Ni que decir tiene que el librero rápidamente se dio cuenta de mi interés por aquella revista que con tanto ahínco estaba yo revisando, y que eso hizo que los dieciocho euros que originalmente pedía por ella se convirtieran inmediatamente en setenta. Mi asombro ante lo que mostraban aquellas fotografías me había hecho olvidar el mandamiento fundamental de un comprador de libros viejos: no aparentar nunca un gusto desmedido por ninguno de los volúmenes expuestos. No me importó pagar aquella barbaridad, en la certeza de haber encontrado un hilo oculto durante siglos del que poder tirar una vez más para desentrañar la intrincada madeja de la Historia...
Ya en el hotel confirmé uno por uno los apresurados datos que había podido entrever en el polvoriento mercado. Pero aún había algo que se me escapaba en aquellas figuricas de origen indudablemente navarro. Miré y remiré las litografías hasta caer rendido a muy altas horas de la noche. Pero al despertar, y como si mi mente no hubiera dejado de pensar en aquel misterio, reparé por fin en el detalle más singular de aquel conjunto: a todas y cada una de las piezas les faltaba la mano derecha. Es cierto que únicamente examinando aquellas dos viejas fotografías no podía asegurar que no se hubieran desprendido solas de su delicado soporte, pero el hecho de que faltase sistemáticamente en todas, me hizo sospechar de que algo tan extraño no podía deberse exclusivamente al azar, sobre todo porque parecía que no hubieran sido arrancadas sino que faltaban desde el principio...
De vuelta en Pamplona, y arreglados unos enojosos asuntos que me impedían disponer a mi antojo del tiempo suficiente para seguir avanzando en la investigación de este enigma, pude concentrarme por fin en la lectura del raro e interesantísimo libro escrito por el antiguo archivero de Diputación, don José Yanguas y Miranda, titulado: "La Navidad en la Corte Medieval de Navarra". Presentía que en él encontraría otra pista sobre la que basar mis siguientes pasos.
Y estaba en lo cierto, porque en su página ciento cuarenta y tres, el polígrafo tudelano dejó escrito:
"De la costumbre de colocar un nacimiento en las mansiones regias de la monarquía navarra, hay muchos testimonios en la documentación contable. Quizás entre todos ellos el que más merezca la pena destacar es el recogido en el compto nº IX, referente al año 1346, en el que se nos cuenta que los infantes Agnes y Luis, los hermanos más pequeños del futuro Carlos II de Navarra, eran siempre los encargados de instalarlo cada Navidad."
La consulta posterior de los registros originales en el Archivo Real de Navarra me hizo redescubrir poco a poco a estos dos casi ignorados personajes. Agnes fue obligada a casarse en 1349 con el poderoso y brutal conde Gastón Febus, todo un maltratador avant-la-lettre, que tras proporcionarle todo tipo de humillaciones acabó repudiándola en 1362. Desde ese momento hasta su muerte, acaecida en 1396, vivió refugiada en la corte de Carlos II.
El infante Luis, gobernador del reino en ausencia de su hermano, tuvo que labrarse su futuro lejos de Navarra a la vuelta de aquél. Creyó encontrarlo casándose con Juana de Napoles, presunta heredera de la ignota Albania. Para conquistar aquel territorio, pidió a su hermano que le ayudara a reclutar una Gran Compañía, al mando de la cual encontró la muerte en 1376 bajo los muros de Durazzo. La crónica de Ultramar de los Maestres del Hospital de San Juan nos dice como fue:
"Et acontesció que este don Luis, no cuidando de protegerse como es debido, salió en persecución de los defensores de la ciudad, que habían abandonado momentaneamente su atalaya. Y no esperando a que sus compañeros fuesen con él, se vio repentinamente rodeado por sus enemigos, que de dos fuertes lanzazos acabaron con su vida, cortándole además su mano derecha, trofeo al parecer muy preciado entre estos bárbaros guerreros de Oriente..."
La relación entre el peculiarísimo nacimiento subastado en Londres en 1948 y la forma en la que murió Luis de Beaumont resultaba evidente, pero sabía que me faltaba por encontrar el enlace que ratificara mi suposición. Lo busqué con ahínco entre los papeles de cuentas de la infanta Agnes, de los que desgraciadamente sólo se conservan unos cuantos y, entre ellos, un recibo fechado en diciembre de 1376, firmado por el "tailleur d'images" don Robert d'Ypres, reconociendo haber recibido de la princesa la suma de cuarenta florines por la confección "d'un créche [un belén], à la maniére qu'elle a voulu, avec figures sans mains droites,pour honorer chaque Nöel la memoire de son trés cher frère, l'auguste Louis de Navarre, mort á l'Albanie..."
Y sucede en tan contadas ocasiones este venturoso hecho de poder afirmar sin ningún género de dudas por quién fue encargada una obra de arte medieval tan singular como ésta de la que estamos hablando, que casi podría considerarse un milagro el haberlo descubierto.
Y además demuestra este mecenazgo el cariño que se guardaron siempre los dos hermanos desde los lejanos tiempos en que siendo niños ponían juntos el Nacimiento cada Navidad.
Mis pesquisas no han podido averiguar todavía el paradero de este Nacimiento tan especial, pues Sotheby's se precia de no soltar prenda sobre ninguno de sus clientes pasados o presentes, pero en espera de que alguna vez aparezca, yo he procedido también a honrar desde esta misma Navidad a aquellos dos infantes de Navarra, arrancando la mano derecha del ángel que en el belén instalado en mi zagüán, recibe cada Navidad a los Tres Magos de Oriente que vienen siguiendo la Estrella...
Naturalmente, la posibilidad de hacerse con un tesoro bibliográfico depende muy mucho tanto de la suerte como de la cartera con la que uno cuente, y no suelo ir muy sobrado de ninguna de las dos cosas, así que ya estaba dispuesto a irme sin nada que echarme a los ojos, cuando reparé en un montón de viejos catálogos de la casa inglesa de subastas Sotheby's. La mayoría habían sido editados en los años 50, y no albergaban más que la consabida lista de antiguedades orientales con las que algún millonario de nuevo cuño querría adornar su casa. Pero el número más antiguo, perteneciente al mes de junio del año 1948, dedicado en su mayor parte a una puja de libros impresos, encerraba en su interior una formidable sorpresa para cualquier amante de la historia de Navarra.
Al ir pasando distraidamente sus apolilladas hojas, al llegar a la página veintisiete, pude ver dos fotografías de buen tamaño, una en blanco y negro y otra coloreada con esos tonos pastel tan del gusto de aquella época, de unas pequeñas figuras de barro pintado que el autor del artículo definía laconicamente como "Medieval Christmas crib. XV century". Esto es: "Nacimiento medieval. Siglo XV".
Lo curioso del caso es que tres de las figuras, las que correspondían a los reyes magos, parecían llevar una sobreveste con las armas Navarra-Evreux: de gules, carbunclo cerrado, pomelado y dorado, cuartelado con de azur, sembrado de lises de oro y banda componada de gules y plata. Pero cada uno de ellos llevaba su dibujo pleno, su brisura o su lambel propio, por lo que sin duda alguna representaban a Carlos II y a sus hermanos Felipe de Longueville y Luis de Beaumont. Esa extraordinaria (por lo inusual) referencia heráldica, me hizo fijarme muy bien en el resto de figuras, aprovechando la reproducción coloreada. Cada una de ellas llevaba también un escudo más pequeño en su pecho, y por lo que pude comprobar gracias a la lupa que llevo siempre conmigo, todos pertenecían a linajes cercanos a la corte navarra, pues pude reconocer, no sin dificultad, los tres potes sobre fondo dorado de los Lete, los cuatro bastones de los Almoravid, los cinco corazones de los Guevara o la cruz potenzada de los Medrano. Y lo que es más importante, parecían efectivamente ser obra medieval, quizás incluso de finales del siglo XIV más que del XV. Y otro aspecto verdaderamente encantador era el que mostraba al rey Herodes ataviado con la sobreveste azul y dorada de las lises plenas de Francia, equiparándolo en su maldad a Carlos V de Valois, el mortal enemigo de los infantes de Navarra...
Ni que decir tiene que el librero rápidamente se dio cuenta de mi interés por aquella revista que con tanto ahínco estaba yo revisando, y que eso hizo que los dieciocho euros que originalmente pedía por ella se convirtieran inmediatamente en setenta. Mi asombro ante lo que mostraban aquellas fotografías me había hecho olvidar el mandamiento fundamental de un comprador de libros viejos: no aparentar nunca un gusto desmedido por ninguno de los volúmenes expuestos. No me importó pagar aquella barbaridad, en la certeza de haber encontrado un hilo oculto durante siglos del que poder tirar una vez más para desentrañar la intrincada madeja de la Historia...
Ya en el hotel confirmé uno por uno los apresurados datos que había podido entrever en el polvoriento mercado. Pero aún había algo que se me escapaba en aquellas figuricas de origen indudablemente navarro. Miré y remiré las litografías hasta caer rendido a muy altas horas de la noche. Pero al despertar, y como si mi mente no hubiera dejado de pensar en aquel misterio, reparé por fin en el detalle más singular de aquel conjunto: a todas y cada una de las piezas les faltaba la mano derecha. Es cierto que únicamente examinando aquellas dos viejas fotografías no podía asegurar que no se hubieran desprendido solas de su delicado soporte, pero el hecho de que faltase sistemáticamente en todas, me hizo sospechar de que algo tan extraño no podía deberse exclusivamente al azar, sobre todo porque parecía que no hubieran sido arrancadas sino que faltaban desde el principio...
De vuelta en Pamplona, y arreglados unos enojosos asuntos que me impedían disponer a mi antojo del tiempo suficiente para seguir avanzando en la investigación de este enigma, pude concentrarme por fin en la lectura del raro e interesantísimo libro escrito por el antiguo archivero de Diputación, don José Yanguas y Miranda, titulado: "La Navidad en la Corte Medieval de Navarra". Presentía que en él encontraría otra pista sobre la que basar mis siguientes pasos.
Y estaba en lo cierto, porque en su página ciento cuarenta y tres, el polígrafo tudelano dejó escrito:
"De la costumbre de colocar un nacimiento en las mansiones regias de la monarquía navarra, hay muchos testimonios en la documentación contable. Quizás entre todos ellos el que más merezca la pena destacar es el recogido en el compto nº IX, referente al año 1346, en el que se nos cuenta que los infantes Agnes y Luis, los hermanos más pequeños del futuro Carlos II de Navarra, eran siempre los encargados de instalarlo cada Navidad."
La consulta posterior de los registros originales en el Archivo Real de Navarra me hizo redescubrir poco a poco a estos dos casi ignorados personajes. Agnes fue obligada a casarse en 1349 con el poderoso y brutal conde Gastón Febus, todo un maltratador avant-la-lettre, que tras proporcionarle todo tipo de humillaciones acabó repudiándola en 1362. Desde ese momento hasta su muerte, acaecida en 1396, vivió refugiada en la corte de Carlos II.
El infante Luis, gobernador del reino en ausencia de su hermano, tuvo que labrarse su futuro lejos de Navarra a la vuelta de aquél. Creyó encontrarlo casándose con Juana de Napoles, presunta heredera de la ignota Albania. Para conquistar aquel territorio, pidió a su hermano que le ayudara a reclutar una Gran Compañía, al mando de la cual encontró la muerte en 1376 bajo los muros de Durazzo. La crónica de Ultramar de los Maestres del Hospital de San Juan nos dice como fue:
"Et acontesció que este don Luis, no cuidando de protegerse como es debido, salió en persecución de los defensores de la ciudad, que habían abandonado momentaneamente su atalaya. Y no esperando a que sus compañeros fuesen con él, se vio repentinamente rodeado por sus enemigos, que de dos fuertes lanzazos acabaron con su vida, cortándole además su mano derecha, trofeo al parecer muy preciado entre estos bárbaros guerreros de Oriente..."
La relación entre el peculiarísimo nacimiento subastado en Londres en 1948 y la forma en la que murió Luis de Beaumont resultaba evidente, pero sabía que me faltaba por encontrar el enlace que ratificara mi suposición. Lo busqué con ahínco entre los papeles de cuentas de la infanta Agnes, de los que desgraciadamente sólo se conservan unos cuantos y, entre ellos, un recibo fechado en diciembre de 1376, firmado por el "tailleur d'images" don Robert d'Ypres, reconociendo haber recibido de la princesa la suma de cuarenta florines por la confección "d'un créche [un belén], à la maniére qu'elle a voulu, avec figures sans mains droites,pour honorer chaque Nöel la memoire de son trés cher frère, l'auguste Louis de Navarre, mort á l'Albanie..."
Y sucede en tan contadas ocasiones este venturoso hecho de poder afirmar sin ningún género de dudas por quién fue encargada una obra de arte medieval tan singular como ésta de la que estamos hablando, que casi podría considerarse un milagro el haberlo descubierto.
Y además demuestra este mecenazgo el cariño que se guardaron siempre los dos hermanos desde los lejanos tiempos en que siendo niños ponían juntos el Nacimiento cada Navidad.
Mis pesquisas no han podido averiguar todavía el paradero de este Nacimiento tan especial, pues Sotheby's se precia de no soltar prenda sobre ninguno de sus clientes pasados o presentes, pero en espera de que alguna vez aparezca, yo he procedido también a honrar desde esta misma Navidad a aquellos dos infantes de Navarra, arrancando la mano derecha del ángel que en el belén instalado en mi zagüán, recibe cada Navidad a los Tres Magos de Oriente que vienen siguiendo la Estrella...
© Mikel Zuza Viniegra, 2011