Michele Navarra.
Corleone (1905-1958)
La apertura de archivos ordenada recientemente en Palermo por el fiscal antimafia Giovanni d'Aragone, incansable perseguidor de las familias del crimen sicilianas, está trayendo importantes novedades en el campo del conocimiento histórico, y no sólo por desvelar el terrible comportamiento durante décadas de muchas de ellas, sino también por la insospechada aparición de ciertos papeles relacionados con la estancia en aquellas tierras de una figura histórica como el príncipe de Viana.
La clave de esta asombrosa relación sería la preeminencia del padrino del clan de los Corleoneses, don Michele Navarra, en los años posteriores a la segunda guerra mundial. Este "cappo di tutti capi", fue una figura singular incluso dentro de una corporación tan peculiar como la Cosa Nostra, pues no en vano era doctor en medicina, y supo ganarse el respeto de sus paisanos, antes que con el uso de una violencia desmedida, atendiéndoles gratuitamente e incluso sufragando de su propio bolsillo las estancias en hospitales de prestigio de quienes nunca hubieran podido costeárselas. Todo hace indicar que alguno de aquellos que no podían sufragar en dinero sus atenciones médicas, le hizo llegar un pago en especie: varios legajos provenientes de la biblioteca de la catedral de Monreale referidos todos ellos a un tal príncipe Carlos de Navarra, que había andado por aquellos reinos hacía siglos, y cuya memoria se había perdido.
Quizás porque el doctor viera halagada su vanidad pensando en que muy bien podía ser aquel don Carlos un antepasado suyo, o quizás porque sinceramente se sintió atraído por lo que aquellos papeles contaban, el caso es que los conservó consigo hasta su muerte, acaecida el dos de agosto de 1958, cuando fue ametrallado mientras se desplazaba en coche por unos ambiciosos secuaces suyos, que además serían quienes le sustituyese al frente de la organización: Luciano Liggio, Bernardo Provenzano y el más audaz de todos, Salvatore Totó Riina.
Éste último traería en jaque al gobierno italiano durante casi cuarenta años, pues además de lanzarse a una espiral de asesinatos que se cuentan por centenares, siempre consiguió mantenerse escondido de la acción de la Justicia. Hasta el día 15 de enero de 1993, cuando fue arrestado en Palermo debido a la delación de su propio chófer, que también llevó a los Carabinieri hasta el cuartel general del mafioso, donde se requisaron toneladas de documentos, cuya catalogación ha llevado años, pero que además de los frutos estrictamente policiales, ha traído como resultado la reaparición de esos legajos relacionados con el príncipe de Viana.
En esencia no se trata más que de libros de comptos: ingresos -pocos- y gastos -siempre desorbitados- de don Carlos a la busqueda de mantener su regio estatus y de obtener el reconocimiento de sus derechos al trono de Navarra. Dentro de este orden de cosas, se conocían desde siempre sus esfuerzos por atraer a su causa a las distintas cortes de Europa. Él mismo lo procuró personalmente en la francesa, en algunas de las de las signorías italianas del norte o en la Pontificia, aunque sin ningún resultado aparente excepto en la napolitana de su tío Alfonso el Magnánimo. Lo que había permanecido oculto hasta ahora es que hubiese enviado misivas pidiendo ayuda a otros gobernantes, como demuestra el documento tejuelado con la signatura: "Carte di Navarra Trentasette/due".
El estado del pergamino es excepcionalmente bueno, como recién salido de las manos de quien lo escribió por su propia mano: el voivoda valaco Vladislaus III, que reinó sobre aquellos dominios más o menos en los mismos años que don Carlos pasó en Sicilia. El texto, más que por su latín macarrónico, llama la atención por la excepcional caligrafía de su redactor -elegante, picuda y perfectamente alineada- y también por lo que allí cuenta sobre sí mismo.
Por su interés, procedemos a dar al lector una somera transcripción del documento:
Palacio de Tirgoviste, Valaquia, 3 de marzo del año 1458.
Honrado por recibir vuestra carta, honorabilísimo príncipe don Carlos, procedo a contestaros con la mayor celeridad posible, pues no son estos tiempos de paz en mi país, y así como vos debeís hacer frente a vuestro padre, yo he de luchar constantemente contra los feroces ejércitos turcos comandados por mi traidor hermano Radu. Es esta necesidad de luchar contra nuestra propia sangre la que veo que nos aúna en nuestros propósitos, alteza. Así pues, y si me lo permitís, quisiera hablaros de mi familia, que no es menos noble que la vuestra, pues como ella, ha vertido generosamente su sangre en defensa de la cristiandad y contra el infiel invasor.
Y es que nosotros, los Szekelys, tenemos derecho a ser orgullosos, porque corre por nosotros la sangre de muchas razas valientes que lucharon, como lucha el león, por la soberanía. Pues, ¿qué demonio o qué bruja ha sido tan grande como Atila, cuya sangre corre por mis venas?¿Es acaso sorprendente que fuéramos una raza de conquistadores, que fuéramos orgullosos, que cuando los magiares, los lombardos, los ávaros, los búlgaros o los turcos se desparramaron por nuestras fronteras los obligáramos a retroceder? ¿O que precisamente por eso mismo, nos fuera confiada durante siglos la protección de la frontera del país con los turcos? Ay, y más que ese inacabable deber de guardias fronterizos, porque como dicen los otomanos, "el agua duerme, pero el enemigo no".¿Quién sino yo, fui quien crucé el Danubio como voivoda y vencí al turco en su propio terreno? ¡En verdad fui yo, y ay de aquél, su propio hermano indigno, que al caer vendió su pueblo al turco y atrajo sobre él la deshonra de la esclavitud!¿Y no fui yo, quien, derrotado, volví una y otra vez y tuve que regresar solo del sangriento campo de batalla en que mis tropas eran sacrificadas, ya que sabía que sólo yo podría triunfar? Dijeron que pensaba únicamente en mí mismo. ¡Bah! ¿De qué sirven los campesinos sin jefe? ¿En qué acaba la guerra sin un cerebro y un corazón que la dirija? No, joven señor, os digo que mi linaje no puede tolerar no ser libre...
Pero ya he hablado bastante de mí, príncipe, y ahora me gustaría que fueséis vos quien me informáseis de vuestra patria, pues aunque estoy leyendo mucho sobre ella desde que recibí vuestra carta y concebí la idea de ayudaros en vuestra justa causa, creo que no bastan los libros para llegar a conocer vuestra gran Navarra; y conocerla es amarla. Ardo en deseos de pasear por las calles concurridas de su capital, de estar en medio del torbellino y las prisas de la humanidad, de compartir su vida, sus cambios, su muerte y todo lo que la hace ser lo que es...
Creo que tenéis en Navarra unos árboles altos como lanzas. ¡Os juro que muy pronto en cada uno de ellos habrá clavado un agramontés, hasta que ni uno solo de esos traidores apeste vuestro reino!
Bastará para ello con que en vuestro próximo mensaje me hagáis llegar una invitación formal para entrar en Navarra. Esto resulta de vital importancia para mí, pues no podré auxiliaros si así no lo hacéis, y os reitero que estoy ansioso porque me deis libremente la bienvenida a vuestro país, donde os prometo dejar algo de la felicidad que siempre traigo conmigo...
La carta viene sellada por un disco de cera roja como la sangre, con la enseña de la Muy Sagrada Orden del Dragón -o "Dracul" en lengua valaca-.
Las pesquisas dirigidas a encontrar entre los papeles guardados por Michele Navarra una posible respuesta del príncipe de Viana a su obsequioso benefactor balcánico, aún no han dado resultado satisfactorio, pero por un breve apunte encontrado en el margen de un antifonario del monasterio de los capuchinos de Palermo, sabemos que don Carlos participó el 10 de marzo -por tanto apenas unos días después de recibir la carta del voivoda-, en aquel mismo lugar, en una especie de ceremonia de desagravio oficiada por un monje de obediencia ortodoxa venido exprofeso desde el monte Athos de Grecia, llamado por el cardenal Bessarión, a la sazón obispo de Pamplona y oriundo también de aquellas tierras, y buen conocedor por tanto de los propósitos e intenciones de Vlad Draculea.
La clave de esta asombrosa relación sería la preeminencia del padrino del clan de los Corleoneses, don Michele Navarra, en los años posteriores a la segunda guerra mundial. Este "cappo di tutti capi", fue una figura singular incluso dentro de una corporación tan peculiar como la Cosa Nostra, pues no en vano era doctor en medicina, y supo ganarse el respeto de sus paisanos, antes que con el uso de una violencia desmedida, atendiéndoles gratuitamente e incluso sufragando de su propio bolsillo las estancias en hospitales de prestigio de quienes nunca hubieran podido costeárselas. Todo hace indicar que alguno de aquellos que no podían sufragar en dinero sus atenciones médicas, le hizo llegar un pago en especie: varios legajos provenientes de la biblioteca de la catedral de Monreale referidos todos ellos a un tal príncipe Carlos de Navarra, que había andado por aquellos reinos hacía siglos, y cuya memoria se había perdido.
Quizás porque el doctor viera halagada su vanidad pensando en que muy bien podía ser aquel don Carlos un antepasado suyo, o quizás porque sinceramente se sintió atraído por lo que aquellos papeles contaban, el caso es que los conservó consigo hasta su muerte, acaecida el dos de agosto de 1958, cuando fue ametrallado mientras se desplazaba en coche por unos ambiciosos secuaces suyos, que además serían quienes le sustituyese al frente de la organización: Luciano Liggio, Bernardo Provenzano y el más audaz de todos, Salvatore Totó Riina.
Éste último traería en jaque al gobierno italiano durante casi cuarenta años, pues además de lanzarse a una espiral de asesinatos que se cuentan por centenares, siempre consiguió mantenerse escondido de la acción de la Justicia. Hasta el día 15 de enero de 1993, cuando fue arrestado en Palermo debido a la delación de su propio chófer, que también llevó a los Carabinieri hasta el cuartel general del mafioso, donde se requisaron toneladas de documentos, cuya catalogación ha llevado años, pero que además de los frutos estrictamente policiales, ha traído como resultado la reaparición de esos legajos relacionados con el príncipe de Viana.
En esencia no se trata más que de libros de comptos: ingresos -pocos- y gastos -siempre desorbitados- de don Carlos a la busqueda de mantener su regio estatus y de obtener el reconocimiento de sus derechos al trono de Navarra. Dentro de este orden de cosas, se conocían desde siempre sus esfuerzos por atraer a su causa a las distintas cortes de Europa. Él mismo lo procuró personalmente en la francesa, en algunas de las de las signorías italianas del norte o en la Pontificia, aunque sin ningún resultado aparente excepto en la napolitana de su tío Alfonso el Magnánimo. Lo que había permanecido oculto hasta ahora es que hubiese enviado misivas pidiendo ayuda a otros gobernantes, como demuestra el documento tejuelado con la signatura: "Carte di Navarra Trentasette/due".
El estado del pergamino es excepcionalmente bueno, como recién salido de las manos de quien lo escribió por su propia mano: el voivoda valaco Vladislaus III, que reinó sobre aquellos dominios más o menos en los mismos años que don Carlos pasó en Sicilia. El texto, más que por su latín macarrónico, llama la atención por la excepcional caligrafía de su redactor -elegante, picuda y perfectamente alineada- y también por lo que allí cuenta sobre sí mismo.
Por su interés, procedemos a dar al lector una somera transcripción del documento:
Palacio de Tirgoviste, Valaquia, 3 de marzo del año 1458.
Honrado por recibir vuestra carta, honorabilísimo príncipe don Carlos, procedo a contestaros con la mayor celeridad posible, pues no son estos tiempos de paz en mi país, y así como vos debeís hacer frente a vuestro padre, yo he de luchar constantemente contra los feroces ejércitos turcos comandados por mi traidor hermano Radu. Es esta necesidad de luchar contra nuestra propia sangre la que veo que nos aúna en nuestros propósitos, alteza. Así pues, y si me lo permitís, quisiera hablaros de mi familia, que no es menos noble que la vuestra, pues como ella, ha vertido generosamente su sangre en defensa de la cristiandad y contra el infiel invasor.
Y es que nosotros, los Szekelys, tenemos derecho a ser orgullosos, porque corre por nosotros la sangre de muchas razas valientes que lucharon, como lucha el león, por la soberanía. Pues, ¿qué demonio o qué bruja ha sido tan grande como Atila, cuya sangre corre por mis venas?¿Es acaso sorprendente que fuéramos una raza de conquistadores, que fuéramos orgullosos, que cuando los magiares, los lombardos, los ávaros, los búlgaros o los turcos se desparramaron por nuestras fronteras los obligáramos a retroceder? ¿O que precisamente por eso mismo, nos fuera confiada durante siglos la protección de la frontera del país con los turcos? Ay, y más que ese inacabable deber de guardias fronterizos, porque como dicen los otomanos, "el agua duerme, pero el enemigo no".¿Quién sino yo, fui quien crucé el Danubio como voivoda y vencí al turco en su propio terreno? ¡En verdad fui yo, y ay de aquél, su propio hermano indigno, que al caer vendió su pueblo al turco y atrajo sobre él la deshonra de la esclavitud!¿Y no fui yo, quien, derrotado, volví una y otra vez y tuve que regresar solo del sangriento campo de batalla en que mis tropas eran sacrificadas, ya que sabía que sólo yo podría triunfar? Dijeron que pensaba únicamente en mí mismo. ¡Bah! ¿De qué sirven los campesinos sin jefe? ¿En qué acaba la guerra sin un cerebro y un corazón que la dirija? No, joven señor, os digo que mi linaje no puede tolerar no ser libre...
Pero ya he hablado bastante de mí, príncipe, y ahora me gustaría que fueséis vos quien me informáseis de vuestra patria, pues aunque estoy leyendo mucho sobre ella desde que recibí vuestra carta y concebí la idea de ayudaros en vuestra justa causa, creo que no bastan los libros para llegar a conocer vuestra gran Navarra; y conocerla es amarla. Ardo en deseos de pasear por las calles concurridas de su capital, de estar en medio del torbellino y las prisas de la humanidad, de compartir su vida, sus cambios, su muerte y todo lo que la hace ser lo que es...
Creo que tenéis en Navarra unos árboles altos como lanzas. ¡Os juro que muy pronto en cada uno de ellos habrá clavado un agramontés, hasta que ni uno solo de esos traidores apeste vuestro reino!
Bastará para ello con que en vuestro próximo mensaje me hagáis llegar una invitación formal para entrar en Navarra. Esto resulta de vital importancia para mí, pues no podré auxiliaros si así no lo hacéis, y os reitero que estoy ansioso porque me deis libremente la bienvenida a vuestro país, donde os prometo dejar algo de la felicidad que siempre traigo conmigo...
La carta viene sellada por un disco de cera roja como la sangre, con la enseña de la Muy Sagrada Orden del Dragón -o "Dracul" en lengua valaca-.
Las pesquisas dirigidas a encontrar entre los papeles guardados por Michele Navarra una posible respuesta del príncipe de Viana a su obsequioso benefactor balcánico, aún no han dado resultado satisfactorio, pero por un breve apunte encontrado en el margen de un antifonario del monasterio de los capuchinos de Palermo, sabemos que don Carlos participó el 10 de marzo -por tanto apenas unos días después de recibir la carta del voivoda-, en aquel mismo lugar, en una especie de ceremonia de desagravio oficiada por un monje de obediencia ortodoxa venido exprofeso desde el monte Athos de Grecia, llamado por el cardenal Bessarión, a la sazón obispo de Pamplona y oriundo también de aquellas tierras, y buen conocedor por tanto de los propósitos e intenciones de Vlad Draculea.
No obstante, si ulteriores investigaciones diesen con nuevas noticias sobre este particular, los lectores de estas crónicas serán puntualmente informados...
Vlad Draculea
Sighisoara (1431- ?)
© Mikel Zuza Viniegra, 2011