viernes, 25 de noviembre de 2022

TRIPLE LAZO

 

Mayo de 1456, el príncipe de Viana, tras llevar tres años residiendo en Pamplona, capital beaumontesa por excelencia, se ve incapaz de resistir la ofensiva combinada de Pierres y Martín de Peralta desde el sur, y de su cuñado el conde Gastón de Foix desde el noreste, y parte a un exilio del que ya no regresaría jamás, y no por su propia voluntad, sino porque su progenitor se lo prohibió taxativamente. Carlos había vivido en Navarra, casi sin moverse, 33 de sus 35 años de vida. 

Buscó primero ayuda en la corte francesa, donde defendió elocuentemente pero sin éxito sus derechos al trono navarro y al ducado de Nemours, pero la propaganda enviada por su padre a través del citado secuaz agramontés, Pierres de Peralta, hizo que el rey Carlos VII no se decidiese a apoyarle. Resolvió entonces el príncipe trasladarse a la corte napolitana de su tío, el rey Alfonso V de Aragón, adonde llegó el 31 de enero de 1457. 

De camino, pasó por la ciudades de Milán y Florencia,  Podemos imaginar el deslumbramiento que debió sentir el príncipe de Viana al entrar en contacto con la plena eclosión del Renacimiento italiano. Una Florencia en la que, en ese mismo año de 1456, tenían sus talleres abiertos artistas –por citar sólo a los de mayor rango– como Donatello, Filippo Lippi, Paolo Uccello, Verrocchio, Michelozzo, Benozzo Gozzoli o Piero della Francesca.

Quién sabe, quizás hasta llegó a conocer a alguno de ellos e incluso a hacerles algún encargo, aunque lo único que podamos probar documentalmente es que, en 1459, residiendo ya en Palermo, Carlos nombró a Juan de Liédena como su procurador para que se encargase de recuperar el dinero que le debían ciertos mercaderes florentinos.

En ese momento, el gobernante florentino era Cosme el Viejo, fundador de la dinastía Medicis y primero en imponer su dominio de siglos sobre la ciudad toscana. Debió congratularse ciertamente de recibir a un príncipe como Carlos, pues ambos compartían nada menos que su emblema personal. 

En efecto, el príncipe de Viana, entre las varias divisas heráldicas que había heredado de su abuelo, Carlos III el Noble, tenía el triple lazo como una de sus favoritas, Tanto que las hermosas monedas que acuñó en 1455, llamadas Leales, muestran la K de Karolus coronada entre dos triples lazos. 

La profesora María Narbona explica así el trifolio del rey de Navarra: era un “nudo sin fin”, un nudo de la familia de los llamados “celtas”, que podían tener varias puntas pero siempre trazados con una línea que no tenía ni principio ni final, como el Creador. En cuanto al significado de esta divisa, en la época esta forma geométrica era habitualmente una “representación figurativa indirecta, no narrativa”, un cifrado de la Santísima Trinidad.  

El triple lazo encerraba también para Carlos de Viana un nuevo significado que describía a la perfección su estado de ánimo: su forma antigua romanceada las (o llaç) fonéticamente resultaba idéntica al término que significaba “infeliz, desgraciado” y expresaba un lamento, una queja, ¡Las!, que podría traducirse por el ¡Ay de mí! castellano. 

De esto último os hablé en otra entrada anterior de mi blog titulada: Una canción que le gustaba mucho al príncipe de Viana, dato que confirmaría que ese triple lazo se convirtió en el emblema más identificativo del príncipe, por eso en la famosa miniatura que lo representa en la carta de su secretario Fernando de Bolea, los triples lazos aparecen asociados al lamento "ay".

¿Y cuál era el emblema del citado Cosme de Medicis? Pues nada menos que los llamados "anillos borromeos": tres anillos entrelazados de tal manera que, si se saca uno de ellos, los otros dos también se separan. Un símbolo prácticamente idéntico, como podemos ver, al de los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux.





Otros autores, sin embargo, adjudican ese emblema no a Cosme (1389-1464) sino a su célebre nieto, Lorenzo el Magnífico (1449-1492), que por eso lo habría hecho incluir en el famoso cuadro de Boticelli: Palas y el centauro (pintado hacia 1482), donde vemos que adorna el vestido de la diosa Palas. 




Aparece igualmente en el templete del Santo Sepulcro, comenzado en 1457 (justo en el preciso momento en el que el príncipe de Viana estaba en Florencia) por el gran maestro Leon Battista Alberti para Giovanni Rucellai, que es de dónde he sacado el emblema (se supone en este caso concreto que de Lorenzo) para compararlo con el del príncipe de Viana. 

Una verdadero lástima que esa coincidencia emblemática no permitiera al príncipe sellar una alianza con los riquísimos Medicis, representados en su época por Cosme o Cósimo "il vechio". Quizás su propia historia (y la nuestra) hubiera sido muy distinta. Y si para cuando llegó Carlos a Florencia los Medicis todavía no empleaban ese enigmático símbolo, quizás la heráldica del heredero navarro les inspiraría para adoptarlo definitivamente. 

Misterios del arte y de Carlos de Viana, que nunca deja de sorprender... 

©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2022